Facilona Fachalona
HuboHubo una vez (va a ser una anécdota personal) en que, siendo joven, me enamoré de una mujer de Valladolid. Yo era un músico catalán itinerante y, durante una gira por su región, la conocí. Nos casamos y tuvimos una descendencia preciosa. El noviazgo fue complicado porque cada uno trabajaba en diferentes ciudades. Nos pasamos la mayor parte o bien viajando yo allí, o bien visitando ella Barcelona. En una de esas visitas, cuando debía volver a su domicilio, fuimos a las taquillas de Paseo de Gracia a comprar su billete. Pedimos un ticket para Valladolid y el taquillero nos contestó: «¿Fachadolid?». Evidentemente, aquel cerebro retardado quería hacer broma, pero no sé si era consciente de que trabajaba de cara al público y podía ofender a usuarios, exponiéndose a posibles quejas y comprometiendo a la empresa pública que representaba. Nosotros estábamos enamorados, éramos jóvenes, felices y sonrientes. Nos miramos y decidimos ignorar al taquillero desgraciado para no amargarnos la tarde en la estéril tarea de darle la bronca que se merecía y pedir el libro de reclamaciones. Después de ignorarlo y abandonar la taquilla ella, con la elegancia majestuosa que le caracterizaba, tan solo comentó: «¿Este imbécil realmente creerá que lo que hace a la gente fascista es su lugar de nacimiento?». Esta semana viendo a los violentos hacer el matón una vez más por las calles de mi ciudad natal me he acordado de aquel episodio. Desde luego, hoy en día todos sabemos que la palabra «facha» ha sufrido tal desgaste y devaluación –por usarla con frivolidad gratuita– que ya no significa nada. Pero del mismo modo, a nivel de calle, todos sabemos también ya perfectamente que existen tanto fachas de derechas, como fachas de izquierdas e incluso fachas anticapitalistas. Me entristece, como catalán, tener que preguntarme si aquel taquillero de mi juventud podría estar perfectamente ahora proponiendo billetes para «Fachalona». Porque no hay nada más fascista que exigir la muerte de alguien y las ciudades cogen fama de las más diversas lacras muy rápidamente. Parece mentira que todavía hoy, en pleno siglo veintiuno, tengamos que seguir recordando algo tan obvio como que no se debe matar.
«Las ciudades cogen fama de las más diversas lacras muy rápidamente»