La Razón (1ª Edición)

Mateu, el silencio y las pipas

- JOSÉ MANUEL MARTÍN

CuandoCuan­do leo los datos sobre las pérdidas que el coronaviru­s ha provocado a restaurant­es, hoteles, cines, etc, me acuerdo de los empresario­s del girasol. Y lo digo por las toneladas de pipas que han dejado de consumirse por el cierre de los estadios. Ir al fútbol no es sólo el partido, que también, es un acto social que te reencuentr­a con amigos y te concede el contacto más directo posible con los colores de tu equipo, esos que no se pueden cambiar como el coche, el perfume o la pareja. Ir al fútbol es el cosquilleo previo, los nervios de los 90 minutos y el alivio o la decepción del pitido final. En los encuentros en el fútbol sobran las introducci­ones, como las de las series que Netflix, con buen criterio, te permite saltar. En el estadio, te cruzas con tu profesor de historia del instituto veinticinc­o años después de la última vez, y es como si el tiempo no hubiera pasado en cuanto os ponéis a hablar del partidito que hizo el otro día Marcelo. Por todo eso, cuando escucho que la cultura en teatros es segura y que el AVE puede ir hasta los topes mientras no se hable, me pregunto qué pasa con la reapertura progresiva de las gradas. ¿Qué problema hay cuando es algo al aire libre que reduce el efecto de los aerosoles? El Bernabéu cumple hoy un año cerrado desde aquel partido ante el Barcelona en el que tras el 2-0 de Mariano casi no podía entenderme con José, y eso que lo tenía al lado. Ahora, ir al fútbol es ir al silencio. Escuchas el balón pegar en el palo, silbar a Sergio Ramos y a Mateu Lahoz llamar a los futbolista­s por su nombre de pila, como si los conociese de toda la vida. Aunque sólo sea para evitar eso, que vuelva el público.

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