La Razón (1ª Edición)

«Tuve a Clara de rodillas, en el asiento del copiloto»

- POR MACARENA GUTIÉRREZ

El buen tiempo fue uno de los motivos que trajo a Ula Tomkiewicz a España hace cinco años. Dejó atrás la helada Suwalki, en el norte de su Polonia natal, y se instaló en el soleado Madrid. Por eso nunca imaginó que tendría a su segundo hijo en el asiento de copiloto de un coche precisamen­te a causa de la nevada de todas las nevadas.

El principio de la odisea de esta profesora de idiomas comenzó el viernes por la noche en un piso del barrio madrileño de Tetuán. Ula y su marido, Sergio, estaban viendo un capítulo de una serie cuando ella empezó a notar las primeras contraccio­nes. Era una sensación conocida, tienen otro niño de dos años, Noah, que llegó después de un parto largo y difícil. Lo que nunca pensó fue que el desenlace sería tan rápido.

«Le dije a Sergio que me encontraba regular y vino mi vecina Marta, que es fisioterap­euta, a ayudarme con unos masajes. Yo ya sabía que la cosa no iba en broma y decidimos llamar a una ambulancia que nunca llegó», recuerda esta joven polaca de 34 años. Marta fue uno de los primeros ángeles que aquella noche empujaron para que la historia, que podía haber acabado en tragedia, tuviera un final feliz.

Se quedó con Noah y les prestó su coche, equipado con cadenas, para que la pareja se pusiera en marcha hacia La Paz. «Cerca de las dos y media de la madrugada, más de dos horas después de llamar a la ambulancia, nos dirigimos al hospital muy despacio, como a 20 kilómetros por hora. Avanzábamo­s con mucha dificultad y a la media hora nos encontramo­s en la M-30 con un coche de Policía totalmente atrapado por la nieve que nos impedía el paso. Cinco personas trataban de empujarlo y, como no se apartaba, mi marido se puso de los nervios», cuenta Ula en conversaci­ón telefónica con este periódico.

Y no era para menos. La cabeza de la pequeña Clara ya asomaba y los dos se dieron cuenta de que no llegarían a La Paz a tiempo para que la asistieran en el parto: «Mi marido trabaja en las Torres de Plaza de Castilla, así que se le ocurrió desviarse al hospital Carlos III porque pillaba más cerca. La nieve nos detuvo literalmen­te y solo pudimos llegar hasta el parking. Sergio salió hacia la entrada para demandar ayuda, pero debido a la nieve era todo un lío, muy complicado», Así que esta aguerrida polaca se colocó sobre el asiento del copiloto de rodillas, dando la espalda al parabrisas y agarrada al reposacabe­zas «para que la niña no cayera al suelo del coche» y parió sola a su segunda hija.

Ula cuenta este relato que para muchos resultará aterrador con alegría y un gran sentido del humor. Cree que tuvo mucha suerte y asegura que este parto fue infinitame­nte mejor que el primero, lo repetiría sin dudarlo: «La adrenalina y lo rápido que fue todo me impidió pensar en el dolor. No me di cuenta de nada, solo me centré en que las dos estuviéram­os bien». Hasta el cordón umbilical se rasgó solo y de una forma perfecta y así llegó Clara al mundo, «como una diosa, con tres kilos y doscientos gramos».

Después del alumbramie­nto lograron que un coche todoterren­o del Samur los trasladara hasta La Paz, donde le sacaron la placenta y le dieron puntos. Ula entró por su propio pie, «como si no fuera una recién parida», ante los ojos atónitos de unos sanitarios que no daban crédito. Allí permanecie­ron los tres hasta el lunes por la mañana, cuando el segundo ángel de esta historia hizo su aparición: «Fue un voluntario de nombre Trevor quien nos llevó hasta casa en su 4x4 gracias a un chat en el que ofrecía su ayuda. Tardamos un cuarto de hora. No tengo palabras para agradecerl­e cómo nos trató y lo bien que conducía. Nunca he visto nada igual». Ahora que todo ha quedado en un susto, Ula se ríe cuando piensa qué pasaría si hubiera llamado a su hija Filomena, en honor del temporal que la vio nacer. Está feliz, en casa, «donde todo es una fiesta, imagínate, el mayor sin guardería y los cuatro juntitos todo el tiempo. Como reyes».

Fue todo muy rápido y la adrenalina me impidió sentir dolor. Solo me centré en que las dos estuviéram­os bien»

Ula Tomkiewicz

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Ula, de 34 años, posa con la pequeña Clara ya en su piso del barrio madrileño de Tetuán

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