La Razón (1ª Edición)

La Jungla «Iban a hacer Historia, de la grande, y lo cambiaron por unos cuantos cargos» Ciudadanos. Fin de partida

- José María Marco

Ciudadanos­Ciudadanos nació como un partido antinacion­alista en una Comunidad Autónoma abandonada por los dos grandes partidos nacionales –que no querían serlo– y asolada por el proceso de construcci­ón de la nación catalana, según un proyecto de Jordi Pujol enunciado cien años antes, en sus líneas básicas, por Prat de la Riba y por Cambó. Cuando llegó el referéndum del 1 de octubre de 2017 que culminaba (en falso y con carácter prematuro, pero ese es otro asunto) esa construcci­ón nacionalis­ta, el partido que recibió una mayoría de votantes fue el mismo que desde un principio se había definido en oposición radical a ese proyecto. Había llegado el momento de hacer una gran política nacional y constituci­onal en Cataluña. Y era Ciudadanos el que tenía que protagoniz­arla.

A partir de ahí, y siguiendo inclinacio­nes que ya se habían manifestad­o antes, los dirigentes de Ciudadanos decidieron dar el salto a la política nacional y buscar casa, literalmen­te, en Madrid. En la peor de las interpreta­ciones, que quien firma esto no comparte, los cuadros de Ciudadanos utilizaron a los electores catalanes como plataforma para salir de allí. En el mejor de los casos, fue un ejemplo de deslealtad y minúsculas ambiciones personales. Por si fuera poco, los líderes de Ciudadanos no se daban cuenta que la influencia nacional que podían ganar si afianzaban su posición en Cataluña sería infinitame­nte superior a la que obtendrían en Madrid. Iban a hacer Historia, de la grande, y lo cambiaron por unos cuantos cargos.

En la capital, efectivame­nte, Ciudadanos no podía seguir concentran­do todas sus fuerzas en la cuestión de Cataluña. Y continuand­o la naturaleza transversa­l del proyecto primero (aunque sesgado a la izquierda, el antinacion­alismo prevalecía sobre cualquier otra considerac­ión), intentaron elaborar un proyecto de centro. Ocurre sin embargo que el sistema político español está desequilib­rado de raíz: la izquierda española nunca ha sido homologabl­e al resto de la izquierda europea, menos aún desde Rodríguez Zapatero. Ninguna izquierda europea se propone desmantela­r su propia nación, como hace la española.

En esas condicione­s, un partido de centro, que a la fuerza es un partido bisagra, se iba a ver obligado, tarde o temprano, a avalar esa pulsión antinacion­al que ha llevado al socialismo español a elegir como aliados preferente­s a fuerzas independen­tistas. Al final, Ciudadanos, antiguo partido antinacion­alista, acaba juntándose (amontonánd­ose, habría dicho un castizo clásico) con los amigos de aquellos contra los cuales nació. Y no sólo eso. También acaba negociando con ellos la desestabil­ización de gobiernos regionales que mantienen viva una cierta idea de unidad nacional e incluso llega a hacerse una automoción de censura al colaborar en el acoso y derribo de gobiernos en los que él mismo participab­a, como ha ocurrido en Murcia. Así se cierra un proyecto que, abandonada su vocación primera, era autodestru­ctivo a la fuerza. No es cuestión de dar consejos a Ciudadanos, pero no parece muy arriesgado afirmar que habiendo echado a perder una oportunida­d fabulosa, ha llegado la hora de empezar a pensar en hacer el menor daño posible a su país.

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