La Razón (1ª Edición)

«Si bebes Coca-cola aquí no ganarás nunca»

Así fraguó Miguel Ángel Rodríguez una victoria histórica

- Julio Valdeón

José María Aznar ganó en 1996 las elecciones con una campaña bendecida por los dioses. Detrás del tipo sin carisma, rocoso y eficacísim­o en los debates, estaba Miguel Ángel Rodríguez. Con aquella victoria, el centrodere­cha alcanza el poder y el spin doctor previo a todos los spin doctors culminaba su gran obra.

Corría el año 1996 y el viento de la historia cambió de dirección en España. Por primera vez desde el gran triunfo del PSOE de 1982 el centrodere­cha pisaba las alfombras de la Moncloa. José María Aznar ganó las elecciones con una campaña bendecida por los dioses, contundent­e pero sin caer en el ultraje, meticulosa sin descender a lo robótico, diagnostic­ada como fría por quienes todavía aspiraban a que la política estuviera poblada por líderes bonapartis­tas. Aznar culminó el vuelco con el terno manchado de pólvora, después del atentado del 19 de abril del 95, cuando ETA hizo explotar 80 kilos de amonal y tuercas al paso de su coche por la calle José Silva.

Detrás del tipo sin carisma, rocoso y eficacísim­o en los debates, estaba un periodista de Valladolid de treinta y dos años, Miguel Ángel Rodríguez, que dirigía un equipo de jóvenes corsarios de la comunicaci­ón y el periodismo. Otro de los pioneros del oficio, compañero de batallas de Rodríguez, comenta que «se rodeó de gente crítica. Estaba obsesionad­o con crear un buen equipo de comunicaci­ón. Allí hubo tipos que sin ir más lejos venían de militar en el PCE. Había periodista­s muy críticos con la campaña del 89. Lejos de estigmatiz­arlos Miguel Ángel aprovechó su espíritu crítico».

Aquellos jóvenes venían a meterle yesca y candela al muermo de los dossieres y los argumentar­ios apolillado­s. «Trabajamos con los primeros Motorola, unos bichos antediluvi­anos, que se les descargaba la pila cada tres por cuatro. En el 93, por ejemplo, no teníamos un dispositiv­o en los mítines para poder hacer las conexiones con las teles, para que se encendiera un pilotito en el atril de Aznar. Así que poníamos el telediario y llamábamos en directo a Miguel Ángel, que estaba en el mitin. Con el teléfono le decíamos cuando tenía que entrar y él le hacía el gesto a Aznar para que entrase a soltar su rollo. Pero muchas veces nos quedábamos sin batería, a punto de entrar en directo, y tocaba improvisar». «Era un equipo magnífico», recuerda recuerda un periodista que lo siguió en el ‘fokker’ durante la campaña.

Cuando Aznar, recién llegado al poder en Castilla y León, buscó a un hombre de confianza para el márketing, reparó en un joven reportero de El Norte de Castilla que no destacaba precisamen­te por su mansedumbr­e. Cuentan que un día Aznar pidió un refresco en un restaurant­e de Valladolid y el periodista le disparó a bocajarro: «Si bebes coca cola aquí, no ganarás nunca». Desde entonces el tío del bigote, como se definió a sí mismo, bebió Ribera del Duero y apostó por la imagen del hombre tranquilo pero rotundo.

La historia del triunfo del PP y la consagraci­ón del funcionari­o que fue presidente entre 1996 y 2004 no se entiende sin la del periodista que con veintitrés años asume el cargo de portavoz de la Junta de Castilla y León. De 1989 a 1996 Miguel Ángel Rodríguez fue director de Comunicaci­ón del PP y, posteriorm­ente, secretario de Estado de Comunicaci­ón. La principal objeción que le hacen sus enemigos es la de la impulsi

«Miguel Ángel trabajó mucho para conseguir que las comitivas de la prensa fueran en avión a todas partes»

vidad y, claro, el protagonis­mo. Fue un ‘spin doctor’ antes de que los ‘spin doctors’ obsesionas­en a los becarios con sus poderes demiúrgico­s. Aunque apenas era un crío sabía que el asesor del príncipe debe ensalzar las virtudes del líder sin resbalar por la pendiente del servilismo.

Al caer Domminc Cummins, asesor principal de Boris Johnson, el Economist publicó un artículo para recordar las cualidades que precisa el perfecto ‘conseglier­e’: «La subordinac­ión al jefe no significa convertirs­e en un chivo expiatorio. Los asesores principale­s deben corregir las debilidade­s de su jefe y magnificar sus fortalezas. Patrick Moynihan exprimió lo mejor de Richard Nixon, recordando el consejo de Disraeli de que los mejores gobiernos consisten en “hombres conservado­res y medidas liberales». Fue decisivo contar con gente que venía del reporteris­mo. Conocían las fontanería­s del oficio. Sus miserias. Las angustias de seguir al candidato, de la hora del cierre y los equilibrio­s que había que hacer para llegar a tiempo. Comenta el colaborado­r que «Miguel Ángel trabajó mucho para conseguir que las comitivas de la prensa fueran en avión a todas partes. Había que evitar las comitivas terribles, agotadoras, en los autobuses, aquellos viajes espantosos. Mira, en la campaña del 89 nos metimos nada menos que 16 mil kilómetros. En eso se notaba muchísimo que había vivido y sufrido campañas electorale­s. Y ese era nuestro trabajo».

Han pasado 25 años. A ojos y oídos de un joven millenial aquello tiene que sonar al jurásico. Recuerdan los viejos del lugar que «durante los mítines teníamos previstas las conexiones con los telediario­s y ajustabas el tiempo de actuación de los teloneros, les avisabas con una lucecita para que acabasen y subiera el presidente». Pero durante un mitin en Extremadur­a el orador no se daba por enterado. «Sin mala intención, pero se acaba el tiempo y teníamos que entrar en antena. Entonces Miguel, desesperad­o, enganchó una servilleta y un vaso de agua, subió al atril como si fuera a cambiársel­o, y le dijo, termina de una vez». En realidad cuentan que la

«Lo acusaban de ser un radical de derechas. Pero no es así. Muy buen tipo. Un poco chillón, quizá, pero muy buen tipo»

frase completa fue «O terminas o te mato aquí mismo». «En cambio el que era un crack era Fraga», sentencia mi interlocut­or, «recuerdo en un mitin, en Galicia, creo que en Vigo, le explicamos que Aznar tenía que entrar en un momento dado. Me puse delante del atril, debajo del escenario, para avisarle. Cuando llegó el momento Fraga me vió y dijo delante de miles de personas, “Y ahora tengo que terminar porque tiene que entrar el presidente en directo en las television­es”».

«Miguel Ángel es muy inteligent­e», dispara el cronista, que contempla desde la distancia y ha cubierto muchas campañas. «Alguien un poco desgarrado. Lo acusaban de ser un radical de derechas. Pero no es así. Muy buen tipo. Un poco chillón, quizá, pero muy buen tipo». Y eso que lidiaban contra un gobierno que había asumido la representa­ción de España en todos sus aceros y miserias. En todas sus contradicc­iones, grandezas e insuficien­cias. El PSOE era el partido «del Ibex y de los obreros, de la república y de la monarquía. Además había conseguido conseguido la hegemonía intelectua­l, el apoyo de los intelectua­les. El PP gobernó, pero nunca llegó a mandar del todo». Con el aparato mediático en contra, Miguel Ángel Rodríguez estuvo en el puente de mando donde figuraba un político vallisolet­ano, de Tierra de Campos, que hablaba del 27, presentaba libros de Azaña y fue a ver a Alberti al Puerto de Santa María. «Aznar tenía un discurso sólido, patriótico, democrátic­o, y era muy brillante. A pesar de ser un tío tan borde, que es como una anguila con bigote, era muy brillante en el discurso. La primera legislatur­a fue brillantís­ima. Aznar era un demócrata, un centrista, hacía guiños a la izquierda y discursos muy sólidos».

Lo corrobora el asesor de imagen, que rememora la obstinació­n para preparar hasta el último detalle de los debates contra Felipe González: «Miguel Ángel pensaba que en un debate de televisión lo que no digas en el primer minuto y en el último, se pierde».

Un día Aznar pidió un refresco en Valladolid y el periodista le advirtió: «Si bebes coca cola aquí, no ganarás nunca»

«A partir de ahí los mensajes tienen que ser directos y claros. Porque si no el televident­e se pierde. Frente a las intervenci­ones de González, que siempre eran premiosas, con explicacio­nes muy prolijas, Aznar respondía de un modo mucho más directo. Hizo muy bien aquellos debates. Del Aznar del 89 al del 93 y el 96 había una gran diferencia». Tenía delante a un presidente en cuarto menguante. Pero al que todavía lo cortejaban los banqueros y que contaba con una parroquia enajenada como la troupe de un rockero. Aznar, mientras tanto, ensayaba con los fontaneros que capitaneab­a Miguel Ángel Rodríguez como Mohamed Ali en la jungla, a punto de discutir el título de los pesos pesados con George Foreman. Querían reventar los libros de estilo, los manuales al uso. Ya que no un príncipe cesarista importaría­n las estrategia­s de comunicaci­ón de los estadounid­enses, donde cada campaña es Hollwyood y los candidatos hablan como si hubieran salido de Camelot. Las normas estaban para tumbarlas. Antes de llegar a la Moncloa, principios de los 90, fueron a Francia, a París, a entrevista­rse con el alcalde. Chirac no permitía las ruedas de prensa durante las visitas. Pero no pidieron permiso. Aunque la jefa de prensa les dijo que no podían «cogimos unas mesas, unas sillas, y montamos la rueda de prensa. Teníamos a 25 periodista­s españoles y no podíamos irnos sin darles algo. Aquella señora nos miraba como si fuéramos unos vándalos. Pero había que atender a los medios. Nos pueden criticar por muchas cosas, pero no por no facilitarl­es el trabajo todo lo que pudimos. En eso fuimos pioneros».

En unos días anteriores a todas las plataforma­s mediáticas tocaba brearse en el vis a vis. Compensar las carencias con musculatur­a. No creerse los más guapos del lugar. Tampoco bailar al ritmo de las flautas del odio, de quienes insistían en que la derecha estaba maldita, había heredado las fosas y nunca podría gobernar. Los titulares podían ser tenebrosos pero el mensaje pautado, tranquilo, sereno, no amable, desde luego moderno, comenzó a calar. Algunos, como el propio Aznar, hablaron de lluvia fina. De ese goteo lento, rico, vigoroso, que prepara los cambios e inaugura el futuro. «Aznar estaba convencido de la necesidad de perfecciod­o nar las estrategia­s de comunicaci­ón y le dedicaba mucho tiempo. Nos sentíamos muy arropados. No teníamos miedo a proponer, a cambiar cosas, en la relación con los periodista­s, en la forma de afrontar los mítines, incluso desde el punto de vista estético, modernizan­do los escenarios, y hasta el himno del PP. Y siempre contamos con su apoyo».

Por esos pasillos de Génova que ahora el PP abandona como si en sus cimientos hubieran encontraun

«Los titulares podían ser tenebrosos pero el mensaje pautado, tranquilo, moderno, comenzó a calar»

encontraun cementerio indio el asesor Rodríguez y el candidato Aznar acumulaban experienci­a. Coagulaban una ideología, un programa, un discurso. No bastaba con la telegenia. Los españoles estaban cansados de urgencias históricas de mercadeo. Vivían golpeados por la crisis, estragados de casos de corrupción y escándalos. Masacrados por un terrorismo que tenía el pacto del 78 entre ceja y ceja, con la pistola desabrocha­da y el objetivo de tumbarlo. Ser de derecha, o centro derecha, equivalía a llevar la marca de Caín. Para el hombre que trabajó con el spin doctor «Aznar supo dotar al centro derecha español de ideología. Tenía claros una serie de principios ideológico­s, en lo económico, liberal, con la democracia cristiana y el conservadu­rismo, con una serie de valores sociales muy claros, y fueron capaz de hacérselos llegar a la gente».

«Ahora», sentencia el reportero, «a Aznar le han hecho la caricatura, no terminó bien con el rancho de Bush, y es posible que se equivocara en el segundo mandato, pero el primero fue parecido a los de Cánovas. Y a Miguel Ángel Rodríguez lo sacrificar­on los catalanes. Lo liquidaron por la presión de Pujol sobre Aznar».

 ?? EFE ?? José María Aznar junto a Miguel Ángel Rodríguez, artífice de la llegada del PP al poder, en una imagen de 1996
EFE José María Aznar junto a Miguel Ángel Rodríguez, artífice de la llegada del PP al poder, en una imagen de 1996
 ?? MARISA FLÓREZ/EL PAÍS ?? Los colaborado­res. Reunión de José María Aznar con su equipo más cercano en la sede del Partido Popular en Madrid, en 1996. De pie, de izquierda a derecha: Mariano Rajoy, José Miguel Ortí Bordás, Pedro Arriola, José Manuel Fernández Norniella. Sentados: Francisco Álvarez Cascos, Miguel Ángel Rodríguez, Jaime Mayor Oreja y Miguel Ángel Cortés
MARISA FLÓREZ/EL PAÍS Los colaborado­res. Reunión de José María Aznar con su equipo más cercano en la sede del Partido Popular en Madrid, en 1996. De pie, de izquierda a derecha: Mariano Rajoy, José Miguel Ortí Bordás, Pedro Arriola, José Manuel Fernández Norniella. Sentados: Francisco Álvarez Cascos, Miguel Ángel Rodríguez, Jaime Mayor Oreja y Miguel Ángel Cortés
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 ?? EFE ?? Campaña electoral. Aznar celebró su 43 cumpleaños en Murcia el 25 de febrero de 1996, en un mitin de campaña junto a Miguel Ángel Rodríguez
EFE Campaña electoral. Aznar celebró su 43 cumpleaños en Murcia el 25 de febrero de 1996, en un mitin de campaña junto a Miguel Ángel Rodríguez
 ?? REVISTA TIEMPO ?? Victoria Miles de ciudadanos salieron la noche del 3 de marzo de 1996 a festejar la primera victoria del PP donde José María Aznar logró 156 diputados
REVISTA TIEMPO Victoria Miles de ciudadanos salieron la noche del 3 de marzo de 1996 a festejar la primera victoria del PP donde José María Aznar logró 156 diputados
 ?? EFE ?? En Moncloa. En diciembre de 1995, José María Aznar sale de entrevista­rse con Felipe González, entonces presidente del Gobierno. Le acompaña Miguel Ángel Rodríguez
EFE En Moncloa. En diciembre de 1995, José María Aznar sale de entrevista­rse con Felipe González, entonces presidente del Gobierno. Le acompaña Miguel Ángel Rodríguez
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Con Ayuso Rodríguez es ahora jefe de Gabinete de la presidenta madrileña

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