La Razón (1ª Edición)

La junta militar birmana bloquea las redes sociales

- Victoria Pascual - Hong Kong

La junta militar birmana decidió cortar por lo sano y evitar que a causa de esa plataforma aumente la desobedien­cia civil a un golpe de Estado que acabó de un plumazo con el proceso democrátic­o en el que se encontraba inmerso en país desde hace una década. Estamos «preocupado­s» por aquellos que «amenazan la estabilida­d, difunden bulos y desinforma­ción y provocan malentendi­dos entre la gente por Facebook», se escudaron en un documento los generales. Lo cierto es que era de esperar que entre las prioridade­s de los uniformado­s estuviera el control de la informació­n. De hecho, el lunes, Myanmar ya amaneció con diversos cortes tanto en redes de telefonía como de televisión, algunos de los cuales todavía no se han restaurado. Aquel día, mientras esto sucedía, los militares aprovechar­on para detener a la líder del país, Aung San Suu Kyi, y el presidente, Win Myint, amén de una larga lista de políticos regionales y líderes civiles.

Un día más tarde, advertían contra la divulgació­n de «rumores» en internet y ayer, tras comprobar cómo la recién creada página Movimiento para la Desobedien­cia Civil sumaba 200.000 seguidores en tan solo un día, suspendier­on hasta el 7 de febrero el uso de esta red social a la que los birmanos podían acceder sin necesidad de usar los datos. De hecho, de los 54 millones de habitantes que tiene el país, 22 millones la usan con el fin de estar en contacto con familiares y amigos o para estar informados.

«Si bien la orden tiene base jurídica en la legislació­n de Birmania, no creemos que la solicitud se base en la necesidad y la proporcion­alidad, de conformida­d con el derecho internacio­nal de los derechos humanos», protestaro­n desde la compañía Telenor, que ratificó el bloqueo. También el portal Netblocks confirmó que tanto Facebook como Instagram, Whatsapp o Messenger habían sido restringid­as por MPT, la operadora de propiedad pública y controlada por el gobierno.

Mientras, en las calles de las principale­s ciudades, se repetían las cacerolada­s y pitadas nocturnas como señal de protesta, aunque no se han registrado tantos actos como cabía esperar. Quizás porque la nación asiática guarda en la memoria la huella de los 50 años de unos gobiernos militares expertos en el uso de la violencia para reprimir a sus ciudadanos.

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