La Razón (1ª Edición)

Periodista, deje pasar

- José Aguado

CuandoCuan­do aquel profesor llegó al primer día de clase de Ética periodísti­ca y nos dijo que, por diversos motivos, no iba asistir más, a nadie le extrañó a aquellas alturas. Añadió que con un trabajo nos valía. No volvimos a verle y todos los jueves, a primera hora de la mañana, nos quedábamos durmiendo.

Hubo una compañera que en tercero de Periodismo acabó harta de esas cosas que tanto sucedían y cambió de planes.

«¿Dónde vas?», le pregunté por el giro de vida, que esperaba radical: a estudiar Arquitectu­ra o dejarlo todo o viajar a la India o cualquier cosa así.

«Voy a hacer Filología», contestó. Ahora, con los años, la imagino dejando Filología para hacer algo útil, como Filología Inglesa o Política o Historia del Arte y echarse las manos a la cabeza porque no encuentra trabajo de lo suyo, sea lo que sea lo suyo.

Así que mis padres, cuando veían que los jueves no madrugaba, que los viernes no había clase y que los miércoles volvía tan chispeante después de un botellón, me preguntaro­n, muy amablement­e, por qué no me cambiaba de carrera, «o es que piensas estar viviendo toda tu vida en esta casa», me dijeron (puede que no fuese amable, pero era miércoles y yo, ya saben, chispeaba).

No tengo la culpa de que en el primer examen, el profesor se marchara de clase a la media hora y todos sacásemos los apuntes; que, en otra asignatura, nos llevara al salón de actos y nos pusiera, el día del control, música de fondo. Qué podíamos hacer si en mitad de un trabajo de Historia de la Informació­n un compañero metió crónicas de fútbol, otro folios en blanco y ambos sacaron una nota parecida (es decir, ¡una buena nota parecida!).

Cuando el profesor de Ética dijo que no volvía más puede que sí, que entonces me planteara qué estaba haciendo con mi vida, qué sentido tenía todo eso.

Hasta esta semana. Una fuente gubernamen­tal en Madrid aseguró que puede que las vacunas, cuando pasen los sanitarios y mayores, se pongan a «profesores, taxistas, cajeras, camareros» y añadió: «periodista­s de primera línea...». Se lo mandé a mis padres, a mis amigos que estudiaron ingeniería durante siglos, a los que se dejaron las cejas en Arquitectu­ra. No pude, porque no sé de ella, a la filóloga-políticahi­storiadora del arte o incluso niñera en algún ministerio.

Alguien me contestó que quizá se referían a los periodista­s que van a la guerra o, en su otro género, a las tertulias.

«Mira –le contesté–. Si primera línea es presenciar el sufrimient­o, la sorpresa, la ilusión que no llega o lo que piensas que se va arreglar y no lo hace», le contesté, «yo cubro al Real Madrid esta temporada. Si eso no es primera línea, yo ya no sé».

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Los periodista­s de primera línea pueden ser los siguientes en la vacuna
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Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors
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