Almuerzo
Cuando una quiere desviar la atención que despiertan sus propios fallos, nada mejor que gritar señalando hacia otro lado para que todo el mundo revire y se desoriente, se indigne en una dirección completamente opuesta. Si tú estás cometiendo un robo, lo ideal es que grites, indicando lejos de donde te encuentras: «¡Ahí va el ladrón!».
Este método básico de manipulación está siendo llevado hasta sus extremos más ridículos por algunas altas instancias, que lo mezclan y confunden con esa táctica, propia de los niños pequeños, que consiste en acusar a quien acusa de hacer lo mismo que éste reprocha. Por ejemplo: si el niño rompe un plato dirá muy ofendido: «¡No he sido yo, has sido tú!». O bien: «¡Ha sido aquel!» (uno que pasaba por allí)…
Los críos no necesitan acudir a ninguna escuela de marketing ni presumir de «politólogos» para intuir muchas cosas que a Chomsky le ha costado describir a lo largo de cientos de páginas. La distracción, en la comunicación política (por llamarla de alguna manera), hoy es una treta esencial.
Evitar que la gente fije su atención en los temas verdaderamente importantes resulta un pilar básico para ejercer el poder en un mundo repleto de ruido y furia. Distraer la atención de lo trascendental es un recurso viejo, incluso narrativo: el «guionista» (que puede ser un escritor de novela policiaca, pero también un asesor, o un político, por ejemplo) elige una trama secundaria e irrelevante, pero atractiva y vistosa, para que el pobre incauto (el lector, o el votante también) se deje seducir por ella y emprenda un camino que lo aleje de la verdad. La pista falsa es una trampa. La prometida golosina que nos ciega ante la realidad. Y vivimos unos tiempos en que nos atiborran de confites imaginarios para así ocultarnos el almuerzo sustancioso, real.