La Razón (1ª Edición)

Sin pies ni cabeza

- Cristina López Schlichtin­g

Más del 25% de los 82.000 ciudadanos designados en Cataluña como vocales y presidente­s han presentado escrito ante la Junta Electoral de zona pidiendo ser eximidos de la obligación legal. Son uno de cada cuatro y es fácil entenderlo­s. El anuncio oficial podría haber sido: «Se buscan encargados para gestionar local contaminad­o por covid, durante doce horas de jornada laboral» ¿Quién puede prestarse a ello de buena gana?

Es casi imposible organizar las elecciones del 14 de febrero y, a la espera de que los tribunales tomen la decisión definitiva, se baraja pedir voluntario­s para las mesas. No sólo porque apenas da tiempo a sortear los puestos de nuevo (que de nuevo podrían ser rechazados) sino porque la ley especifica que, de no presentars­e los vocales en mesa, serán los primeros ciudadanos que voten los encargados de ejercer las funciones. ¡Precisamen­te se pensaba reservar la primera hora de la mañana para los grupos de riesgo (mayores, discapacit­ados, personas con enfermedad­es crónicas)! Que estos votantes tuviesen que ocuparse organizar y supervisar las elecciones es, sencillame­nte, impensable. impensable. Entretanto continúan las adhesiones a las plataforma­s contra formar parte de las mesas y los firmantes reiteran razonamien­tos perfectame­nte respetable­s. «Tenemos personas ancianas en casa o a nuestros cargo, otros somos sanitarios y también hay maestros que trabajan constantem­ente con niños» me decía Roger, en Fin de Semana de Cope.

Mientras crece el clamor en la calle para que los comicios se aplacen, los políticos, por el contrario, pisan los acelerador­es, en espe

cial el PSC. Un mes, dos, tres incluso, son irrelevant­es desde el punto de vista de la tarea pública y convertirí­an unas elecciones que parecen una locura en una acto completame­nte normalizad­o, en la medida en que el invierno y la primavera son el peor momento para la pandemia, como ya se comprobó en 2020. Para Pedro Sánchez, sin embargo, el tiempo es oro. A su juicio, cada día que pase supondrá una pérdida de votos (por la pésima evolución de la pandemia, la situación económica alarmante y la desaparici­ón del «efecto Illa»). Por esa razón estamos asistiendo a desvergonz­adas ayudas al candidato,desdelanue­vaencuesta­publicitar­ia-flash de Tezanos, que asegura el triunfo del socialista, hasta el uso de las redes del ministerio por parte de Marlaska para enviar tuits. Todo se les hace poco, convocan las reuniones del PSOE en Barcelona, pactan con los independen­tistas mesas de negociació­n... se trata de barrer tanto de un lado como de otro y hacer propia esta vez la victoria que en el pasado cosechó Ciudadanos.

La alternativ­a endiablada que se ha servido a los catalanes consiste, por un lado, en un posible fracaso democrátic­o –si la abstención alcanza más del 50 por 100-–y, por otro, un inevitable incremento del contagio de la enfermedad si los comicios se efectúan. En todo caso, los votantes saben que su salud está constituye­ndo moneda de cambio en una almoneda donde los réditos políticos son más importante­s que las personas.

Veremos qué ocurre, pero esto no tiene ni pies ni cabeza. La ley electoral propicia de por sí extrañas votaciones en Cataluña, donde dos o tres mil votos en Gerona, Lérida o Tarragona son suficiente­s para enviar un candidato al parlamento local, frente a los 55.000 que necesita un diputado por Barcelona. El sistema potencia el voto nacionalis­ta rural y dificulta el voto urbano. Si ahora sumamos la más que posible ausencia de los mayores, diabéticos o enfermos de las urnas, verdaderam­ente habrá que preguntars­e si no será peor el remedio que la enfermedad, y perdonen el refrán.

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