Chad, el perpetuo drama africano
La muerte del dictador evidencia la paradoja occidental de apuntalar regímenes autoritarios a cambio de estabilidad. Déby mantuvo a raya a Al Qaeda o Boko Haram
Hijo de humilde ganadero de los nómadas zaghawa, militar de carrera y combatiente hasta el final, Idriss Déby Itno falleció el 20 de abril a los 68 años víctima de las heridas sufridas en el campo de batalla. Comandaba sus tropas personalmente contra una división de los rebeldes del Frente del Cambio y la Concordia (FACT), que se dirigían a la capital Yamena desde sus bases en Libia. Su fallecimiento se conocía después del anuncio de su reelección –obtuvo más del 79% de los votos en las presidenciales del 11 de abril– para un sexto mandato como presidente de Chad. Había comandado su país, apuntalando su poder en el Ejército, durante 30 años en los que mantuvo a raya a las distintas amenazas rebeldes y yihadistas como Boko Haram o entidades afiliadas a Al Qaeda o el Estado Islámico.
En la mañana del 18 de abril, Idriss Déby viajó en el convoy presidencial hasta el frente de batalla, en Nokou, a 40 kilómetros al noreste de Mao. Según la reconstrucción de los hechos del digital «The Africa Report», la columna del presidente se acerca a las fuerzas del FACT. «Idriss Déby Itno es herido en la maniobra, por una bala en el pecho, que puede haberle alcanzado un riñón. Es inmediatamente evacuado, mientras las tropas dirigidas por su hijo continúan su ofensiva. El avance rebelde es detenido. Las heridas de Idriss Déby son serias». El helicóptero que tenía que salvarle la vida llega tarde.
Idriss Déby cambió su caftán por una capa de seda azul bordada con hojas de roble con hilo de oro. Fue en agosto de 2020, cuando fue elevado al rango de mariscal de Chad. No podría imaginar entonces que apenas ocho meses después encontraría la muerte.
En 2008, una rebelión liderada por su sobrino, trató de derrocarle. Quedó a las puertas del palacio presidencial. Francia propuso evacuarlo entonces. Como recuerda France 24, él se negó, jurando mantener el poder o morir con las botas puestas. Estrecho colaborador de las Fuerzas Armadas francesas en sus distintas operaciones en la zona, aliado de Occidente, ha sido campeón de la lucha contra el yihadismo. De hecho, el presidente galo, Emmanuel Macron, asistió a su funeral de Estado celebrado el viernes.
Y también dictador al uso. Designó a miembros de su familia o a personas cercanas en puestos clave del Ejército, en el aparato estatal o económico. Especialmente sus últimos años han estado marcados por sus prácticas represivas, así como por pobres logros sociales y económicos. En el poder, le sucede su hijo Mahamat Idriss Déby, de 37 años. La Constitución preveía que el poder pasara al presidente del Parlamento, pero lo detenta ya un consejo militar. Será, en un principio, de manera transitoria, pues deberán celebrarse elecciones libres en 18 meses. La oposición, tres decenas de partidos y sindicatos, denuncia el «golpe de Estado
Estrecho colaborador de las Fuerzas Armadas francesas, el presidente Macron asistió el viernes a su funeral de Estado
«La muerte de Déby corre el riesgo de provocar la inestabilidad política en este país productor de petróleo y en África»
institucional» y pide una transición pilotada exclusivamente por civiles. Los rebeldes prometen llegar hasta la capital.
El deceso plantea interrogantes sobre la estabilidad del Estado africano. Y del Sahel, una de las zonas más inestables del continente y el planeta. «La muerte de Idriss Déby corre el riesgo de provocar la inestabilidad política en este país productor de petróleo y en el conjunto de África central, lo que puede tener consecuencias para el sector petrolero», advierte la agencia S&P Global. Chad es el décimo productor de crudo de África. El petróleo representa el 40% de los ingresos del Estado y el 20% del PIB. Los gastos en seguridad, la crisis económica provocada por la pandemia y los precios del crudo comprometen el futuro de Chad.
Un país situado en el centro del continente y del Sahel convertido en metáfora del perpetuo drama africano. Un régimen, que hoy aspira a perpetuarse con la llegada al poder del hijo del presidente fallecido, atrapado entre la necesidad de responder eficazmente a las amenazas violentes y avanzar en la senda de los derechos humanos y la democracia.