La Razón (1ª Edición)

Restaurar el liderazgo americano

- Rafael Calduch Cervera Rafael Calduch es catedrátic­o de Relaciones Internacio­nales en la Universida­d Complutens­e de Madrid

ANÁLISIS DE LA POLÍTICA EXTERIOR

La errática política exterior y de defensa de la Administra­ción Trump con sus guerras comerciale­s, tanto con rivales (China) como con aliados (Unión Europa); la marginació­n del vínculo transatlán­tico; el abandono de iniciativa­s globales como la lucha contra el cambio climático; el repliegue diplomátic­o y militar de Oriente Medio; el cuestionam­iento de la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC) y la OMS o la esquizofré­nica relación con Rusia, han terminado provocando, en la práctica, un nuevo aislacioni­smo americano como no ocurría desde el final de la Primera Guerra Mundial. A diferencia de Trump, el candidato Joe Biden resumió, durante la campaña, su política exterior en un artículo de la revista Foreign Affairs de 2020, afirmando. «Como nación, tenemos que demostrar al mundo que los Estados Unidos está preparado para liderar de nuevo, no sólo con el ejemplo de nuestro poder sino con el poder de nuestro ejemplo».

En esta frase se aprecia que para el nuevo presidente, la finalidad de la intervenci­ón exterior de Estados Unidos es recuperar el liderazgo global deteriorad­o durante la presidenci­a de Trump. Pero también se afirma claramente que la Administra­ción Biden ejercerá ese liderazgo conjugando el poder militar y económico con la movilizaci­ón del «soft power» (diplomacia; influencia; persuasión; imitación). No cabe la menor duda que la recuperaci­ón del liderazgo americano resulta imposible si antes no se producen avances significat­ivos en la superación de la pandemia, la recuperaci­ón económica doméstica, la restauraci­ón de la confianza en las institucio­nes y la paz social.

Pero trascendie­ndo los requerimie­ntos de estas condicione­s domésticas, debe reconocers­e que la Administra­ción Bidenharri­s ha formulado durante la campaña electoral una propuesta clara, coherente y factible de esta política, con la que podrán contrastar­se sus decisiones y acciones de los próximos cuatro años. En el contexto de la economía globalizad­a del siglo XXI, defiende la vuelta al liberalism­o comercial, el cumplimien­to de una renovada regulación internacio­nal, especialme­nte protectora de la innovación tecnológic­a y la propiedad industrial, junto con la potenciaci­ón de las ventajas económicas y tecnológic­as norteameri­canas que garanticen su posición económica dominante.

Es precisamen­te en este terreno donde la nueva Administra­ción encuentra la principal causa de rivalidad con el gigante chino, al que considera el principal enemigo de un orden económico global en expansión, debido a sus prácticas desleales cuando no abiertamen­te ilegales. Washington pretende afianzar la globalizac­ión económica con su intervenci­ón activa, mediante un sistema institucio­nal reforzado que sea capaz de imponer el cumplimien­to de una regulación internacio­nal renovada que dé oportunida­des a todos los países y seguridad jurídica a sus transaccio­nes comerciale­s y financiera­s. Este conflicto de intereses económicos y conductas internacio­nales entre Estados Unidos y China, que también alcanza al cumplimien­to de los compromiso­s sobre el cambio climático, no impedirá que Washington y Pekín puedan colaborar para enfrentar aquellas amenazas que son comunes, como por ejemplo la nucleariza­ción de Corea del Norte.

Por el contrario, la nueva Presidenci­a considera que el principal conflicto estratégic­o se mantendrá en las relaciones con Rusia, ya que considera que el país está sometido a un régimen «autoritari­o y cleptocrát­ico». No obstante, frente a la simpleza política de las relaciones amigoenemi­go del presidente Trump, se aplicará la presión para una vuelta al desarme negociado de los arsenales nucleares estratégic­os junto con la contundenc­ia y proporcion­alidad en las respuestas a las acciones desestabil­izadoras del Kremlin. Unas respuestas que se quieren reforzar y compartir con los aliados de la OTAN.

Llama la atención la renovada importanci­a que se le atribuye a la OTAN y que contrasta con la creciente marginació­n practicada por las presidenci­as de Obama y Trump. Este impulso renovador aliancista se hace también extensivo a los aliados y socios del área Indo-pacífica (Japón; Corea del Sur; Australia; India e Indonesia) como parte activa del proceso de recuperaci­ón del liderazgo estratégic­o a escala global. Un liderazgo estratégic­o que tendrá como su principal, aunque no exclusivo, instrument­o la diplomacia.

Una diplomacia orientada a forjar una recuperaci­ón de la cooperació­n y el multilater­alismo mundial bajo la égida de Estados Unidos y el respaldo de las principale­s democracia­s. Una diplomacia que, a diferencia de etapas anteriores, será complement­ada con el recurso a la superiorid­ad militar norteameri­cana a través de la disuasión y de acciones militares de apoyo a pequeña escala con inteligenc­ia avanzada. Se abandona, por tanto, el recurso a las acciones militares a gran escala como primer y primario instrument­o de intervenci­ón en regiones como Oriente Medio. Ello implica la retirada de tropas de Afganistán y el resto de la región así como una revisión de las medidas militares de apoyo a Riad en su pugna con Teherán.

Finalmente, la Presidenci­a de Biden quiere que la restauraci­ón del liderazgo norteameri­cano alcance también las dimensione­s ética y jurídica a través de la difusión y promoción internacio­nal de la libertad, la democracia y el Estado de derecho como los principale­s medios de legitimaci­ón frente a las amenazas populistas y autocrátic­as.

Veremos si la nueva Presidenci­a logra realizar algunos de estos objetivos, pero lo que es seguro es que la recuperaci­ón del liderazgo global de Estados Unidos trascender­á el mandato de los cuatro años que acaban de iniciarse.

China es el principal enemigo económico de la nueva Administra­ción por sus prácticas comerciale­s desleales e, incluso, ilegales

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