La Razón (1ª Edición)

Samaná, paraíso con forma de península Descubrimo­s el rincón más auténtico de República Dominicana que nos atrapa con la más pura esencia caribeña

- BALLENAS Y MANGLARES JULIO CASTRO $ SAMANÁ (REPÚBLICA DOMINICANA)

SamanáSama­ná es un apéndice de color verde, sobresatur­adamente verde, de apenas 60 kilómetros de largo por 20 de ancho, que sobresale hacia el mar en el extremo más nororienta­l de República Dominicana. Desde el suelo, apenas podemos hacernos una ligera idea del inmenso vergel que nos rodea por completo. Tendría que ser a vista de dron la única forma para poder contemplar su verdadera magnitud y asimilar lo que significa estar en el lugar con mayor concentrac­ión de cocoteros de todo el planeta. Un pedacito de tierra a una sola palmera del paraíso, sin la estridenci­a ni la abrasión insoportab­le del turismo de masas.

Fue precisamen­te aquí, en esta pequeña península, donde se comenzaron a escribir las primeras líneas de la historia del descubrimi­ento del Nuevo Mundo. Algunos cuentan que habría sido justo en Playa Rincón, el 13 de enero de 1493, donde los españoles tuvieron su primer contacto con los indígenas ciguayos y, a pesar de recibir una copiosa lluvia de flechas a modo de saludo, Colón quedó tan fascinado del enclave que dejó escrito que aquella era «la tierra más bella que jamás ojos humanos hubieran visto». Y no exageraba el almirante, porque Playa Rincón, por sí misma, bien merece un viaje hasta Samaná: un enorme arenal blanco y cristalino, sin construcci­ones ni apenas presencia humana, alicatado hasta el techo de palmeras, que normalment­e siempre veremos incluido en los top ten de las mejores playas del mundo.

Santa Bárbara, pese a ser la capital de Samaná, no deja de ser una pequeña población apacible que sólo ve ligerament­e alterada su paz entre enero y marzo, momento en el que millar y medio de ballenas jorobadas se concentran en las tranquilas y cálidas aguas de su bahía para realizar los cortejos de apareamien­to y dar a luz a sus crías; un espectácul­o único que se ha convertido en uno de los mayores reclamos turísticos de la zona. Aunque las distancias en la ciudad no son grandes y sea fácil recorrerla a pie, siempre tendremos la opción de coger los fotogénico­s «motoconcho», peculiares motos con caparazón que hacen las veces de taxis colectivos económicos. Ludovina Rymel, (más conocida como Lud) vino al mundo en 1951, cinco años después del gran incendio que destruyó destruyó casi por completo la ciudad. Nos cuenta que sólo un edificio quedó a salvo de las llamas, el templo donde ella profesa su fe evangélica y que aquí todos conocen como «la Churcha», apaño lingüístic­o a la dominicana entre el inglés y el español. El interior del templo, de claro estilo victoriano, está completame­nte recubierto de madera mientras que la estructura exterior es de zinc. Fue construida en 1901 y los materiales fueron traídos en barco desde Inglaterra.

Santa Bárbara es el punto de partida idóneo para acercarnos hasta el Parque Nacional Los Haitises, una de esas rarezas que, a veces, la naturaleza se empeña en regalarnos. Está formado por un conjunto de cincuenta y ocho «mogotes» –cayos cubiertos de vegetación que llegan a alcanzar hasta 40 metros de altura– diseminado­s entre la laguna de San Lorenzo y la desembocad­ura del río Barracote, que albergan una variada población animal y vegetal. La única forma de llegar hasta el parque es en barco –que varias empresas nos ofrecen en el mismo muelle de Santa Bárbara– acompañado­s por un guía local, que se encarga de explicar el recorrido en varios idiomas, así como de ofrecer piña, coco y ron durante la travesía. Además, estas barcazas llegan a internarse entre los canales más remotos y oscuros de una de las

reservas de manglares más importante­s del Caribe y permiten desembarca­r para adentrarno­s en alguna de las 80 cuevas que, en el pasado, fueron recintos sagrados para los indígenas tainos; una de las más interesant­es es la Cueva de la Línea, decorada con interesant­es pictografí­as y petroglifo­s.

El muelle de Santa Bárbara es también el punto de partida de pequeñas embarcacio­nes que salen a diario con rumbo al famoso Cayo Levantado, un pequeño islote –apenas 1 kilómetro cuadrado– adornado con dos de las playas más bellas de Samaná. Sus aguas, tranquilas y transparen­tes, ofrecen condicioce­s idóneas para la práctica de deportes acuáticos, como el snorkel. La isla es también conocida como «Isla Bacardí», porque en ella están las palmeras que apareciero­n en los anuncios de la conocida marca de ron en los años 80. Una de sus playas es de uso exclusivo para los clientes del hotel Bahía Príncipe, que ocupa gran parte del islote.

SALTO EL LIMÓN

Las Terrenas es un pintoresco pueblo de pescadores que presume de tener otra de las playas más bellas de Samaná, no en vano es conocida como Playa Bonita. Muy cerca del pueblo se encuentra una de las grandes maravillas naturales de la península, el salto El Limón: si no la más grande, sí la cascada más bonita de República Dominicana. El ascenso hasta el salto se puede efectuar a pie o a caballo, que es la opción más cómoda y divertida, aunque no sea una ruta apta para jinetes novatos. Todas las excursione­s se pueden contratar con facilidad en alguna de las «paradas» que se encuentran bordeando la carretera que lleva al pueblo de El Limón, y suelen llevar incluida la comida al regreso. Cualquiera que sea la opción elegida, no debemos olvidar el repelente para los mosquitos, porque aquí estos bichos no tienen piedad. El último tramo es obligatori­o hacerlo a pie, hasta llegar a la base de la cascada. Una vez allí, toda la dureza del camino queda olvidado cuando contemplam­os la fuerza con la que el agua cae desde casi 40 metros de altura sobre una poza en la que podremos darnos un baño glorioso antes de retomar el camino de regreso.

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FOTOS: JULIO CASTRO La primera manifestac­ión en España fue en Gerona hace diez semanas.
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Cayo Levantado, conocida como Isla Bacardí
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