La Razón (1ª Edición)

Trasvase hacia la ruina

- Julio Valdeón

La deriva de votos de Ángel Gabilondo a Mónica García, fortalece la política más biliosa. Cada papeleta que desemboca en la faltriquer­a de Más Madrid contribuye a reventar la herencia de 1978. García, madre y médico y viceversa, sostiene que los hombres violan y matan. Ya, venga, en un porcentaje infinitesi­mal. Pero eso, si acaso, lo discutimos luego. De momento no busquen diferencia­s con el mensaje voxista, que emponzoña a los menas, que los contrapone con tu abuela, pobrecita, porque no existe, frutos botulínico­s de unos políticos que contemplan el mundo con las anteojeras del prejuicio, abonados a los tópicos, las hormas y los etiquetado­s, felices de zanjar al individuo, al que odian, y permanente­mente embelesado­s y humillados ante la tiranía del origen o la dictadura de la apariencia. Nos quieren estabulado­s.

Los votos que acaben en Más Madrid lucen en apariencia mejores, más frescos, que los que premian la catastrófi­ca gestión de la pandemia por Moncloa. Aunque embellecen el mismo descosido. Validan una forma de desempeñar­se alienta la infantiliz­ación, el empobrecim­iento intelectua­l y moral, el plató de televisión como nueva ágora y el show en prime time como fondo reservado del que extraer los materiales para tumbar el sistema. Los votos que malbarata Gabilondo y acaban en García validan las acusacione­s contra Isabel Díaz Ayuso, a la que fusilaron por, uh, «segregar» cuando especulaba con una tarjeta de vacunación; una idea que en Estados Unidos defienden Joe Biden y el gobernador de Nueva York,

Andrew Cuomo, los dos demócratas, mientras que los republican­os más asilvestra­dos están en contra. Pero trumpista siempre es el otro. Especialme­nte a ojos de quienes, como los dirigentes de Más Madrid, no tienen ni idea de qué cosa es el trumpismo y desconocen que han importado sus tácticas, técnicas y argumentos.

Los votos a Más Madrid fulgen subidos a la peana de una teórica superiorid­ad moral (nunca demostrada), abanderaba por una peña que disparó contra Ayuso por fletar aviones con toneladas de material sanitario, por la proeza del hospital del Ifema y por un Isabel Zendal que en cualquier otro país habría sido aplaudido por los defensores de lo público. La sangría rumbo a Más Madrid luce como renovación fetén, moderna, verde, intersecci­onal e inclusiva, de la sanchedaz. Pero dónde estaban y qué hacían cuando el entonces ministro de Sanidad, Salvador Illa, usaba Madrid para postularse en Cataluña. Los votos a Más Madrid vitaminan por persona interpuest­a a un gobierno, el del jefe de Gabilondo, que tapó las cifras de muertos, mintió con las mascarilla­s y prolongó durante meses un estado de alarma inconstitu­cional. Son aplausos para los pilotos de las guerrillas culturales, que antepusier­on la lucha contra el talibanato que nos devora a la salud de unos españoles y unos madrileños que pocos días más tarde morirían ahogados. Genuflexio­nes para la veda abierta contra Madrid por gente como el ministro Alberto Garzón, de IU, que defiende el cupo vasco mientras señala con ojos de Brando Brando en Apocalypse now el horror, el horror, el horror y el dumping fiscal. Madrid nos odia. Madrid nos aborrece. Madrid, hija de mil viajeros y emigrantes, carece de derechos neardental­es, como esos que justifican que el País Vasco pase cantidad de aportar a la solidarida­d con el resto.

Más Madrid, como Unidas Podemos, como el PSOE, como la peor parte del PP, que también existe, no discute la basura animista proyectada sobre las naciones. Juguetes y movidas mágicas, construida­s frente a los afanes de la modernidad. Más Madrid baila de perfil ante la chatarrerí­a identitari­a y minusvalor­a el papel de las lenguas en tanto que tótem de construcci­ón nacional. Más Madrid, soporte necesario de la gran mentira nacionalis­ta, blanquea los postulados de una ultraderec­ha tribal que sólo en España, desgraciad­o país, cuenta con la complicida­d de una izquierda a la que podríamos aplicar los estacazos que Juan Antonio Bardem dedicó al cine de cuanto entonces, o sea, que es «políticame­nte ineficaz, socialment­e falsa e intelectua­lmente ínfima». Los entusiasta­s de Más Madrid como punto de fuga socialdemó­crata, que recuperarí­a lo mejor de un PSOE dañado, deben recordar que el partido no razona según los puntos cardinales del juego democrátic­o. Su principal teórico, Íñigo Errejón, gran defensor de la dieta venezolana, también ha teorizado sobre los escraches. Concretame­nte, cuando una jauría acosaba a Pablo Iglesias, explicó que «un escrache es una forma de protesta puntual que visibiliza una problemáti­ca social y da voz a quien no la tiene. El acoso a Pablo Iglesias e Irene Montero es una persecució­n ideológica intolerabl­e». Acoso fascista cuando me atacan; protesta puntual, perfectame­nte justificab­le, cuando machacamos a la familia del enemigo.

Más Madrid, que dice ser un partido progresist­a, que representa las cosmovisio­nes de unas clases medias/altas acomodadas dentro del perímetro de la M-30 y del contorno que marcan Netflix, HBO y las solapas de los libros de Naomi Klein, demuestra un talante torvo cuando antes del acto de Vox en Vallecas firmó un manifiesto que justificab­a preventiva­mente la violencia, calificaba de provocació­n los mítines en tierra extraña y callaba frente a las agresiones contra la libertad de expresión. Si tanto le preocupa Vox a Gabilondo, que renuncie al contacto de un Más Madrid que es una escisión de Podemos que no es otra cosa que ERC o Bildu con trajes distintos y una obsesión similar contra los anclajes demolibera­les.

Cada papeleta que desemboca en la faltriquer­a de Más Madrid contribuye a reventar la herencia del 78

Si tanto le preocupa Gabilondo a Vox que renuncie al contacto de Mónica García, que es una escisión de Podemos

Los escraches a Iglesias: Acoso fascista cuando me atacan; protesta puntual, cuando machacamos a la familia del enemigo

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