La Razón (1ª Edición)

Cuando el frío pudo con los elefantes de Aníbal

El general cartaginés que puso en serios aprietos a Roma aparece asociado, en la memoria colectiva, a los paquidermo­s de guerra

- POR EDUARDO KAVANAGH DESPERTA FERRO EDICIONES

La forma más común de representa­r en el arte a Aníbal es a lomos de un elefante. Y, en efecto, las fuentes de la época reflejaron que empleó estos animales en su guerra contra Roma. Los trajo consigo en su célebre marcha a través de los Alpes y los utilizó en batalla. Ahora bien, ¿de qué tipo de elefantes se trataba? ¿Llevaban una torre sobre sus lomos o no? Las fuentes callan al respecto. Hay fundamenta­lmente dos grandes variantes de elefantes: los africanos y los asiáticos («indios» en las fuentes grecolatin­as). Estos últimos eran los empleados por los reinos helenístic­os y sabemos que, en este caso, sí llevaban torre. Sin embargo, puesto que Cartago se halla en África, podemos suponer que harían uso de la variante africana, de la que a su vez había dos subvariant­es: la de bosque y la de sabana.

Pero hete aquí que nos topamos con una aparente incongruen­cia: las fuentes antiguas aseguran que los elefantes cartagines­es eran de menor tamaño que los asiáticos, lo que parece un sinsentido pues –al menos, en la actualidad– los africanos son claramente los de mayor tamaño. Esta paradoja quizá se resuelva si suponemos que los elefantes asiáticos que llegaron al Mediterrán­eo –los que vieron los autores griegos y romanos– eran especímene­s selectos para la guerra, espléndida­mente adiestrado­s, y en su mayoría machos (por lo general, de mayor tamaño que las hembras). Eran, por así decirlo, la élite de los elefantes asiáticos. Por el contrario, los africanos que conocieron los autores clásicos serían de todo tipo y calidad. De hecho, las mismas fuentes acreditan la presencia de especímene­s hembra en el ejército de Aníbal, y que parece que mantenían mejor la calma que sus compañeros masculinos,

en el paso del río Ródano fueron ellas las empleadas para insuflar ánimos a los machos de su especie. Es posible, por tanto, que las hembras fueran de menor tamaño, pero más fáciles de manejar, lo que explica su presencia en los ejércitos púnicos y, al mismo tiempo, la extraña afirmación de los autores de la época de que la raza africana era de menor tamaño.

Miedo psicológic­o

Por otro lado, interesarí­a saber si estos paquidermo­s pertenecía­n a la subespecie de bosque o a la de sabana. Todo apunta a que efectivame­nte serían de sabana, ya que en iconografí­a aparecen con los colmillos apuntando hacia arriba, rasgo caracterís­tico de esta variante. Además, el elefante de sabana tiene su hábitat en el norte de África mientras que el de bosque en el centro del continente, más lejos por tanto de la probable zona de captación de Cartago.

Queda por responder la pregunta de si estos elefantes llevaban, o no, torres encima. Por desgracia, las fuentes no dejan claro este punto. Lo cierto es que en iconografí­a numismátic­a aparecen siempre sin torre alguna, pero sabemos que por estas mismas fechas un faraón egipcio (Ptolomeo IV) empleó elefantes africanos dotados de torre en combate (batalla de Rafia, año 217 a.c.). El hecho de que las fuentes grecolatin­as que narran la Guey rra Anibálica no hagan mención a torre alguna nos hace suponer que, en efecto, Aníbal prescindió de ellas, pero lo cierto es que no lo podemos afirmar. Interesa subrayar que, a pesar de la estrecha asociación establecid­a en la cultura popular entre los paquidermo­s y Aníbal, estos tuvieron poquísima relevancia en la guerra. Fue a orillas del río Trebia, en el norte de Italia, cuando los ejércitos cartaginés y romano se enfrentaro­n en campo abierto.

En el año 218 a.c. Aníbal partió de la Península Ibérica con la intención de invadir Italia. Encabezaba un heterogéne­o ejército en el que figuraban cartagines­es, íberos, celtíberos y galos. Además, contaba con un número indetermin­ado de elefantes de guerra que –a decir de las fuentes– al alcanzar el Ródano eran 37 ejemplares. No sabemos cuántos sobrevivie­ron al paso de los Alpes, pero su desempeño en la batalla librada a orillas del río Trebia parece sugerir que fueron bastantes, acaso la mayoría. Esta fue la única ocasión en la que brillaron en batalla, y no fue tanto por su eficacia en el combate sino porque aterroriza­ron a la caballería del enemigo con su hedor y aspecto exótico. Y, en efecto, todo apunta a que tal fuera la virtud principal del elefante de guerra: servir de arma psicológic­a, tanto sobre los hombres como sobre los animales del ejército enemigo.

Ahora bien, llegado el invierno, Aníbal se vio obligado a invernar en la llanura padana. Solo pasado el frío pudo reanudar la campaña militar con el paso de los Apeninos y el cruce de la zona pantanosa anegada por el río Arno, zona casi impractica­ble por la que nadie esperaba que transitara un ejército. Pero he aquí que las fuentes acreditan que durante esta travesía Aníbal disponía ya solo de un elefante, de nombre «Surus»; el resto había perecido durante el duro invierno en Italia.

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Los elefantes fueron un elemento indispensa­ble en el célebre paso de Aníbal por los Alpes
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68 páginas,
7 euros
«LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA (II). TREBIA Y TERASIMENO» Desperta Ferro Antigua y medieval n.º 63 68 páginas, 7 euros

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