«Olvídate de mí»: los científicos ya pueden borrar recuerdos (en ratas)
No ocurre como en la ciencia ficción, pero la optogenética ya permite crear y borrar recuerdos
En nuestros peores momentos, todos hemos llegado a desear borrar nuestros recuerdos. No todos, pero tal vez sí un pequeño puñado de ellos, aquellos que más se nos clavan. Una especie de amnesia selectiva y totalmente dirigida por nosotros porque, a fin de cuentas, si no lo recuerdo es como si jamás hubiera sucedido. Una herramienta así podría ser clave para el tratamiento de algunos trastornos como el de estrés postraumático, por ejemplo. Y aunque haya quien crea que tal cosa ya existe gracias a la hipnosis, lo cierto es que estas técnicas basadas en la sugestión tienen una aplicación muy limitada y con efectos muy distintos entre pacientes.
Tal vez lo que necesitemos sea una tecnología como la que hila la famosa película «¡Olvídate de mí!», más conocida por su título en Hispanoamérica: «Eterno resplandor de una mente sin recuerdos». En ella se cuenta el romance, el desamor y la irracionalidad de dos criaturas algo disfuncionales: Joel Barish (interpretado por Jim Carrey) y Clementine Kruczynski (encarnada por Kate Winslet). Ella es impulsiva y emocionalmente inestable. Él, en cambio, es inseguro y retraído y controlador. La forma no lineal en la que Michel Gondry ha decidido contar la historia puede hacer que parezca más complicada de lo que realmente es, por lo que casi cualquier detalle puede destripar el argumento. Para evitarlo, tan solo diremos que, en una de las idas y venidas de la antitética pareja, Clementine decide borrar todos sus recuerdos de Joel con la ayuda de la clínica Lacuna, Inc. Pero ¿cómo de cerca estamos de que exista algo así?
Siempre que se habla sobre manipular la mente gracias a la tecnología suelen surgir voces defensoras de un dualismo que el corpus de conocimientos de nuestro siglo, simplemente, ya no puede tolerar. Incluso la palabra mente puede ser conflictiva porque para algunos arrastra connotaciones de un tiempo donde los científicos todavía hablaban de alma y de otras entidades inmateriales.
Cuando los neurocientíficos cognitivos hablan de «mente» en nuestros días, se refieren a lo que emerge de la interacción de las estructuras del sistema nervioso central (sus conexiones, su bioquímica, etc.) interactuando con el cuerpo en que se encarna (las hormonas que recorren nuestras arterias, por ejemplo) y el mundo exterior que percibimos a través de los sentidos. Es una forma perfectamente materialista de entender la mente y, por lo tanto, podemos asumir que, cambiando algunos de las partes que la integran, podríamos alterar las funciones cognitivas que la definen como la atención, lenguaje o, lo que nos interesa ahora: la memoria.
La plasticidad del cerebro
En el caso de la memoria, sabemos que los recuerdos se codifican en función de las conexiones que establecen y rompen las neuronas, unas células con aspecto de árbol que generan y conducen los estímulos eléctricos que podríamos llamar «información». Gracias a la plasticidad del cerebro, los estímulos externos pueden ir modificando estas conexiones para almacenar nuevos recuerdos, perfeccionar una habilidad, en definitiva: aprender.
Cuanto más se activen juntas un grupo de neuronas, más se reforzará el recuerdo. Si dejamos de activarlas irá debilitándose con el tiempo hasta que terminemos por olvidarlo. Y esta es la buena noticia, porque experimentos realizados recientemente en ratas han conseguido manipular estas conexiones a voluntad, generando y borrando recuerdos muy concretos.
Lo cierto es que en esta línea de investigación se han publicado artículos con técnicas muy diversas para eliminar recuerdos, pero posiblemente la que mejores resultados ha asociado (hasta ahora) es la optogenética. Esta infecta las neuronas que pretende estudiar con un virus modificado genéticamente para que obligue a las células a producir una proteína molécula a la luz. El siguiente paso es activar estas neuronas infectadas iluminándolas con un pulso de luz azul implantado en el cerebro de la rata en cuestión.
No obstante, y dejando los detalles que resultan más complejos al margen, cabe decir que como se ha realizado en ratones no sabemos con precisión la finura de este borrado o, ni siquiera, lo que se ha borrado realmente. Tras hacer que las ratas asociaran un estímulo a un castigo y, por lo tanto, se asustaran ante la presencia de ese estímulo, la optogenética permitió que dejaran de responder a ese estímulo, lo cual hace suponer que el recuerdo desagradable había sido eliminado, el condicionamiento se había revertido.
Todavía queda mucho que avanzar antes de que sea posible algo parecido a Lacuna Inc. No obstante, los avances en la comprensión de la memoria están teniendo lugar a un ritmo sorprendente y la neurotecnología le sigue el paso a buen ritmo. Quedan décadas para que esta técnica sea precisa y segura como para poder emplearla en humanos, pero no es descabellado pensar que, antes o después, existirá una terapia parecida.