La escasez de chips gripa a la industria
La pandemia provoca una escasez que se ceba con especial virulencia con el motor
Algo tan minúsculo que apenas mide 7 nanómetros como es un chip está zarandeando a la industria mundial en general y a la del automóvil muy en particular. La escasez de este componente, básico para la fabricación de coches, teléfonos, televisores o videoconsolas, está parando la producción de algunos productos y el lanzamiento de otros nuevos. Y, lo que es peor, sin que se vislumbre una solución a corto plazo para este «Armagedón de los chips».
Como casi todos los males que acosan a la economía mundial en este momento, el origen de este desabastecimiento tiene un punto de arranque muy concreto: marzo de 2020, cuando la pandemia del coronavirus eclosionó. Fue entonces cuando el teletrabajo pasó de ser una opción a una necesidad para mantener la actividad. Con el teletrabajo se disparó la demanda de dispositivos electrónicos. A partir de ahí comenzaron las complicaciones, en especial para el automóvil.
Los confinamientos y las restricciones a la movilidad hundieron la demanda de vehículos, con lo que los niveles de producción cayeron y muchos de los microprocesadores que requiere cada vehículo para su fabricación dejaron de ser necesarios. Lo que hicieron entonces fabricantes como Samsung, Qualcomm o TSMC fue derivar a compañías tecnológicas parte de la producción que destinaban a los coches. Pero a finales del pasado año ocurrió un hecho inesperado: una recuperación de la demanda algo mejor de lo esperada. Esta circunstancia encontró a las fábricas de automóviles sin stock de chips y sin opción de poder adquirirlos en un mercado deficitario en producción. El resultado: un rosario de compañías como Seat, Renault, Ford, Toyota o General Motors que han tenido que reducir o directamente parar su producción por falta de chips.
En el caso de la industria del motor española, este contratiempo se ha traducido, junto con la debilidad que todavía registra la demanda, en una caída de la producción en marzo del 13,3% con respecto a 2019, según los datos de la patronal del sector Anfac.
Lo grave para toda la industria, tanto para la del motor como para el resto, es que se trata de un problema con una muy difícil solución a corto plazo. Aunque hay muchos fabricantes, solo hay tres compañías que producen chips de vanguardia: la estadounidense Intel, la coreana Samsung y la taiwanesa TSMC. Su producción resulta insuficiente para satisfacer la demanda. Y habilitar una fábrica no es rápido ni barato. Montar una cuesta unos 10.000 millones de euros. Y como ha explicado el analista Richard Windsor a la BBC, «se necesitan entre 18 y 24 meses para abrir una planta después de comenzar a construirla». E incluso una vez que se ha construido, «debes ajustarla para aumentar la producción, lo que también lleva un poco de tiempo», añade.
La complejidad del problema ha llevado a Bank of America a estimar que las restricciones de suministro no desaparecerán parcialmente al menos hasta la segunda mitad de 2021 y que habrá cierta rigidez en la vanguardia que se extenderá hasta el ejercicio que viene.
La otra derivada del colapso de la industria de los chips es que, como en cualquier industria, ante la falta de oferta y el incremento de la demanda, los precios están condenados a subir. Y los de los productos que los incorporan también. Proveedores como NXP Semiconductors, UMC, VIS y DB Hitek ya han anunciado estas subidas.