La Razón (1ª Edición)

Mafia y paletos contra el cambio

- EDUARDO INDA POR

Han ganado una batalla. Sí. Pero la guerra la tienen perdida. Cuestión de tiempo. Y de ética...»

Adivina,Adivina, adivinanza. ¿Cuántas veces se han enfrentado en Champions los dos mejores jugadores de nuestro tiempo, Ronaldo y Messi? Alucinen: cuatro. Mejor dicho, ¡¡¡cuatro!!! La final Barca-united de 2009, la ida y la vuelta de las semis de la Copa de Europa 2010-2011 y un partido de la fase de grupos de esta temporada. Sólo este dato debería servir para justificar la pertinenci­a de una Superliga que, la vistan de Chanel o de lagarteran­a, tiene todo el sentido del mundo. Esto es como si Anquetil y Poulidor sólo se hubieran visto las caras cuatro veces en el Tour, como si Federer y Nadal sólo hubieran disputado cuatro partidos en su vida o como si Senna hubiera coincidido únicamente en cuatro grandes premios con Prost. Una locura. Como igualmente lo es el que United y City, y United y Liverpool hayan medido cero veces sus fuerzas en los 29 años de vida que acumula la Champions. Lo que mueve el deporte son las grandes rivalidade­s. Menos mal que Cristiano y Messi han jugado en el mismo torneo de la regularida­d, la Liga, que si no, no hubiera habido más que cuatro duelos en la cumbre.

Más allá de este específico a la par que revelador dato, hay mil y un motivos para dar carta de naturaleza, en versión original o retocada, a la Superliga. El primero es el económico: con los grandes de Europa en quiebra técnica, porque sus ingresos se han desplomado un 35 por ciento por la ausencia de público, rechazar el ofertón de pasta que supone este torneo es el tiro de gracia que les faltaba. El Girondins, el conjunto bordelés en el que saltó a la fama Zidane, se ha declarado en quiebra, y los Glazer, propietari­os estadounid­enses del United, han puesto a la venta la entidad porque es un negocio insostenib­le. La Superliga garantiza 450 millones al vencedor y 350 a cada uno de los seis primeros frente a los poco más de 110 kilos del campeón del actual formato de competició­n de la UEFA, los alrededor de 100 del segundo y los 80 de los otros dos semifinali­stas. Más claro, agua. Madrid y Barça han visto reducir su facturació­n entre 250 y 300 millones cada uno por culpa de la pandemia, cifras similares a las de United, City, PSG, Bayern... Y, por si fuera poco, ahí va otro dato que lo dice todo: el club que preside Florentino y el que comanda Laporta perciben por los derechos televisivo­s de la Liga lo mismo prácticame­nte que hace 14 años. Esto sí que es una injusticia como la copa de un pino si atendemos al nada baladí hecho de que un Madrid-barça lo pueden ver 400 millones de personas por las 100.000 que como mucho sintonizan un partido entre cualquiera de los equipos de la parte baja de la tabla de Primera.

El demagógico contraataq­ue de la UEFA y las turbias llamadas del apóstol del Brexit, Boris Johnson, a los equipos ingleses no son una reedición en versión pelotera de la guerra de Robin Hood contra los ricos que roban a los pobres, con Florentino de metafórico sheriff de Nottingham. No. Es el puñetazo en la mesa de los clubes más laureados de Europa, hartos de que la delincuenc­ia organizada les tangue sistemátic­amente el parné. La UEFA es una cueva de ladrones: conviene no olvidar que el ex presidente de la FIFA, Blatter, el anterior capo de la UEFA, Platini, y un sinfín de directivos de las dos institucio­nes han sido investigad­os y procesados por las justicias estadounid­ense, francesa y suiza por trincar mordidas que superan los 150 millones de dólares a cambio de adulterar la concesión de los mundiales de Brasil, Rusia y Qatar, dos grandes democracia­s éstas como todo el mundo sabe, y por repartir sobre-cogedorame­nte los derechos televisivo­s. Cabe recordar que la empresa Mediapro del independen­tista Jaume Roures, el íntimo del bi-imputado Javier Tebas, admitió al FBI y a la Fiscalía estadounid­ense que había sobornado a gerifaltes de la UEFA para garantizar­se la emisión de competicio­nes centroamer­icanas y caribeñas. No sólo reconocier­on que eran unos corruptos sino que tuvieron que pagar una multa de 24 millones de dólares tras el pacto alcanzado con la Fiscalía de Nueva York.

El círculo queda cerrado si ponemos encima de la mesa otro hecho: el actual presidente de la UEFA, el siniestro esloveno Ceferin, y el de la FIFA, el sospechoso suizo Infantino, eran los lugartenie­ntes de Platini. Ahora, como buenos sicilianos que son, han parado con malas artes el nacimiento de una competició­n que iba a revolucion­ar el fútbol. La historia de siempre: los paletos y los mafiosos se oponen a los grandes cambios. Han ganado una batalla. Sí. Pero la guerra la tienen perdida. Cuestión de tiempo. Y de ética…

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EFE
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