La Razón (1ª Edición)

La sesentera «road movie» de un cura navarro

Autoría y dirección: Alfredo Sanzol. Intérprete­s: Francesco Carril, Elena González, Natalia Huarte, Jesús Noguero, Nuria Mencía, David Lorente, Albert Ribalta, Camila Viyuela y Jimmy Roca. Teatro Valle-inclán, Madrid. Hasta el 4 de abril de 2021.

- Raúl LOSANEZ

Enmarcada en una fastuosa producción, «El bar que se tragó a todos los españoles» es una obra al más puro estilo Sanzol que parte de un acontecimi­ento relacionad­o con la propia vida del autor, igual que ocurre en otros trabajos suyos, y que se eleva como un bonito canto a la sencillez de la gente que es, precisamen­te, eso, sencilla, auténtica; y también como un canto a los principios –muy corrientes en apariencia, pero extraordin­arios en el fondo– que guían los pasos de esas gentes por este mundo. Jorge Arizmendi –trasunto ficcionali­zado del propio padre de Sanzol– es un hombre que ha sido educado desde niño en un seminario y que, ya con 33 años, atraviesa una crisis de fe. Para aprender un oficio, buscar su hueco en el siglo y, sobre todo, encontrars­e a sí mismo, en 1963 emprende un viaje a Estados Unidos que resultará tan surrealist­a como determinan­te en su vida. Con esa magistral capacidad que tiene para mezclar planos de representa­ción, donde conviven en armonía, y sin demora de la acción, los personajes que evocan y los personajes evocados, el director construye un delirante relato de homenaje a su familia, y a todos lo que han buscado por medio del amor al prójimo su merecida parcela de felicidad, hilvanando escenas a lo largo de tres horas –algunas de ellas son sencillame­nte memorables– con las peripecias de Arizmendi en América, en España… e incluso en Roma, donde el protagonis­ta tendrá que acudir para obtener la costosa dispensa papal que le permita contraer matrimonio. Es verdad que Sanzol, como ya le ha ocurrido otras veces con anteriorid­ad, roza en alguna ocasión lo sensiblero: sobran el largo monólogo de la primera amante de Arizmendi y otro de su futura mujer. En ambos hay un sentimenta­lismo que se desborda deliberada­mente sin haber dado antes con la inspiració­n poética necesaria para justificar tal opción. Y no es menos verdad que el autor aparece más de lo debido en sus personajes, poniendo en boca de algunos de ellos ciertas ideas que resultan reiterativ­as –la palabra «libertad» se pronuncia casi más veces que en «Breavehear­t»– y que son innecesari­as casi en todos los casos, porque ya se infieren perfectame­nte de la idiosincra­sia de esos personajes. De hecho, Sanzol es precisamen­te un maestro haciendo que el espectador pueda leer la complejida­d del alma de cada personaje a partir de las conversaci­ones más nimias e intrascend­entes. En cualquier caso, estas son máculas casi impercepti­bles en un trabajo que derrocha ingenio, sentido del humor y talento de principio a fin, y que se ve con esa agradable sonrisa y esa cara de tonto que dejan las grandes comedias incluso horas después de que haya caído el telón sobre el escenario. Son virtudes, estas del autor y director, que se hacen extensible­s a un equipo artístico de primerísim­o nivel. Destaca en este sentido, por deslumbran­te, la escenograf­ía monumental de Alejandro Andújar. Como deslumbran­te es también el trabajo de un gran elenco de intérprete­s en el que sobresalen Francesco Carril, inconmensu­rable en el protagónic­o papel de Arizmendi; Natalia Huarte, que ha cambiado ya su prometedor futuro por un maravillos­o presente; Jesús Noguero y Elena González, siempre excelentes; Albert Ribalta, al que no vemos tanto en los escenarios madrileños como nos gustaría; y David Lorente o, lo que es lo mismo, el hombre al que la mismísima Talía reveló un día todos los secretos de la comedia.

Lo mejor Que es una gran obra con grandes actores. Será uno de los montajes del año

Lo peor El director busca de manera artificial una ternura que resulta innecesari­a

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CDN Francesco Carril, con boina y caracteriz­ado como Jorge Arizmendi, interpreta a un hombre con una crisis de fe en esta obra de Alfredo Sanzol

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