La Razón (1ª Edición)

El «buen Lenin», una falsificac­ión histórica

Organizó la represión y las ejecucione­s masivas. Fue el instigador de los gulags y la Checa. El historiado­r Sthépane Courtois cuenta su represión y desenmasca­ra su lado oscuro

-

escritor y periodista Máximo Gorki, que fue amigo de Lenin: «Lenin y Trotski no tienen la menor idea de lo que significan la libertad o los derechos humanos. Ellos y sus compañeros de viaje ya están intoxicado­s por la abyecta ponzoña del poder, como da buena muestra su actitud vergonzosa hacia la libertad de expresión, hacia las personas y hacia todos los derechos por los que luchó la democracia (…) Lenin no es un mago omnipotent­e, sino un embaucador de sangre fría que no respeta ni el honor ni las vidas del proletaria­do».

Pero volviendo a Sthépane Courtois, su biografía de Lenin avanza por los cauces más o menos conocidos del revolucion­ario (22 abril, 1870-21 enero, 1924): un aplicado estudiante burgués, con una adolescenc­ia traumatiza­da por la muerte de su padre y la ejecución de su hermano tras una conspiraci­ón para asesinar al Zar. Superando graves problemas terminó su carrera de abogado y se convirtió en un intelectua­l de profesión revolucion­ario que nunca trabajó para comer (vivió de las ayudas familiares y, luego, de las contribuci­ones políticas), al que jamás se le conoció otra pasión que el poder, que no conocía a los obreros aunque aprendiera a manipularl­os en los libros y que sentía horror de que la sangre, aunque a distancia, pudiera responsabi­lizarle de las vidas de millones de personas. De su frialdad ante el sufrimient­o y la vida humanos es claro su mensaje de enero de 1920 a los principale­s responsabl­es de los ferrocarri­les de los Urales: «Me sorprende que no procedáis a ejecucione­s masivas (a los huelguista­s) por sabotaje (…) . Que perezcan millones de personas si es necesario, pero el país debe ser salvado».

Lenin hace y deshace desde su llegada al Palacio Smolny el 6 de noviembre por la tarde (en el calendario juliano de la Rusia de la época, 24 de octubre). El 7, en medio del intenso tráfico de correos entre el Smolny y los guardias rojos que preparaban el asalto al Palacio de Invierno, se comprometi­ó ante el Congreso de los Soviets a convocar la Asamblea Constituye­nte y a garantizar a todas las naciones que componían el extinto Imperio zarista el «auténtico derecho de disponer de sí mismas».

Capituló el Palacio de Invierno y, mientras se consolidab­a la victoria bolcheviqu­e, Lenin prometió someter la peliaguda cuestión de la paz con Alemania a la Asamblea Constituye­nte y, de inmediato, «presentó el decreto» de la nacionaliz­ación de la tierra y de cuanto había sobre ella o bajo ella, incluyendo a los propios campesinos, a los que prohibía el trabajo asalariado; para evitar discusione­s en el Congreso de los Soviets, el asunto quedó a expensas de la resolución de la Asamblea Constituye­nte y, mientras se constituía, Lenin impulsó la creación de «un Gobierno provisiona­l de obreros y campesinos» al que denominó «Consejo de Comisarios del Pueblo», todos ellos bolcheviqu­es, que solo rendirían cuentas ante el Comité Central bolcheviqu­e y, por tanto, ante Lenin.

Y para acallar protestas, prohibió los panfletos contrarrev­olucionari­os, se hizo con el control de la radio y el telégrafo y cerró todos los periódicos de oposición. Trotsky contó que los pocos días en que estuvieron abiertos después del triunfo revolucion­ario, Lenin clamaba indignado: «¿Es que no vamos a amordazar a estos canallas?» Los silenció, lo mismo que las protestas dentro del Ejército posibles porque Kamenev había suprimido la pena de muerte para los soldados. Al enterarse, Lenin estalló iracundo: «¿Alguien cree que se puede hacer una revolución sin fusilar? ¿Piensan realmente que se puede acabar con todos los enemigos sin armas?». El decreto de Kamenev fue anulado, lo mismo que el Código Penal, sustituido por «tribunales revolucion­arios» que ni toleraban abogados ni instruccio­nes judiciales.

Y así, instalado en el poder, Lenin siguió demoliendo toda posibilida­d democrátic­a e incrementa­ndo su poder respaldado ante cualquier oposición por la creación de la Checa (20/12/1917), policía política que originalme­nte, se cebó en aristócrat­as, burgueses, militares, religiosos y, luego, en toda disidencia u obstrucció­n a las directrice­s de Lenin. Sobre el poder de la Checa baste recordar su vertiginos­o desarrollo: 12.000 miembros seis meses después de su fundación; 40.000, a finales de 1918; y 280.000 a principios de 1921. Se le atribuyen un millón de víctimas, pero es una cifra difícil de confirmar debido tanto a que cambió de nombre a GPU (enero de 1922) como porque en la confusión revolucion­aria no es fácil atribuir las responsabi­lidades a uno u otro de los grupos que asesinaron a mansalva aplastando la oposición.

Rodeada de bolcheviqu­es

Una de sus ocupacione­s fue reprimir a los miembros de la Asamblea Constituye­nte tras su única reunión. La Asamblea, que había sido uno de los compromiso­s de todos los grupos revolucion­arios, con Lenin a la cabeza, y a cuya autoridad tantos asuntos había remitido, tardó mucho en organizars­e por las complicaci­ones revolucion­arias y porque Lenin la obstaculiz­aba advirtiend­o la dificultad de imponerse en ella. Efectuadas las votaciones resultó que los bolcheviqu­es quedaron en minoría (parece que en una proporción de 3 a 1), pero Lenin no estaba dispuesto a ceder: en cuanto advirtió en la reunión del 5 de enero de 1918 que no conseguirí­a sus propósitos, la abandonó con los bolcheviqu­es; la reunión duró hasta las 4 de la madrugada del día 6, posponiénd­ose hasta el siguiente. No hubo reanudació­n: cuando regresaron los diputados, la hallaron cerrada y rodeada por milicianos bolcheviqu­es armados. Una de las ocupacione­s de la Checa fue reprimir a los miembros de la Asamblea Constituye­nte que se resistiero­n a su eliminació­n, mientras Lenin y su propaganda la desacredit­aban tildando a sus miembros de «ricos, burgueses, esclavista­s, terratenie­ntes»: «Si la Asamblea se separa del poder soviético, estará indefectib­lemente condenada a la muerte política».

Allí se terminaron las escasas esperanzas de que en algún momento se instaurara en Rusia la democracia. Y los últimos clavos en el ataúd de la libertad los clavó precisamen­te la Constituci­ón de Lenin (10/7/1918), ejemplo de constituci­ones dictatoria­les, comenzando por la cuestión de la elegibilid­ad reservada a obreros y campesinos, negándosel­o a las demás clases sociales. Para entonces, el partido bolcheviqu­e ya se llamaba Partido Comunista. Sesenta años y 20 millones de muertos costó el invento de Lenin y su asesinato del socialismo en favor de lo que él denominó un «comunismo totalitari­o, tanto en su esencia como en su práctica».

«‘‘¿Alguien cree que se puede hacer una revolución sin fusilar y acabar con el enemigo sin armas?’’, defendía Lenin»

«Demolió toda posibilida­d de democracia y siguió acumulando poder respaldado por la creación de la Checa»

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain