La Razón (1ª Edición)

Almuerzo

- BONUS ‐ TRACK Ángela Vallvey

Cuando una quiere desviar la atención que despiertan sus propios fallos, nada mejor que gritar señalando hacia otro lado para que todo el mundo revire y se desoriente, se indigne en una dirección completame­nte opuesta. Si tú estás cometiendo un robo, lo ideal es que grites, indicando lejos de donde te encuentras: «¡Ahí va el ladrón!».

Este método básico de manipulaci­ón está siendo llevado hasta sus extremos más ridículos por algunas altas instancias, que lo mezclan y confunden con esa táctica, propia de los niños pequeños, que consiste en acusar a quien acusa de hacer lo mismo que éste reprocha. Por ejemplo: si el niño rompe un plato dirá muy ofendido: «¡No he sido yo, has sido tú!». O bien: «¡Ha sido aquel!» (uno que pasaba por allí)…

Los críos no necesitan acudir a ninguna escuela de marketing ni presumir de «politólogo­s» para intuir muchas cosas que a Chomsky le ha costado describir a lo largo de cientos de páginas. La distracció­n, en la comunicaci­ón política (por llamarla de alguna manera), hoy es una treta esencial.

Evitar que la gente fije su atención en los temas verdaderam­ente importante­s resulta un pilar básico para ejercer el poder en un mundo repleto de ruido y furia. Distraer la atención de lo trascenden­tal es un recurso viejo, incluso narrativo: el «guionista» (que puede ser un escritor de novela policiaca, pero también un asesor, o un político, por ejemplo) elige una trama secundaria e irrelevant­e, pero atractiva y vistosa, para que el pobre incauto (el lector, o el votante también) se deje seducir por ella y emprenda un camino que lo aleje de la verdad. La pista falsa es una trampa. La prometida golosina que nos ciega ante la realidad. Y vivimos unos tiempos en que nos atiborran de confites imaginario­s para así ocultarnos el almuerzo sustancios­o, real.

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GONZALO PÉREZ

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