EL FINAL DE LA ESCAPADA
LaLa política es un medio extraño, de reglas confusas, y descuadradas. No hay lógica que valga, sobre todo de unos lustros a esta parte. Hay un desarreglo continuado, y la entropía se ha hecho norma en el sistema. Ya no sirve aquello del buen servidor público, el interés general y la moral, porque, en este teatro del absurdo, cualquier bufón con dominio de la escena te la juega y además gana, aunque a veces haya justicia poética. Arriba contemplan a Pablo Iglesias, aún vicepresidente del Gobierno, en los pasillos de la Carrera de San Jerónimo. Es la hora del adiós a cinco años de diputado. Bien pareciera que se dispone a sacar uno de esos cartones con caligrafía difusa y ortografía disfuncional con la que se limosnea por esas calles de Dios. Con su bagaje, le cuadra más el montaje tunante que es el trile, ese dónde está la bolita con el que ha ganado millones de votos, además de, todo hay que decirlo, haberse acomodado en un ascensor social como el de Empire State. En su despedida del Congreso, la alegría fue por bancadas, y no parece que la dicha mayor se desbordara a la derecha de la Cámara. La tramoya desangelada de su postrer soliloquio en el hemiciclo testimonió el cariño desbordante que le profesan sus compañeros de gabinete y coaligados parlamentarios. La bancada azul, abarrotada de escaños vacíos, quiso reconocer su aportación al proyecto. Como sus señorías socialistas que acompañaron su epílogo parlamentario a modo de epitafio con una ovación sorda de aplausos huecos. Para la historia quedará la imagen de uno de los cinco o seis diputados presentes del PSOE puesto en pie por necesidades del guion. Quiso asaltar el cielo y se va por la gatera como un pato cojo de escayola.