ESPAÑA QUIERE VOLVER A SER EL PLATÓ DEL MUNDO
ElEl cine español, ese ente que siempre quiere ser cultura, a veces ha sido propaganda y ha lidiado prácticamente desde su génesis con su dimensión internacional. Como si del hijo menor acomplejado frente al hermano mayor allende los Pirineos se tratara, nuestra industria ha peleado por la atención del mundo desde Chomón hasta Almodóvar, pasando por Berlanga y su bienvenida a los americanos y hasta por Banderas, más recientemente, tirando de rolodex políglota. La gloria, eso sí, se alcanzó en un tiempo y un contexto que, por suerte, creemos irrepetible: durante durante el aperturismo que promulgó la dictadura franquista a partir de los 50 y hasta principios de los 70, España se convirtió en plató vivo y accesorio del Hollywood más exquisito, sí, pero también de aquel cine de fajadores que rodaba tres «westerns» con el presupuesto de uno solo y engañaba a quien hiciera falta para que se contemplara la partida de Ducados en la hoja del pobre script de turno. Los sets de «La caída del imperio romano» y los de «El bueno, el feo y el malo» convivían en paz, armonía... y represión.
Con la intención de revivir aquellos tiempos de virtud, de los que renegaron antes tantos gobiernos socialistas y que ahora parecen un espejo que obvia (o más bien evita por animadversión) las barrabasadas fiscales y económicas que se cometieron con el beneplácito de Franco, el ejecutivo de Pedro Sánchez presentó en la mañana de ayer el «Spain Audiovisual Hub». La herramienta, de pronunciación incómodamente atrayente para los inversores internacionales, plantea una inyección de 1.603 millones de euros en nuestro cine y nuestras series de aquí a 2025. El cómo, si saben ustedes lo justo de economía del hogar, siempre es más complicado que el qué, pero en las 42 páginas del documento oficial que presentó el Ministerio de Cultura parece que hay razones para la esperanza, más allá de los «300 días de sol» que promete a los inversores . El plan de los ministros Uribes, Calviño y Maroto (con notable e inexplicada ausencia de Podemos, al menos en lo visible) no pasa tanto por el «dar a cambio de», como nuestra actual y discutible Ley del Cine, sino más por un fomento de la cultura de producción. Esto es, menos ayudas directas y más planes de intervención en las estructuras educativas, incentivos fiscales a sectores otrora olvidados como el de la distribución y, en definitiva, una reconversión del sector a algo más parecido a una fábrica de «start-ups», evitando esa profesionalización poco colegiada que nos «condena» a una clase media sin apenas proyectos verdaderamente independientes ni superproducciones megalómanas. Si todo sale bien, no volverá Samuel Bronston, pero quizá sí venga Jeff Bezos, y Ava Gardner no dormirá la mona en la Gran Vía, aunque a lo mejor la última estrella de Netflix subirá desde ahí sus Tik-toks.