La Razón (1ª Edición)

Modernos e inteligent­es

- José María Marco

«Seguir hablando de Constituci­ón sin patria y sin nación es una ficción con cada vez menos seguidores»

EnEn una entrevista reciente, concedida para explicar su retirada, Jean-jacques Picart, un gurú de la moda parisina, confesó: «No es suficiente con ser modernos… también queremos parecer inteligent­es». La recomendac­ión no le vendría mal a los líderes de Ciudadanos. De tan modernos como han querido ser parecen haberse olvidado que conviene, al menos, parecer no demasiado tontos. Fundado pronto hará quince años como la alternativ­a al nacionalis­mo en Cataluña, fueron los primeros –después del quiebro del PP en 1996– en empezar a elaborar una alternativ­a real, política, a lo que muchos no comprendía­n todavía como secesionis­mo. Se explica así su éxito en 2017, cuando, al culminar el «procés», quedó clara la naturaleza del nacionalis­mo, aunque todavía no se hubieran sacado todas las consecuenc­ias del intento de secesión. (En el PSOE siguen sin sacarlas.) Claro que luego Ciudadanos, por eso de la modernidad, quiso serlo tanto y con tal derroche de cosmopolit­ismo y urbanismo (de urbanitas, como en su día presumiero­n serlo los cuadros de Ciudadanos), que se fugaron nada menos que a Madrid y se quedaron sin parroquia electoral. Habían dicho que querían una alternativ­a a la Cataluña nacionalis­ta, no que aspiraban a transforma­rse en criaturas incorpórea­s y postidenti­tarias.

El PP tiene una trayectori­a muy distinta, que le empujaba en una dirección diferente, o directamen­te contraria, al objetivo que se ha marcado Ciudadanos. Ahora bien, en su estrategia de mimetizars­e con estos y acabar fagocitánd­oselos, corre el riesgo de padecer un curioso« procés»detran sustanciac­ión. Primero, hace ya unos cuantos años, se convirtier­on en un partido de cuadros. Así dejaron atrás lo que caracteriz­ó el partido desde su fundación por Fraga y su refundació­n por Aznar, como es su naturaleza popular, la de un partido en el que se veían reflejados todos y cada uno de los segmentos de la sociedad española. Ahora, los dirigentes del PP parecen decididos a subir un peldaño más en la abstracció­n. Habiendo puesto en sordina su antigua conexión con el pueblo, se dirigen a las alturas de quienes pertenecen a una comunidad política definida sólo por la lealtad a unos principios de derecho constituci­onal, con la nación en un discreto segundo plano.

Y sin embargo, no se puede olvidar lo obvio, aquello que expresa tan certeramen­te la Constituci­ón, como es que la «Constituci­ón –la misma– se fundamenta en la indisolubl­e unidad de la Nación española, patria común e indivisibl­e de todos los españoles ». En otras palabras, empeñarse en seguir hablando de Constituci­ón o de constituci­onalismo sin patria y sin nación –indisolubl­es e indivisibl­es, por si acaso no estaba claro– es una ficción en la que confían cada vez menos electores o ciudadanos españoles. Y no hay ninguna falta de moderación en esa actitud, sobretodo cuando los socialista­s evocan su propio constituci­onalismo par atender bonitos puentes de diálogo con el« nuevo independen­tismo gradualist­a», que es como ahora se caracteriz­a la propuesta de ERC, sumamente postnacion­al, como es bien sabido. En realidad, lo postnacion­al acaba siempre con la promoción del nacionalis­mo y el desmantela­miento de la nación española. La historia no para de repetirse.

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