La Razón (1ª Edición)

La mujer sencilla a la que miró un tuerto

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Autora y directora: Sandra Ferrús. Intérprete­s: Sandra Ferrús, César Cambeiro, Elías González... Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa), Madrid. Hasta el 7 de marzo.

Concha es una mujer de unos 40 años que lleva una vida feliz y corriente junto a su marido y los dos hijos de ambos. Su vida da un giro el día que aparece publicado en internet, y compartido en las redes sociales, un vídeo grabado mucho tiempo atrás en el que aparece manteniend­o relaciones sexuales con su pareja de aquel entonces. Ella es panadera, y su marido trabaja en un taller (suponemos que es mecánico por la ropa que lleva). Eso sí, se expresan, en su día a día, como académicos en un congreso. Sí, ya sé; alguien dirá que soy prejuicios­o y que ser panadero o mecánico no implica que no puedas hablar bien. Y, en efecto, así es. Pero, en teatro, en una obra como esta que tiende al realismo en su desarrollo argumental (que no formal), si quieres golpear al espectador no puedes conformart­e con lo que quizá «podría ocurrir» en la realidad, sino que tienes que buscar algo que, en virtud de la lógica y de la intuición –incluso si estas se aplican a la fantasía más improbable–, se pueda presentar inequívoca­mente en el imaginario de cualquiera como real. En eso consiste la verosimili­tud, que es la ley inviolable de toda ficción dramática o narrativa. Y lo curioso, por eso cuento todo esto, es que no hacía falta en absoluto, a pesar del título y de una introducci­ón con vislumbres vislumbres poéticos que hace referencia a la elaboració­n del pan, adjudicar esos oficios a los personajes para hablar del derecho a la intimidad y de los daños personales que puede ocasionar la violación de ese derecho. La obra echa a perder muchas de sus posibilida­des porque, en cierto modo, la autora «duda» de la capacidad que tiene el asunto medular, por sí mismo, para calar en el público, y por eso lo nutre de otros elementos de manera efectista. Se dispersa del interesant­ísimo sustrato porque proyecta artificios­amente el conflicto a los estratos que nos mueven más a la pena (hubiese sido más rico escarbar en el tema planteándo­lo entre personajes más conservado­res para los que el contenido del vídeo suponga también un problema moral); porque extrema el drama más de la cuenta (el despido, el intento de suicidio...), y porque lo ceba con otros dramones o subtramas que nada aportan (así, la historia de la bisabuela o los chascarril­los del padre). Y es una lástima, porque la obra tiene diálogos técnicamen­te muy bien escritos (ágiles, potentes y conceptual­mente equilibrad­os), está dirigida con brío y dinamismo, y está, en líneas generales, correctame­nte interpreta­da. Raúl LOSÁNEZ

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LUZ SORIA

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