La Razón (1ª Edición)

El aspirante en barbecho

- POR PILAR FERRER

La primera en la frente. Un presidente provisiona­l de La Generalita­t en puertas con una dura piedra en su zapato llamada Carles Puigdemont. El candidato de ERC, Pere Aragonés, no ha logrado los votos necesarios para su investidur­a y es, de momento, un aspirante en barbecho. O sea, en lenguaje agrícola como el campo que aguarda ser cultivado, y en símil psicológic­o en estado emocional de reposo. El fugitivo de Waterloo no piensa ponerlo fácil mientras no definan a su gusto el papel del Consell per la República, esa especie de gabinete en la sombra creado por El Puchi para liderar desde Bélgica la hoja de ruta independen­tista. Desde su presentaci­ón en un mitin en Perpiñán, los republican­os recelen de este organismo que ven «muy escorado» hacia el lado del ex presidente, mientras el prófugo les acusa de «banalizar su política desde el exilio». Una prueba más de la pésima relación entre Esquerra Republican­a y Juntsxcat que encalla las negociacio­nes para la presidenci­a del Govern y deja a Aragonés tan solo en manos de la CUP. La segunda cita se prevé también muy tensa, dado que en el entorno de Puigdemont advierten de un proceso largo. Así que por ahora, el candidato de ERC espera y se desespera.

Pere Aragonés García pertenece a esa doble faz de los independen­tistas catalanes: nieto de un alcalde franquista y con familia millonaria. Nacido en Pineda de Mar, su abuelo paterno, Josep Aragonés i Montsant, amasó una gran fortuna durante la dictadura que le llevó a construir el hotel más grande de España en aquella época, el Taurus Park. Fundador de Alianza Popular en la comarca, fue edil del municipio y forjó un imperio hotelero y textil. Al fallecer en un accidente de tráfico, sus dos hijos, Pere, padre del dirigente de ERC, y Enric, heredaron las empresas del progenitor y todo su abultado patrimonio. Por razones de imagen política, en el entorno de Aragonés niegan su vinculació­n con el entramado empresaria­l, pero lo cierto es que su familia posee un imperio hotelero en la costa con varios establecim­ientos, parques acuáticos y centros de ocio en Pineda, Tossa de Mar, Salou y Calella. «Ni quiero, ni me gusta», asegura el republican­o cuando le recuerdan la fortuna familiar. Su esposa, Janina Juli Pujol, pertenece también a una adinerada saga del litoral en el Maresme catalán. Se casaron por todo lo alto y son padres de una niña, Claudia.

Licenciado en Derecho y máster en Historia Económica por la Universida­d de Barcelona, fue en las aulas dónde conoció a Oriol Junqueras. Militante de las Juventudes de ERC con tan solo dieciséis años amplió estudios en desarrollo económico en la Universida­d norteameri­cana de Harvard, lo que no frenó su fervor independen­tista. A su regreso se afilió al partido y trabó un contacto muy estrecho con la secretaria general, Marta Rovira, y el propio Junqueras. Fue este quien, cuando Rovira se fugó a Suiza, le llamó un día a la cárcel y le confirmó: «Ella se ha ido y tú eres el elegido», le dijo el líder de ERC. Asumió entonces el papel de segundón en el Govern de Quim Torra como vicepresid­ente de Esquerra y sus desencuent­ros fueron sonados. La tensión entre los dos socios era patente, demostrand­o una vez más las malas relaciones entre neoconverg­entes y republican­os desde los tiempos de Jordi Pujol. Algo que se ha visto en la bronca sesión de investidur­a cuando Aragonés les negó a los de Juntsxcat «autoridad moral» para apropiarse de La Generalita­t. El bofetón le vino por parte del portavoz de Junts, Albert Batet, quien le invitó a no presentars­e el martes a la segunda sesión en el Parlament. Por si fuera poco, desde la prisión de Lledoners, Jordi Sánchez le acusó de «no querer cerrar un pacto».

Quienes bien le conocen le definen como un hombre flemático, reflexivo y rocoso. A pesar de que ahora se proclama ateo, su infancia está ligada a la cultura religiosa ya que estudió en la Escuela de la Madre de Dios del Roser, en Pineda. Pineda. En su entorno admiten que participa junto a su mujer Janina en movimiento­s cristianos, que él califica de «izquierda solidaria», y comparte con ella un Audi Q5 que conducen por las carreteras de la costa. En sus teorías económicas de izquierdas priman el gasto, el sector público y la subida de impuestos, lo que despierta las iras de los empresario­s catalanes que ven cada vez más asfixiado el tejido productivo. Como vicepresid­ente del Govern con Quim Torra fueron polémicas muchas de sus medidas y su gestión como presidente en funciones, tras la inhabilita­ción de Torra, «para salir corriendo», en palabras de destacados empresario­s catalanes. Bajo su pequeña estatura y sus cuadradas gafas se esconde un hombre introverti­do, de absoluta fidelidad a Oriol Junqueras. «Yo no seré una marioneta de Puigdemont», dice en su negativa a una bicefalia y a someterse a la autoridad del fugitivo de Waterloo.

Le gusta pasear en bicicleta por el Maresme, practicar senderismo, es frugal en las comidas y su libro de cabecera es «Atrapa la llebre», de Lana Bastasic. A pesar de todo, piensa presentars­e de nuevo a la investidur­a el próximo martes, pero los hombres de Puigdemont ya han advertido que el acuerdo está lejos. El reloj ya corre hasta el 26 de mayo, fecha

Flemático, reflexivo y rocoso. Leal a Junqueras, dice que no será «marioneta de Puigdemont»

límite para investir al presidente de La Generalita­t o, en caso contrario, acudir de nuevo a las urnas. Muchos históricos de ERC le critican su radicalism­o de izquierdas y hacerse fotos con el filoetarra Otegui. La política catalana ha entrado en un vodevil que amenaza con empantanar todavía más el escenario. Un destacado empresario ironiza así la situación: «En Cataluña, la palabra presidente te lleva al exilio o a la cárcel». Las espadas están en alto, mientras este hombre pequeñito, pero terco, no se achanta y, parafrasea­ndo a su admirado Lluis Llach, afirma que volverá el martes al Parlament «Tozudament­e erguido».

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