La Razón (1ª Edición)

Hombre, mujer, hombre

- Cristina López Schlichtin­g

SeSe parecía a Nancy Reagan, la sonrisa, la complexión delicada, la mirada directa, el estilo convencion­al. Si su abuela hubiese sabido lo mucho que se asemejaría a la mujer del presidente republican­o, tal vez habría abandonado los sueños de tener una nieta. El vestido púrpura que escogía para Walter, cada vez que se quedaba en su casa, permaneció en las emociones de un crío que se soñaba con cabellos rubios y trajes de noche, dando vueltas por los pasillos exactament­e como hizo después de la operación de reasignaci­ón de sexo, cuando pasó a llamarse Laura Heyer y su carné de funcionari­o estatal de la NASA dejó de molestarle con sus exigencias de masculinid­ad. Se desvaneció la angustia por la barba y la voz oscura y hasta sus propios hijos comprendie­ron que dentro del cuerpo de Walter siempre había vivido una mujer que merecía ser libre. Claro que la angustia, una densa y pequeña molestia del tamaño de un guisante, siguió allí. Los amigos trans de San Francisco engrosaban una lista de intentos de suicidio que la mente analítica de Laura no conseguía ignorar. Para entenderlo se matriculó de nuevo, esta vez en Psicología, para descubrir que el sexo no estaba donde pensaba, sino grabado en las infinitesi­males muescas de los cromosomas, que rezaban, como Pepito Grillo, que Laura Heyer era XY y siempre sería XY, aunque se pareciese a Nancy Reagan. La tenaz evidencia se mezcló con más suicidios, el 40 por 100 de los alegres amigos de las costa oeste, que se habían desembaraz­ado del yugo genético con él, parecían expulsados del Edén. De este dolor nadie hablaba en los libros.

A los cincuenta años, en el ecuador de una vida, se resolvió a expulsar el vestido púrpura del baúl. Lucharía contra sus demonios, no contra su ADN, y se hizo hombre y ascendió de los infiernos, otra vez como Walter Heyer, pero esta vez sin parecerse a nadie. Hay un sector LGTBI que lo odia por contar su historia, pero su voz tintinea al otro lado de la línea cuando lo llamas por teléfono y suena extraordin­ariamente feliz.

«Laura Heyer era XY y siempre sería XY, aunque se pareciese a Nancy Reagan»

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