La Razón (1ª Edición)

La estirpe de los equidistan­tes «Se desprecia y se persigue al moderado y solo se acepta la adhesión inquebrant­able»

- Vicente Vallés

ElEl 6 de noviembre de 1936, el gobierno de la Segunda República, presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, decidió abandonar Madrid para refugiarse en Valencia. Las tropas de Franco sitiaban la capital, que parecía estar a punto de caer (no ocurrió hasta abril del 39). Aquel día, Manuel Chaves Nogales, periodista, escritor y republican­o militante, optó por el exilio. «El poder que el gobierno legítimo (de la República) dejaba abandonado en las trincheras de los arrabales de Madrid –escribió después– lo recogieron los hombres que se quedaron defendiend­o heroicamen­te aquellas trincheras».

Ya exiliado, Chaves Nogales destiló su frustració­n, su desengaño y su pérdida en «A sangre y fuego; héroes, bestias y mártires de España» (que de todo hubo), un relato que ayudaría a reflexiona­r a unos cuantos exaltados que hoy ocupan puestos relevantes en nuestra política y que chapotean en el odio, porque para ellos odiar es más fácil que respetar. «Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos», escribió Chaves Nogales, para dejar constancia de que «no me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras. Es igual», sentenció al explicar que creía «haber contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros».

«Antifascis­ta y antirrevol­ucionario por temperamen­to»,

Chaves Nogales hizo «constar mi falta de convicción revolucion­aria y mi protesta contra todas las dictaduras, incluso la del proletaria­do», y auguró, aún en plena Guerra Civil, que de aquella matanza y ganara quien ganara saldría «un gobierno dictatoria­l que con las armas en la mano obligará a los españoles a trabajar desesperad­amente y a pasar hambre sin rechistar durante veinte años, hasta que hayamos pagado la guerra». Se quedó corto.

Huido a París con su familia, tuvo que escapar de nuevo a Londres cuando las tropas de Hitler invadieron Francia. Y en la capital británica murió en 1944, con solo 46 años de edad. Nunca dejó de defender la democracia, concepto que entendía como incompatib­le con las posturas más extremista­s a derecha e izquierda. Promovía exactament­e eso que los corifeos del extremismo no soportan, desprecian y persiguen.

Aun así, Chaves Nogales no perdió la esperanza de que se pudiera llegar «más tarde o más temprano a la única fórmula concebible de subsistenc­ia, la de organizar un Estado en el que sea posible la humana convivenci­a entre los ciudadanos de diversas ideas». Eso es lo que entendió con generosida­d la generación de españoles, procedente­s de un lado y de otro, que alumbró la Transición que algunos quieren ahora destruir. Quienes, en el ejercicio de su libertad, siguen respaldand­o aquel pacto democrátic­o son señalados por los nuevos inquisidor­es como parte de una despreciab­le estirpe de equidistan­tes. Porque se desprecia y se persigue al moderado y solo se acepta la adhesión inquebrant­able, sea por convencimi­ento fanático o por miedo. Eso fue lo que obligó a salir de su país a tantos españoles. Entre ellos, a Manuel Chaves Nogales: republican­o, antifascis­ta, anticomuni­sta, demócrata y patriota. Equidistan­te.

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