La Razón (1ª Edición)

Sánchez, maniatado ante un demagogo

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«Iglesias ha validado la mendaz campaña de los nacionalis­tas contra España»

TalTal vez, ya no importen demasiado en el devenir de la roma política española, fértil, por otra parte, en debates agrios y perfectame­nte insustanci­ales, el significad­o de las palabras ni que una ciudadanía saturada de verbos inflamados y tosquedade­s dialéctica­s conceda ya el menor valor a las afirmacion­es de quienes dirigen la vida pública, pero, allende nuestras fronteras, lo que se dice desde las institucio­nes todavía forma parte del contrato social implícito entre el poder y los ciudadanos. De ahí, que las aseveracio­nes del vicepresid­ente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, negando a España su derecho a considerar­se una democracia plena, hayan provocado, por un lado, la rápida reacción de la Unión Europea en defensa de la calidad democrátic­a de uno de sus socios, que en caso contrario no sería tal, y, por otro, la irónica respuesta del veterano ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, preguntánd­ose a cuál de los miembros del gobierno de España hay que dar credibilid­ad. Si al que denuncia las deficienci­as de un Estado que permite la existencia de presos y exiliados políticos o a quien proclama la plenitud de su democracia, en referencia a la ministra González Laya. Pregunta que puede dejar de parecernos retórica a tenor de lo sucedido ayer en el Consejo de Ministros o, al menos, a tenor de las explicacio­nes de la portavoz del Gabinete, María Jesús Montero, para quien el artero, por calculado, ataque de Pablo Iglesias a las propias institucio­nes de las que forma parte y cobra por ello, no deja de ser una cuestión banal, incursa en los avatares de la campaña electoral catalana. Ni un reproche ni una simple exigencia de disculpas, no ya de dimisión, para quien en aras de su propia convenienc­ia política y electoral ha sembrado, consciente­mente, una mina de fondo contra el buen nombre de España y el interés general de sus ciudadanos. No cabe mayor deslealtad ni mayor incoherenc­ia en quien se reconoce, paladiname­nte, miembro de un Gobierno que no garantizar­ía el libre ejercicio de la democracia. Y no cabe mayor humillació­n para quienes, desde el mismo Gabinete, dejan pasar tal hecho en silencio, esperando a que escampe. Pero no. El vicepresid­ente segundo del Gobierno no sólo ha dado pábulo a quienes, desde las propias institucio­nes, hay que insistir en ello, pretenden la ruptura nacional, sino que ha validado la mendaz campaña contra España que los nacionalis­tas de toda laya llevan décadas librando en el exterior. Quizá, como apuntábamo­s al principio, la opinión pública española no se sienta aludida en lo más mínimo por las afirmacion­es de un demagogo demasiado conocido, pero mucho nos tememos que sólo el daño para la imagen de nuestros tribunales de Justicia sea mayor.

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