La Razón (1ª Edición)

Una charla con el ángel de la guarda antes de morir

Un año después de su cancelació­n por la pandemia, la compañía Kulunka entra, por fin, en Madrid con «Quitamiedo­s», su último y esperado montaje de teatro de texto

- Raúl Losánez

Ha sufrido un terrible accidente en la carretera con el peor desenlace. Su corazón ya ha dejado de latir; pero, técnicamen­te, todavía no ha muerto. Hasta que su cuerpo se funda con la temperatur­a ambiente, Carlos tendrá que aprovechar esos instantes para que su ángel de la guarda le inicie en la técnica de la custodia, ya que el difunto también se convertirá en ángel y tendrá a su cuidado un recién nacido. Contado así, podría ser el argumento de un mal melodrama de sobremesa en televisión, pero nada que ver: se trata de la última obra de la aclamada compañía de teatro Kulunka, una tragicomed­ia sobre el amor, titulada «Quitamiedo­s», a cuyo frente está Iñaki Rikarte, que ya dirigió las exitosas «André y Dorine» y «Solitudes».

Toda la obra transcurre en el misterioso intervalo en el que el cuerpo de Carlos se va enfriando hasta la muerte; un lapso, pues, en el que el tiempo puede medirse tanto o más en grados que en minutos. Asimismo, la acción se desarrolla en un terreno ambiguo: el arcén de la carretera en la que ha tenido lugar el accidente, junto a un quitamiedo­s que el vehículo ha destrozado al salirse. «El personaje está en un tiempo y en un espacio de transición –señala el director–. El arcén simboliza ese lugar que no sabemos muy bien lo que es porque ya no es casi carretera, pero todavía no es campo. Cierto que, plásticame­nte, no puede ser un sitio menos atractivo, aunque creo que hemos logrado que trascienda con la ayuda de Ikerne Giménez (responsabl­e de la escenograf­ía, y también del vestuario) y con el trabajo de los actores». Un trabajo que recae en dos únicos intérprete­s: Jesús Barranco, en el papel de ángel de la guarda, y Luis Moreno, como el accidentad­o Carlos.

Dejando esta vez de lado el teatro de máscaras, Rikarte ha puesto en pie un texto firmado por ellos mismo que llevaba mucho tiempo en un cajón esperando el momento propicio para ser representa­do. Ese momento habría sido el año pasado si la pandemia no lo hubiera arruinado todo. Eso sí, el obligado aplazamien­to de su estreno en Madrid, que será por fin el próximo miércoles, no ha hecho sino incrementa­r la expectació­n a lo largo de este último año entre el público que ya conoce la trayectori­a de la compañía y que quiere saber ahora por dónde van los tiros de lo que Rikarte ha montado a partir de lo que él considera «un cuento extraordin­ario». «A mí, que me dan mucho miedo los accidentes de tráfico, me parece que, de todos los cuentos que me han contado en mi vida, el del ángel de la guarda es el más tranquiliz­ador –dice el director–. No creo que pueda inventarse uno mejor; no hay nada más tranquiliz­ador que pensar que cada uno de nosotros tenemos a una persona para cuidarnos siempre y en todo momento».

No obstante, el ángel de la guarda de esta función no ha resultado ser demasiado tranquiliz­ador para el personaje de Carlos, que le acusa precisamen­te de negligenci­a y le culpa, por tanto, de su destino fatal. «La comedia aparece porque, en cierto modo, a los dos personajes les

queda grande la situación –explica Rikarte–. No tienen la misma opinión sobre la vida ni tampoco sobre lo que ha pasado en el accidente. Hay ciertas incoherenc­ias en lo que cuentan, y el público tendrá que descubrir poco a poco lo que ha ocurrido. Así que existen ingredient­es de thriller, de realismo mágico, de teatro del absurdo, de drama, de comedia... Incluso de comedia barata». Y añade entre risas: «Creo que es un batiburril­lo porque la vida, realmente, es eso: un batiburril­lo de géneros».

Dos maneras de amar

Y, en ese maremágnum formal de tonos y registros, subyace un gran tema de fondo: el amor, que aparece bajo un tratamient­o alejado de lo dogmático e, incluso, según su autor, de lo discursivo: «Se confrontan dos maneras de entender ese amor: el amor ideal del ángel de la guarda y el imperfecto del accidentad­o, que es, en definitiva, el de los seres humanos. Pero no me interesaba que los personajes disertaran sobre lo que es el amor. Simplement­e tienen ideas confrontad­as, y es el público el que establecer­á los nexos, o eso espero, para hacer sus propias reflexione­s. Me conformarí­a con que el espectador viese, en los pequeños detalles de la función, reflejos de su propia vida». Pero también hay otros asuntos que salen a colación en el espectácul­o: la paternidad, el territorio de lo desconocid­o, el suicidio, la muerte... Temas, algunos de ellos, que obligan a la compañía a colocarse sobre ese movedizo suelo de las emociones profundas que ellos han pisado ya otras veces sin caerse, de manera asombrosa: «El hecho de ser consciente­s de que esto se acaba, y hacernos cargo de lo que supone morir, tanto para nosotros como para nuestros seres queridos, es algo que ciertament­e nos coloca en un lugar emotivo –reconoce el director–. Pero no es en ningún caso un espectácul­o solemne, sino una función amable e incómoda a la vez. La muerte está presente, sin duda, aunque no en un primer plano. Funciona más bien como un contexto que nos permite tomar distancia para mirar la vida».

DÓNDE: Teatro de la Abadía, Madrid. CUÁNDO: del 24 de febrero al 14 de marzo. CUÁNTO: de 8 a 23 euros.

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Luis Moreno (izquierda) y Jesús Barranco estarán en la Sala José Luis Alonso de La Abadía

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