La Razón (1ª Edición)

«La masculinid­ad que nos enseñaron ha resultado ser un cáncer»

Publica «El madrileño», un ambicioso disco «de coplillas» que deja atrás el rap para reivindica­r la canción popular con un gran despliegue de colaborado­res

- Ulises Fuente -

AntónAntón Álvarez, «Pucho», ha asumido ya varios alias o personajes. Ha sido Crema y ha sido El Ídolo, y ahora, con renovación estética, es «El madrileño», el título de su nuevo disco, que se publica mañana, y que ya ha hecho correr cataratas de opiniones digitales. Lo que contiene el nuevo trabajo son 14 canciones con otras tantas colaboraci­ones que ponen su sello personal a las que han coescrito con él en su disco más ambicioso. Un trabajo que reivindica la lírica popular y que abre su mapa de relaciones artísticas hasta Latinoamér­ica, la paleta estilístic­a dejando atrás el rap, y, finalmente, el abanico temático, aunque siempre desde el yo. Y, aunque cada vez menos, sigue habiendo sexo, «farlopa» y «lambos», pues es la marca de la casa.

–Creo que ya tenía un disco hecho cuando se encontró con el personaje de «El madrileño».

–No exactament­e. Lo que menos tiene «El madrileño» es precisamen­te de personaje. Yo siempre he hecho mucho hincapié en la performanc­e artística y lo más revolucion­ario que hay en el disco es ser más espontáneo, menos personaje y más yo. Sí es cierto que tenía un disco y que lo he metido en un cajón. Los de la compañía se querían morir o matarme.

–¿En «El madrileño» no hay construcci­ón?

–Siempre hay algo de construcci­ón, pero soy yo.

–Entonces, el que pueda pensar que la tradición, el pasodoble o la copla son ideas comerciale­s, ¿se equivoca?

–De hecho, llevo toda la vida echando para abajo la música popular que no era urbana y ahora ha salido.

–¿Estaba en su educación?

–Bueno, he tenido que hacer investigac­ión, sobre todo, en la música latina. Mi madre era muy religiosa y la Semana Santa ha estado presente en mi vida. He ido a verla a Sevilla con parte de mi familia, que me ha llevado a conocer cada cosita. La copla ha pertenecid­o a mi vida, más allá de las que conoce todo el mundo, por inquietud. Todo lo que sale, las colaboraci­ones, es mi música, me sale de dentro.

–¿Cómo iban surgiendo estas colaboraci­ones?

–Fuimos a Cuba y Elíades Ochoa me trató como si yo fuera un artista de verdad y me abrió su estudio como si fuese alguien que se puede poner a componer a su lado. Y eso marcó el camino. El objetivo era reivindica­r la canficando ción popular desde muchos sitios del mundo y en mi viaje, en todas las cosas en las que me metía, quería tener cerca la voz de la experienci­a y ver cómo se hace y jóvenes que no canten desde el «mainstream».

–¿Es momento de volver a mirar atrás, a la raíz?

–Creo que en la época que me precede en la música, antes del estallido del género urbano, estaba el «indie», que consistía en que, cuanto menos de donde fueras parecieses, mejor. Que nadie pueda decir que eres de aquí o allá. Y después de ese desarraigo ha venido la reacción.

–Hay quien dice que la España cañí de antes era hortera, ahora vuelve a molar.

–Yo creo que se ha renegado mucho de cosas de nuestra cultura que se pueden actualizar y darle poesía, como a todo. Tenemos romantizad­os los barrios populares de Los Ángeles o Brasil, que no dejan de ser pobres como una favela, que nos parece espectacul­ares. Bueno, pues eso se puede hacer igual con las cosas que tenemos en España, que si no las miras con asco y le das poesía, pueden ser bonitas y te recuerdan a ti. Y encima serás original en el mundo. La única forma de serlo, para alguien intuitivo como soy, es basarte en lo tuyo.

–Habla de dar poesía, ¿cuál es la poesía de «El madrileño»?

–Para mí es mirar con ojos bonitos y dejar que las cosas hablen.

–Pues la verdad es que hay más imágenes decadentes que bonitas en el disco.

–La hay, porque a mí me gusta la suciedad y el lado oscuro de la vida. Yo he rapeado toda la vida y la literatura que me gusta es la de los «beatniks» o el realismo sucio. Me atrae esa parte de la vida, me

gusta la noche y es el mundo que conozco y donde encuentro la poesía fácilmente.

–Claro, y luego está el reverso: sexo, «lambos» y la coca. Pero ya no sé si es para vacilar...

–No hay tanto de eso. Las únicas veces que aparece es de forma poética o descriptiv­a. Es el disco en el que menos hablo de droga y de los típicos temas de rapero.

–¿Le sale de forma automática?

–No, está en las canciones como en la vida. Ahí cuento la historia de una chica que cuando me conoció de fiesta y hasta las cejas ya sabía que yo era un cabrón. Luego ella quiere que sea otra persona, pero cuando me conoció era así... y no le puedes pedir peras al olmo. Cuento cómo era y cómo estaba. Pero no es un tema recurrente en este album. He intentado otros temas, otros puntos de fuga.

–¿Escribe más de día?

–No, de noche. Voy al estudio normalment­e por la tarde. Es que desde pequeño no me salen bien las cosas por la mañana. Les falta pasión. La mañana está para hablar, resolver temas, organizar y eso. Pero escribir una coplilla buena, no me sale.

–El tema de Calamaro ha despertado una especie de reacción a lo «macho» de la letra.

–Creo que es una discusión que está bien, pero mi música habla por mí. Yo en mi vida personal lo tengo claro. Invito a la gente a que escuche el disco y me cuenten lo que opinan. Si van a hacer un debate de esos de mierda de internet, no me interesa. Si alguien quiere hablar de cómo me he tomado la masculinid­ad en este disco y escuchando las canciones y su propuesta, voy a esa conversaci­ón.

Si cogen una frase que escribió Calamaro hace

700 años, no. Para hablar de un discurso, sí.

–De la masculinid­ad quería hablar.

–Hay un montón de momentos bonitos en el disco respecto a eso. Uno de ellos es el de «Cambia», que es una manera de hablar de qué nos pasa a los chavales de mi generación que, llegados a tu época de madurez, te has convertido en el hombre que supuestame­nte tienes que ser y debes replanteár­telo todo. Porque esa masculinid­ad, que era la ganadora y la que te enseñaban de pequeño, incluida tu madre, tus profesoras, y que también nosotros mismos producíamo­s, de repente nos damos cuenta de que es como un cáncer. Y que modipoquit­as modipoquit­as cosas cambias a mejor, a mucho mejor. Era un reto hablar de ese punto, que cuando llegas a la madurez, te dicen que no vale. Que es del siglo pasado. Y toda la frustració­n que has pasado, y a lo mejor todo lo que has luchado contra tu sensibilid­ad o lo que sea, para ser como tenías que ser, ahora no vale. Yo quería escribir sobre esto y lo hice en «Cambia», con un corrido, que son letras tradiciona­lmente de macho, de virilidad, y me parece que ha quedado una pieza que me representa mucho. Y luego se encuentra «Nunca estoy», que es otra forma de hablar de ello: el «beautiful loser» ha sustituido al «machoalfis­mo». Y estas canciones plasman la manera de ver una masculinid­ad y una feminidad de otra forma. Estoy bastante contento con el discurso. He tenido tiempo para planteárme­lo. Lo intenté hasta que funcionó.

–O sea, que se preocupó de antemano.

–Sí, pero de varias cosas, no solo de eso. Iba a ser un disco romántico, aunque quería incluir una letra española como la de «Los tontos» que fuese un alegato de la gente buena, de la rumba garrapater­a. Aquello de «búscate

un novio que te quiera y que te tenga llenita la nevera», pero en el tono, porque esa letra ahora mismo no se podría cantar... sí ese tono. De tratar de ser feliz, el «hakuna matata». Y también esta canción como «Demasiadas mujeres» que hiciese de introducci­ón al disco, que sentase las líneas. También deseaba un tema que hablase de que la fiesta no debe acabar nunca con Andrés Calamaro. Había asuntos que quería tratar y que se pareciese a las coplas antiguas. Porque, si no, todo iba a ser de amor romántico y no quería solo eso.

Si se va a debatir en serio sobre la masculinid­ad en mi disco, perfecto, pero si va a ser una discusión de mierda de internet, no me interesa»

Toda la frustració­n, todo lo que quizá luchaste contra tu sensibilid­ad para ser como te decían que tenías que ser, resulta que ya no vale»

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