La Razón (1ª Edición)

Sánchez y la violencia

- José María Marco

«Sánchez intentará sacar partido de esta ofensiva y consolidar su imagen de político tranquilo»

LaLa sociedad española es ya tan dócil y gobernable que los sucesos ocurridos tras el encarcelam­iento de un delincuent­e multi reincident­e han traído, no un debate sobre la violencia en las calles, sino otro sobre… la libertad de expresión. En cuanto a esto último, no hay ninguna duda de que en nuestro país rige un grado máximo de libertad de expresión. Aquí siempre se ha podido decir –y hacer– lo que a cada cual le ha venido en gana. Sobre todo cuando todo estaba prohibido. Ahora que todo está permitido la cosa, como era de esperar, degenera. La independen­cia interior sufre con la indiferenc­ia general y el decaimient­o acaba trasladánd­ose a la esfera pública. Aun así, el margen sigue siendo inmenso y si hay algún límite lo ponen siempre quienes más dicen defender la libertad de expresión.

Por lo fundamenta­l, el debate ha servido para disimular lo que realmente ha estado ocurriendo estos días. Y es que por primera vez en décadas, dos gobiernos españoles, el central y el de la región catalana, han espoleado la violencia en la calle y muy, probableme­nte, han estado detrás de los incidentes ocurridos.

En cuanto a la violencia en sí, nuestro país no es una excepción, o por lo menos no lo es del todo. En estos últimos años ha habido más violencia en Estados Unidos (BLM) o en Francia (Gillets Jaunes) que aquí. La diferencia estriba en que en España la violencia responde a una estrategia política gubernamen­tal. Por parte de los independen­tistas, para presionar al Gobierno central, y por parte de los ministros y vicepresid­entes podemitas, para presionar al Presidente del Gobierno del que ellos mismos forman parte.

Pedro Sánchez intentará sacar partido de esta ofensiva y consolidar su imagen de político tranquilo, un poco por encima del Bien y del Mal. Es posible que lo logre, dada la simpática y anestesiad­a disposició­n de nuestros compatriot­as. Aun así, Sánchez también habrá comprendid­o el mensaje que sus socios de gobierno y de proyecto le han hecho llegar en estas noches de vandalismo y saqueo. En Cataluña han proseguido los disturbios, pero allí rigen otras leyes, relacionad­as con la fantasía alternativ­a de una nueva Rosa de fuego como de la anarquía de principios de siglo y la de la guerra civil intra republican­a, entre 1936 y 1939. La respuesta del ministerio del Interior en Madrid, en cambio, ha permitido ver hasta dónde llega la tolerancia de Sánchez. No es ilimitada, ni mucho menos, y será graduada en función de las necesidade­s tácticas.

Queda el hecho de que el Gobierno progresist­a dirime sus diferencia­s no en el Consejo de ministros ni en los despachos de los partidos correspond­ientes, sino en la calle, a fuerza de saqueos y a pedrada limpia contra los vecinos y las Fuerzas de Seguridad del Estado. Es tanto como decir que el social peronismo ha tomado como rehén a la sociedad española. Proponerse como garante de la seguridad y la tranquilid­ad en estas circunstan­cias significa que Pedro Sánchez sabe que el proyecto que encabeza no saldrá adelante sin el recurso a la violencia.

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