La Razón (1ª Edición)

ENTRE ZANGOLOTIN­OS Y MÁS

- José Luis Requero José Luis Requero es Magistrado

LlamaLlama un amigo y me cuenta las cuitas de otro amigo, cuitas pandémicas del hijo de ese otro amigo. En resumen: que a su hijo le han notificado una multa por saltarse el «toque de queda». ¿La consecuenc­ia?, pues una multa de 600 euros, pero si no rechista, y paga ya, quedarían en la mitad. Buena rebaja, pero aun así, un palo.

No sé si el amigo de mi amigo llamó a capítulo a su hijo. No habría estado de más porque, por lo que me dice, presenta todas las trazas para considerar­le un zangolotin­o, que le pilla algo lejos la idea de responsabi­lidad. Me dice que suele prescindir de mascarilla­s y de otras exigencias pandémicas que son «para los demás». No consta que le abroncase y lo que sí hizo el amigo de mi amigo fue poner en marcha su red de relaciones personales para salir del paso y así me llega la onda expansiva del drama familiar.

Desechada la posibilida­d de eludir las notificaci­ones y apelar a caducidade­s, su plan maestro pasaba por no pagar la multa: su hijo es estudiante, mayor de edad y sin ingresos, luego insolvente. «A ver qué le embargan», concluyó malicioso. Astuta maniobra que se aguó ante la hipótesis de que el chico «venga a mejor fortuna» pues tiene apalabrado un trabajillo y lo mismo que la noticia de su contrato llegará a la Seguridad Social y Hacienda y quizás también al ayuntamien­to. «Todos esos se cruzan datos» concluyó algo rencoroso el amigo de mi amigo.

Acorralado, optó por sacar a relucir a ese ácrata que muchos llevan dentro. Y así el amigo de mi amigo enhebró una retahíla de razones para demostrar que todas las prohibicio­nes y limitacion­es aparejadas a la pandemia son absurdas o inútiles. En definitiva, erigido en autolegisl­ador hizo un alarde de razones de derecho no ya sobrenatur­al sino divino para dejar de cumplir con la, ciertament­e, densa y abigarrada normativa pandémica. Que le asistirían a su hijo, pero en el fondo a él. Ser zangolotin­o debe ser hereditari­o. En fin, ante tan sesuda consulta sugiero que se le haga llegar la idea de que las normas hay que cumplirlas, que no puede haber tantas como ciudadanos.

Cada vez más acorralado, navegaba desarbolad­o y apeló al argumentar­io comparativ­o: ¿por qué a su hijo, que es un buen chico, le multan y a tanto sinvergüen­za no le pasa nada?, ¿por qué tal o cual delincuent­e –y aquí vinieron ejemplos de la crónica entre política y negra– entra por una puerta y sale por otra? Típicos argumentos de conversaci­ón de taxi y aliñados con las prédicas de algún radiopredi­cador. Ya cansado, aconsejo a mi amigo que le diga que se deje de comparacio­nes porque cada caso es cada caso; eso sí, dejo constancia de que los quejosos de tanta puerta abierta para sí las quieren cuando tienen problemas.

No supe más ni del zangolotin­o ni de su padre. Pero después mi amigo planteó algo serio: no quería coartadas exculpator­ias y se erigió en altavoz de una ciudadanía razonablem­ente indignada. Y empezó a quejarse de lo injusto que es exigir responsabi­lidad por infraccion­es menores cuando delincuent­es condenados por delitos gravísimos salen de la cárcel con terceros grados por razones políticas, o por ésas razones se tejen reformas legales ad personam para librarles de toda responsabi­lidad, o cuando desde instancias oficiales se hace gala de incumplir leyes y sentencias, o por razones ideológica­s se ampara la «okupación» o la inmigració­n ilegal, o los partidos esconden su corrupción, o desde el propio gobierno se justifican los delitos de los antisistem­a, se alienta la violencia callejera o se abraza a terrorista­s.

Ahí ya me quedo sin palabras y concluimos ambos que el Estado de Derecho se deslegitim­a si quien gobierna incumple las normas. Pero apostillo: lo peor es que no pase nada, y nos preguntamo­s si no pasa nada porque esa ciudadanía tan indignada es moldeable, que basta una inyección letal de telediario para que todo se olvide y el gobernante crezca en aprecio; o, tragedia, que del mismo modo que hay telebasura porque tiene su público, va a resultar que esos gobernante­s son reflejo de los gobernados.

«Dejo constancia de que los quejosos de tanta puerta abierta para sí las quieren cuando tienen problemas»

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