El tiempo de las excomuniones
Alcanzado el ecuador de la campaña madrileña, si nos abstrajéramos del griterío ambiente que la rodea, no nos quedaría más remedio que reconocer que vivimos en un país mucho más previsible de lo que nos gusta admitir, ya que se están cumpliendo paso a paso los análisis políticos con los que se abrió la contienda. Los sondeos indican que los conservadores van a hacerse con la Comunidad de Madrid a través de las urnas. No es raro ni inusual. Existe en la autonomía madrileña, desde hace años, un núcleo de un millón y medio de votantes, de convicciones fuertemente conservadoras, que sirven de base sólida a cualquier proyecto que quiera partir del centroderecha. Esta vez, con el disgregamiento de Ciudadanos, la derecha podría contar además con el trasvase de votos de los elementos más neoliberales de esa formación. A cambio, sin embargo, tiene que sufrir la vampirización de sufragios que le extrae un Vox cada día más radicalizado en la convicción de que una campaña tensada por sentimientos drásticos y conductas orientadas al cataclismo les beneficia para extender su popularidad.
En la otra orilla sucede algo parecido, con la salvedad de que el partido socialista no ha sabido moverse con habilidad para captar, por su parte, al electorado socialdemócrata que podía abandonar Ciudadanos el cual, desconfiando de las promesas de Sánchez, parece estar prefiriendo irse directamente a la abstención. El PSOE no puede hacer participar al presidente tanto como desearía, porque su mala reputación aleja a los centristas necesarios, pero a la vez la ausencia de carisma de Ángel Gabilondo imposibilita revertir la situación con algún golpe de efecto inesperado. Por tanto, el tan comentado choque frontal entre presidenta y presidente ante el electorado se diluye y parece que no va a darse, quedando el PSOE sitiado por su propia táctica. En ambos casos, los dos partidos se abocan a olvidarse de las líneas rojas y mirar a sus homólogos extremistas por ver si necesitan sus votos el día decisivo.
Eso significa que ha llegado la hora de las excomuniones, porque los radicales, a la vista de esa necesidad, se vienen arriba con un panorama que penaliza la moderación y entienden que cuanto más tensen la cuerda con relatos excesivos y delirantes que aterroricen al público, más podrán segar la hierba bajo los pies de sus moderados más cercanos. Así que, en las próximas dos semanas, vamos a oír verdaderos delirios, presenciar sobreactuaciones airadas, reproches sicilianos, apocalipsis de estar por casa, fracasos de la educación más elemental. Lo último que se comentará serán propuestas fundamentadas o proyectos.
Se podrán decir muchas cosas de Ayuso (a favor o en contra) pero lo cierto es que sus estrategias de márquetin, que cuando se ponen en marcha al principio todo el mundo las reprocha, acaban dándole buen rendimiento. Se criticó mucho que decidiera no acudir a los debates, como si quisiera eludir el contraste cara a cara de los respectivos programas. Pero luego, mantener esa línea contra viento y marea le ha evitado tener que verse inmersa en situaciones bochornosas y vodevilescas como la que tuvieron que sufrir todos los candidatos cuando los extremistas se enzarzaron en la SER, cual dúo Pimpinela, creando un momento para el que nadie estaba preparado. Colocarse por encima de la refriega y ajeno a ella es algo muy conveniente para quien quiere reforzar una imagen de autoridad que, hoy por hoy, es la más buscada. Queda por ver si los desagradables perfiles biliosos (que la tendencia al cataclismo hace muy difíciles de controlar) pueden perjudicar, por exceso, al extremismo y volverse en su contra.
En las próximas semanas vamos a oír verdaderos delirios y presenciar airadas sobreactuaciones