PUTIN SÍ QUE SABE CÓMO VENDER UNA MOTO
NoNo hagan demasiado caso a las gentilezas del presidente ruso, Vladimir Putin, para con su protegido, Alexandr Lukashenko, el dictador canónico de Bielorrusia. A nadie se le escapa que la supervivencia en el poder de quien, no hace tanto, galleaba frente a las «maniobras desestabilizadoras de Moscú», depende de las ayudas millonarias de la vieja madre Rusia para sostener una economía que si ya estaba en crisis, la pandemia de coronavirus ha acabado de hundir. Que te ocurra eso cuando tienes a la mayoría de la población en contra, contenida a base de represión y mirando de reojo a los prósperos vecinos occidentales, bien merece un par de agradecidas visitas a Moscú, aunque la Prensa te reciba al grito de «ya viene otra vez a pedir dinero». El caso es que a Lukashenko no le queda otra que comprar la moto, en este caso de nieve, que le vende Putin. Por supuesto, nuestro espejo de tiranos sabe lo que su amigo Putin tiene en mente: la integración paulatina de Bielorrusia en Rusia, primero a nivel económico comercial, luego, institucionalmente, incluidos, un supervisor bancario único y la cesión de la gestión energética. Las negociaciones estaban muy avanzadas cuando Lukashenko, al tanto de los movimientos de la influyente facción prorrusa del país, que pretendía pastorear la transición política, pisó el freno, y decidió mantenerse en el poder por el método que le ha hecho famoso de las elecciones a la Búlgara pero que, esta vez, ha traído la contestación masiva de la población y una amenaza en el equilibrio estratégico regional, que Putin está gestionando con su habitual maestría.