La Razón (1ª Edición)

Lolita resucita a su madre, pero no tiene tanta raza

- POR JESÚS MARIÑAS

Resultan agobiantes tantos días de calma chicha a nivel social. Madrid es un desierto. No hay citas, reuniones, eventos ni festejos. Un auténtico erial. Ya nada es como ayer, donde programaba­n hasta cinco convocator­ias diarias y el Joy Eslava, con los hoteles «Palace» y «Ritz», eran los escenarios habituales. Había vida, todo se movía y alegraba, se gastaba en ropa porque había que figurar. Algo muy distinto a lo más discreto o menos jaleado de Barcelona, siempre cuidando el qué dirán. Marca diferencia. Eso no se estila en Madrid, donde parece obligado –bueno, o casi– hacerse notar, brillar y destacar. Es una virtud, rutina, hábito o necesidad que algunos toman por defecto, allá ellos. Marca, señala, diferencia y también prestigia, en eso casi parecen andaluces, tan dados a significar­se. Todo ocurre mientras, muy oportunist­a, Lolita resucita a mamá, la genial e irrepetibl­e Lola Flores, en un anuncio ya «hit». Faltaría más siendo sangre de su sangre. Pero no tiene tanta raza. A veces le sale lo

barcelonés de Antonio González «El Pescadilla».

Era otro modo de gitanear internacio­nalizándol­o, tal como desde el Somorrostr­o –¡cuántos recuerdos de aquella Ciudad Condal tan artista y jonda!– hizo La

Chunga encandilan­do en el Olimpia de París a Picasso y

Salvador Dalí con sus pies descalzos, algo que ya había probado sin éxito la mítica Carmen Amaya.

Años después, y aún siendo cartagener­a, Maruja

Garrido, cantando «se enamoró un pobre pario», arrebataba al genio pictórico de Cadaqués desde su tablao «Los Tarantos», en plena Plaza Real. En uno de sus rincones vivió y murió Vicente Escudero, el de los diez mandamient­os del baile, donde señalaba que los hombres no debían mover la muñeca porque siempre quedaba amanerado. Antonio Ruiz lo hacía y hasta con eso fue el más grande. A ver si alguien me lo explica.

Vuelvo a Lolita, a su impactante y polémica publicidad con tanto sabor jondo. «El acento es un tesoro y no hay que perderlo nunca», proclama y defiende sabiendo lo que dice mientras nosotros los gallegos, ya no digamos los catalanes, peleamos por quitárnosl­o de encima. Son formas de entender la vida y el hablar, «qué carallo» o «manda collons».

A la mayor de la genial e irrepetibl­e Lola Flores a veces le sale lo barcelonés de su padre, Antonio González «El Pescadilla». Otro modo de gitanear

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