La Razón (1ª Edición)

«Me llevaron al bosque de madrugada. Una me sujetó las piernas, otra me cortó. Tenía 14 años. Hoy todavía me duele»

Mariama Dumbia recuerda hoy, Día Internacio­nal contra la Mutilación Genital Femenina, cómo fue su ablación y las consecuenc­ias físicas y psicológic­as que arrastra desde entonces. En España, 3.600 niñas están en peligro de sufrirla

- POR LAURA L. ÁLVAREZ BANYOLES

Mariama tiene 23 años y llegó a España hace seis. Trajo de su Gambia natal una maleta con pocas pertenenci­as, mucha ilusión de pisar Europa y una cicatriz aún muy reciente en su cuerpo, que no ha acabado de curar, pero que quizás sea incluso menos dolorosa que la de su alma. A los 14 años fue víctima de mutilación genital femenina y hoy, que se celebra el día internacio­nal para erradicarl­a, nos cuenta su historia. Es la primera vez que lo explica públicamen­te y el miedo se refleja en su mirada al recordar aquel día. «Me llevó mi tía. Montamos en un autobús y, tras varias horas de viaje, llegamos a un pueblo. El primer día que dormí allí me despertaro­n de madrugada. Yo no sabía dónde iba. Me llevaron a una cabaña en medio del bosque. Allí había un grupo de mujeres: una me sujetó los brazos por detrás y otra me sujetó las piernas para mantenerla­s abiertas. Primero te meten una cosa en la boca para que las que vienen detrás no te oigan gritar. Tú no te puedes mover. Otra, la más mayor, me cortó. Fue todo muy rápido: tres, cinco minutos... No sé. No más de diez. Después me llevaron a otro lugar con muchas chicas como yo; algunas de mi edad, otras más pequeñas. Todas tumbadas en una alfombra, llorando porque es muy doloroso. Al primer pipí duele mucho mucho». Aquella madrugada, a Mariama le extirparon el clítoris y sus labios menores. Estuvo allí, en ese paraje africano apartado de la civilizaci­ón, alrededor de un mes, hasta que la herida le empezó a cicatrizar a base de un ungüento que hacen desde hace siglos con una planta autóctona llamada cola amarga (Garcinia Kola), con supuestas propiedade­s antibacter­ianas. Pero a ella no parece que le funcionara demasiado porque, a día de hoy, tiene que seguir tomando antibiótic­o por unas infeccione­s que no desaparece­n. No es lo peor. Su fobia a que alguien se acerque demasiado a ella la ha animado, tras mucha terapia, a someterse a una operación para reconstrui­r su vagina. Mariama podía haber muerto durante el proceso, por no poder frenar la hemorragia, por infección sin tratamient­o adecuado... Muchas niñas, de hecho, hecho, se quedan en el camino pero, sino regresan, nadie investiga ni pregunta. «Se la ha llevado Dios», dicen por el pueblo. Y ya está. Fue hace poco, en una consulta médica ya en España, cuando Mariama supo el tipo de mutilación que le habían practicado y que estaba, como ella dice, «tapada»; es decir, apenas tiene un pequeño orificio para orinar y menstruar.

La mutilación genital femenina consiste en la escisión total o parcial de los órganos genitales femeninos por motivos culturales (está mal visto que la mujer disfrute del sexo) y, a día de hoy, sigue practicánd­ose a niñas de 29 países de Oriente Medio, Asia y, sobre todo, del África subsaharia­na. Es muy frecuente que se realice cuando son bebés pero depende de muchas circunstan­cias como la etnia a la que pertenezca­n. Existen tres tipos de ablación. El tipo 1 consiste en la eliminació­n parcial del clítoris; tipo 2, clítoris y labios menores, y, tipo 3, la más agresiva, que añade a las anteriores la extirpació­n también de los labios mayores y sutura parcial de la vulva.

«El objetivo es disminuir el apetito sexual de la mujer para garantizar la fidelidad, para que siempre sea el hombre el que pida sexo y, las más agresivas, para que, en el caso de que los hombres fueran a la guerra o emigraran, asegurarse de que la mujer les espera sin acostarse con otro hombre. La tipo 3 básicament­e es para garantizar la virginidad de la adolescent­e, algo sagrado en nuestra cultura». Lo explica Dialla Diarra, una maliense que lleva 27 años en España y que ha creado en Banyoles (Girona) la asociación «Legki Yakaru» («Mujeres de Hoy») para fomentar la autonomía de las mujeres y alertar de que todavía hay muchas niñas nacidas en España que corren el riesgo de sufrir esta práctica.

La mutiladora de Banyoles

«En los años 90, cuando yo llegué, aquí en Banyoles había una mujer que lo hacía. Hasta aquí venían niñas de toda Cataluña para ser mutiladas, pero ya se fue». Según un estudio realizado por la Fundación Wassu para la Universida­d de Barcelona, 3.652 menores de 14 años están en peligro de sufrir mutilación genital en España. Por provincias, Barcelona, con 746 menores, es donde se estima que hay un mayor número de niñas en riesgo; seguida de Girona, con 594 y Madrid, con 335. Todo a pesar de que los pediatras deben dar aviso a Policía si detectan algo (como en cualquier caso de signos de violencia) y que, si viajan a sus países, tienen que firmar un documento en el que se compromete­n a que la niña volverá intacta. «El problema allí –explica Diarra– es que puede hacerlo la abuela a escondidas. Es una cultura distinta: la comunidad tiene más fuerza que la propia familia».

Ella se dio cuenta a los 15 años de que estaba mutilada. Ocurrió cuando solo tenía una semana de vida, por lo que no recuerda el momento de forma traumática. Luego ella misma lo vio hacer decenas de veces. Su abuela formaba parte del grupo de las mutiladora­s del pueblo: era de las que sujetaba y ella vio desde pe

queña esta práctica como algo natural.

Cuando ya son adolescent­es, lo realiza siempre un grupo formado por cuatro mujeres, cada una con un papel muy diferente. «Una decide el día y la hora a la que se va a hacer en función de la luna y la época del año. Debe ser siempre antes de que salga el sol. Son mujeres curanderas, que saben de brujería. Otra se encarga de buscar la medicina. Son tres plantas que se encuentran en el bosque: las trituran y las aplican en la herida para que selle y no se infecte. Otra, sujeta a la chica que va a ser mutilada y la cuarta es la que corta».

Aunque ahora emplean cuchillas de usar y tirar coma las que utilizan los hombres para el afeitado, hasta hace no mucho (y en algunos lugares sigue siendo así) se hacía con un cuchillo de plata, oro y madera. «Antes del corte le dan una bebida como para aturdirla un poco y que no se mueva mucho».

A la familia que tradiciona­lmente se dedicaba a mutilar en una zona de Gambia pertenece Hawa, una mujer de 52 años que lleva 27 en Banyoles. Su familia, los Kante, fabricaban las herramient­as y solo las mujeres de esta familia podían mutilar. «Mis abuelas y mis tías ya son mayores, nosotras ya no queremos hacerlo porque sabemos que está prohibido». Para las curas aplicaban una pomada que lleva manteca de karité, sal y aceite de oliva, que ayudaba a cicatrizar. Las que son más complicada­s de cicatrizar son las heridas psicológic­as. Inma Sau, pediatra de un ambulatori­o de Santa Coloma de Farners, habla del daño emocional que queda. «No todo se arregla con una reconstruc­ción física y es importante no crear falsas expectativ­as en cuanto al sexo. Se pueden mejorar muchas cosas pero, como con cualquier persona que ha sufrido violencia en el ámbito sexual, depende de muchos factores. No es lo mismo alguien que lo recuerda, alguien que no porque era un bebé; las que han tenido parejas sensibiliz­adas con el tema, el tipo de mutilación...». Sau, pionera en tratar este problema en España desde la perspectiv­a sanitaria, explica que hay veces que se pueden recolocar restos de clítoris. “A lo mejor solo han cortado un tercio del clítoris y quedan, debajo de la cicatriz, dos tercios y podrán recuperar algo de sensibilid­ad. En las mutilacion­es tipo 3 a veces cuando se abre ven que los restos de clítoris están casi íntegros y, sin embargo, en algunas tipo 1 a veces se han cortado muchas terminacio­nes nerviosas y han dejado más lesión».

En el plano más físico, son muy frecuentes los dolores de tripa y las infeccione­s porque no se elimina toda la orina al quedar la uretra debajo de la cicatriz ni pueden eliminar bien los restos de menstruaci­ón porque el agujero a veces es pequeño y puede que no salgan algunos coágulos. Durante los partos también sufren complicaci­ones y es frecuente improvisar cesáreas por la dificultad de dilatación antes de dar a luz.

¿Qué opinan los hombres?

A pesar del profundo machismo que rezuma la práctica, es un rito practicado por y para mujeres. De ahí que sea, dicen, un tema tabú para el hombre. Así lo explican Saibo Sillah (46 años) y Souleymane Cisse (53), dos gambianos que también participan de las actividade­s de la asociación. «Yo siempre escuché que era algo bueno para la mujer, que incluso prevenía de enfermedad­es», dice Sillah. La postura contraria a esta práctica es ahora mayoritari­a porque, además, aseguran que no lo defiende su religión. «Lo primero que prohibe la religión es el malestar y lo que más protege, además, son a las mujeres y las niñas. Yo tengo dos hijas ¿Cómo voy a permitir que les hagan daño?».

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CIPRIANO PASTRANO
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Mariama Dumbia sufrió ablación tipo 1 y 2 cuando tenía 14 años. Ahora quiere operarse

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