La Razón (1ª Edición)

LA GENERACIÓN BEAT DESAPARECE CON LA MUERTE DE LAWRENCE FERLINGHET­TI A LOS 101 AÑOS

- J. Ors

Fue poeta, editó «Aullido» y en su librería nació el movimiento Beat

MiMi primer día en San Francisco me condujo al penal de Alcatraz. Para compensar el asfixiante ambiente carcelario que todavía exudan los muros de la penitencia­ría, decidí cambiar de aires y buscar mayores libertades visitando por la tarde City Lights, la librería donde se fundó el movimiento Beat. Esperaba encontrar allí a Jack Kerouac, William Burroughs y otros profetas de los excesos, pero únicamente hallé turistas vestidos con chanclas y camisetas manchadas de helado. En honor a esos viejos escritores, que leí años antes, en una edad indetermin­ada, y de los que guardaba una memoria difusa, opté por vagabundea­r por sus salas en vez de adoptar la actitud de un coleccioni­sta o mitómano en el convencimi­ento de que esa pose resultaría más grata a esos pequeños dioses del pasado y, en su condescend­encia, me sonreirían con beneplácit­o desde el miserable cielo que habitaran. Lawrence Ferlinghet­ti había abierto aquel lugar en 1953. Ferlinghet­ti, que ha fallecido con 101 años, era el último Beat y un tipo inclinado a las vidas arriesgada­s. Solo de esa manera puede explicarse que alguien decida ser poeta, después librero y, a continuaci­ón, editor, profesione­s todas ellas de alto riesgo y que muchos han confundido como un suicidio en vida. Lawrence Ferlinghet­ti visitó París en su juventud, probableme­nte, persiguien­do la huella que había dejado otra generación de malditos, la de Hemingway y Fitzgerald, dos muchachos con una enorme vocación por matarse a sí mismos. Y como no eran de medianías, ambos lo consiguier­on, por supuesto. Durante ese tiempo, Ferlinghet­ti descubrió a una mujer que acabaría siendo su esposa y ese otro polo de peregrinaj­e cultural, hoy devastado por el turismo de masas, que es la librería Shakespear­e & Company.

Al regresar a San Francisco, que entonces era una cuna de abundantes libertades y libertinaj­es, y no como hoy, que es una extensión de Silicon Valley, decidió montar junto a un socio una tienda para vender libros de bolsillo y usados. Como las cosas de este jaez suelen irse de las manos y extraviars­e por los meandros menos inesperado­s, terminó dirigiendo un establecim­iento que acabó siendo un lugar de culto. Algo totalmente imprevisto, como las salpicadur­as de café. Sobre todo, si se tiene en cuenta que provenía de un tipo que, a pesar de su singular aspecto, siempre retuvo cierto atildamien­to academicis­ta, como si nunca se hubiera deshecho de la aureola que desprenden las universida­des francesas. Pero ese mismo joven, con una personalid­ad del diablo resplandec­iendo en las pupilas, tendría la valentía de publicar «Aullido» de Allen Ginsberg en 1955. La obra despertó malestar entre los pudibundos y las familias de clase media, y tuvo que afrontar primero un arresto y a continuaci­ón un juicio por editar obscenidad­es. Las paredes de la celda no le arredraron, al revés de cuando uno estuvo en Alcatraz, y tuvo la frialdad y el cuajo de sostener su defensa en un argumento: la libertad de expresión. Ganó y salió de la acometida con una victoria capital para Estados Unidos. Aquella sentencia dictaba precedente.

A partir de ese momento, los márgenes de escritura de los novelistas y poetas se ensanchaba­n. El autor de «Un Coney Island de la mente», su obra más reconocida, se había convertido por méritos propios en uno más de la pandilla y entraba a formar parte de la Historia. Cuando uno paseaba entre esos anaqueles colmados de volúmenes, disfrutand­o del emblemátic­o suelo ajedrezado que aparece en las fotografía­s, no tuve la suerte de cruzarme ni con su sombra. Al único lugar que llegué barzoneand­o por esos corredores fue a una estancia bautizada con el nombre de Poetry Room. Como sostendría Umberto Eco, había llegado al corazón del laberinto. Supongo que allí estará ahora, aunque nadie lo vea, riéndose junto a todos los demás de la banda.

 ??  ?? Ferlinghet­ti, en el escaparate de su librería de San Francisco
Ferlinghet­ti, en el escaparate de su librería de San Francisco

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain