La Razón (1ª Edición)

Generación X

- Alejandra Clements

MiMi padre siempre decía que yo era hija de la democracia. Y sí, nací en plena Transición, en la España de finales de los 70, la de los pantalones de campana y el ambiente de cambio; la que buscaba recolocars­e en el mapa y no era del todo consciente de que empezaba una de las mejores épocas de toda su Historia. Casi diez millones de españoles (los nacidos entre 1972 y 1982) formamos eso que se termina consideran­do una generación: en este caso, la X. Durante estos días de aniversari­os y hemeroteca­s, quienes no sentimos el miedo, las dudas y la incertidum­bre de la noche del 23-F, y únicamente revisitamo­s aquellos hechos a través de lo leído, visto y oído a posteriori, corremos el riesgo de normalizar­lo, de creer que el final de aquella asonada fue el único que era posible. Quizá podamos caer en la tentación de naturaliza­r, incluso, todo lo que vino después. La generación X (a la que se podría sumar también parte del final del

baby boom y el inicio de la siguiente, la Y) comenzó en la vida al alza: años de progreso continuo y constante en los que nuestro país se democratiz­aba, crecía, mejoraba. España era una fiesta, como si recreásemo­s a Hemingway a cada rato. La entrada en Europa, mejoras sociales, el estreno de infraestru­cturas, la eclosión de la modernidad en la cultura y, por supuesto, el olímpico e internacio­nal comienzo de los 90. Difícil no contagiars­e de la euforia y de la permanente escalada de bienestar. Y todo eso era, simplement­e, lo normal. La sociología apunta que la ingenuidad de quienes nacen en épocas de prosperida­d puede convertirs­e en un lastre que no prepara para el inevitable choque de realidad (rememorand­o esos Reality Bites de Winona Rider y Ethan Hawke, que tan bien retrataron aquel momento generacion­al y tan mal llevan el paso de los años...). Un exceso de confianza debilita la conciencia de responsabi­lidad colectiva frente al impulso individual y coquetea con el olvido de ese pacto intergener­acional (implícito e imprescind­ible) que consiste en mejorar lo recibido. Aún está por demostrar que esta generación alcance la altura de su herencia y, además, perfeccion­e el legado. Es tiempo de despejar la incógnita de la X que le da nombre. El momento es ahora.

Es tiempo de despejar la incógnita e impulsar el gran legado de la Transición

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