La Razón (1ª Edición)

Ruta por Zaragoza, inmortal, bella e inolvidabl­e

Acogedora y vibrante, la capital aragonesa se convierte en una escapada perfecta en tiempos de pandemia gracias a la amplitud de sus calles y sus generosas zonas verdes

- MAICA RIVERA ‐

«El«El tiempo también pinta», frase del célebre artista zaragozano Francisco de Goya. Podría interpreta­rse que con estas palabras quiso dejar constancia de la historia de una ciudad que fue tan importante para él: Zaragoza. En ella, monumentos, calles y plazas se dan cita en forma de lienzos de una belleza difícil de describir.

Sí, así es Zaragoza, una ciudad cuyo pasado le ha otorgado los títulos de Muy Noble, Muy Leal, Muy Heroica e Inmortal, valores que representa­n lugares como su Plaza de los Sitios, que debe el nombre a los heroicos actos de los zaragozano­s que tuvieron lugar durante la Guerra de la Independen­cia. De hecho, por el espíritu de lucha que envuelve a esta urbe, Zaragoza despierta, tanto en el viajero que la visita como en todo aquel que vive allí, emociones muy profundas al recorrerla, redescubri­endo a cada paso nuevos aspectos que pudieron pasar desapercib­idos en caminos anteriores.

La plaza del Pilar es, sin duda, uno de los mejores puntos de partida para conocer la capital maña, no en vano esta plaza es conocida con el sobrenombr­e de «el salón de la ciudad». Sorprende su inmensidad, de hecho, puede presumir de ser una de las plazas peatonales más grandes de Europa. En su interior alberga las dos catedrales de Zaragoza, así como otros edificios y monumentos emblemátic­os: la Lonja, el Ayuntamien­to, la Fuente de la Hispanidad y una escultura a Goya. A ella se accede por las calles Alfonso I y Don Jaime I, por algunas callejuela­s del casco histórico, por la Avenida de César Augusto y por el Paseo de Echegaray y Caballero. Por su ubicación y por sus diferentes conexiones se trata de uno de los rincones imprescind­ibles por los que hay que pasar para empaparse del alma de la ciudad.

Pero hay que pasar por esta plaza con calma y con tiempo suficiente para admirarla, pues en ella se alzan, imponentes, la Catedral del Pilar y la Catedral del Salvador de Zaragoza. La primera está considerad­a el templo barroco más grande de España; la segunda, conocida como la Seo, se caracteriz­a por los diversos estilos arquitectó­nicos que la forman, dotándola de un eclecticis­mo artístico de riqueza incalculab­le.

La ruta debe continuar por barrios tan emblemátic­os y animados como el Tubo. Situado en el casco viejo de la ciudad, se trata de un entramado de estrechas calles que alberga la principal zona de tapeo de la ciudad, y la de más solera, encontránd­ose allí establecim­ientos con más de cien años, donde comer y beber se convierte en una actividad cultural. El Tubo limita con la antes citada calle Alfonso I, que es la principal de toda la zona céntrica; en ella, destacan sus bonitos edificios y la diversidad de sus comercios, pues esta rambla nunca duerme y no importa la hora que sea, ya que siempre está llena de vida. Tiene un encanto especial, algo que la hace única y reconocibl­e: tiene alma.

ACARICIADA POR EL RÍO EBRO

Zaragoza se caracteriz­a por estar dividida en dos por el Ebro, su arteria principal que logra acariciar la urbe con sigilo. Más de diez puentes lo cruzan a su paso por la ciudad, siendo el más antiguo de todos ellos el Puente de Piedra, que desde el siglo XV hasta el XIX era prácticame­nte la única forma de pasar las aguas del Ebro. En la actualidad se trata de uno los puentes más representa­tivos de la capital aragonesa.

Esta ciudad tiene multitud de «tesoros», como la Casa de los Azulejos, conocida como Casa So-lans. Es, sin duda, el edificio modernista más bello de Zaragoza. Construida entre 1918 y 1921, siempre estuvo rodeada de un halo de curiosidad por su diseño. Hoy día se organizan visitas en las que se cuentan todos sus secretos. Pero no es la única, pues otra joya zaragozana es la Iglesia de la Magdalena, uno de los templos mudéjares más bellos y mejor conservado­s que pueden visitarse, así como la Basílica de Santa Engracia, el Palacio de la Aljafería, el Arco del Deán, el Patio de la Infanta…

Las palabras de Benito Peréz Galdós describen el carácter del pueblo zaragozano: «Zaragoza no se rinde. La reducirán a polvo: de sus históricas casas no quedará ladrillo sobre ladrillo; caerán sus cien templos; su suelo se abrirá vomitando llamas; y lanzados al aire los cimientos, caerán las tejas al fondo de los pozos; pero entre los muertos habrá siempre una lengua para decir que Zaragoza no se rinde». Por todo lo que ofrece, entre lo que destaca la calidez de sus negocios y el trato de sus gentes, viajar a Zaragoza o vivir en ella, es un despertar de emociones.

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El río Ebro marca el paisaje de Zaragoza, dividiendo la ciudad en dos
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TURISMO DE ZARAGOZA El casco histórico de la urbe invita a deleitarse con pequeños detalles históricos de gran belleza
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LUIS LACORTE Zaragoza presume de amplias calles sin aglomeraci­ones
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