Un «Nuevo orden» en busca de la polémica
La cinta de Michel Franco es una muy controvertida distopía premiada en Venecia
Escribió Heidegger, dándole vueltas al por qué somos, que la clave estaba en la angustia, porque es «la disposición fundamental que nos coloca ante la nada». Sin el miedo no somos nadie, pero sin el miedo a perder porque nada tememos, nos podemos volver intocables. Esa es, más o menos, la tesis de la que parte «Nuevo orden», la nueva película del mexicano Michel Michel Franco. Después de ganar el Leoncino de Oro en Venecia y hasta disputarle el mismísimo premio mayor a la «Nomadland» de Chloé Zhao, el relato distópico de Franco, que imagina un México corrupto por el narcotráfico y el poder militar en el que el pueblo se harta y empieza a cortar cabezas, como no podía ser de otra manera, viene envuelto en polémica y ruido.
Desde el lanzamiento de su trái
ler, en el que muchos veían una demonización de las protestas callejeras, hasta un estreno tremendamente exitoso en México, incluso con la pandemia, la última provocación del director, dice, no está vacía de contenido: «Cuando voy al cine me gusta que me remuevan. Para eso pago una entrada. El chiste es que la provocación tenga sentido, vaya en profundidad y que no sea solo un provocar por provocar. Mi cine va más allá de eso. Si no, no hubiera ganado en Venecia. No me inquieta el señalamiento», explica orgulloso.
Desigualdad y corrupción
Lo cierto es que el color verde con el que los pobres manchan a los pudientes en el relato, más allá de un guiño a la bandera y al dinero, pasa por la transformación, ya real, de la democracia potente de los 90 en un Estado donde lo militar cada vez está más presente: «Si la película ha sido tema de discusión social en México, solo puedo estar feliz. Eso es lo que tenía que pasar, porque confronta al espectador con cosas de su realidad que le incomodan. Yo quería criticar la desigualdad social y la corrupción, pero hay quien en mi país se siente señalado», relata, antes de continuar: «México se ha ido militarizando en los últimos 15 años y cada vez la cúpula del ejército cobra más fuerza porque es la única manera que el gobierno ha tenido de tratar de controlar la situación y de plantarle cara al narco, que ha crecido mucho».
Gracias a una campaña publicitaria que la compara con «Parásitos» y a ecos críticos que ven en ella elementos de «Joker», bien podría entenderse como la última mención honorífica de un nuevo cine en el que, con mayor o menor acierto, se trata la desigualdad: «Más que una coincidencia temporal creo que existía una versión coreana y una americana de la misma moneda, y ahora tenemos la mexicana. Esto es apenas el principio de una serie de películas, porque vendrán más, que hablan de esa urgencia y esa necesidad de cambio en todos lados. Y cómo, al no atenderlo, los problemas seguirán escalando», remata, justo después de justificar la violencia explícita que salpica en un par de instantes el filme: «Es imposible hacer una película seria, que valga la pena y sea creíble, sin mostrar las consecuencias más violentas de un estallido social que llegue a esos límites. La película es una distopía y no un documental, así que me tomo las licencias necesarias para ver algo en pantalla que espero nunca llegue».