Antidogmáticos
Decimos de alguien que es una persona «centrada» cuando tiene un carácter que busca el equilibrio, que rehúye la inmoderación, que evita saltar de un extremo a otro y que intenta contrapesar los apetitos y su contención.
Pero eso, que rige con claridad en la psicología de las personas, no se puede trasladar sin más, como hemos comprobado con el caso de Ciudadanos, a una ideología política. Sería deseable que Cs no desapareciera del mapa político en la medida que representa ese anhelo de entendimiento, de moderación, de equilibrio, de colocarse permanentemente en disposición de hablar con los otros y de rechazo a los proyectos drásticos. Ahora bien, esa desaparición será inevitable si confunden ese anhelo de moderación y diálogo con una enunciación meramente locativa del centro como nicho de votantes. Porque izquierda y derecha en nuestros días son denominaciones posicionales probablemente ya inservibles para cualquier análisis político. De ahí que la palabra «izquierda», que partidos nacionalistas como ERC llevan en su nombre, no signifique ya nada hoy en día y puedan pactar con totalitarios y ultraderechistas del regionalismo sin ningún problema. Por tanto, si izquierda o derecha son hoy ya entelequias, difícilmente el centro que se define respecto a ellas será otra cosa.
Confundir centrismo con moderación es querer ignorar que hemos presenciado tanto gobiernos excelente y razonablemente moderados de signo progresista (Obama) como conservador (Merkel), e igualmente inmoderación conservadora (Trump) o experimentalista (Iglesias). Actualmente, la principal diferencia entre conservadores y experimentalistas es el grado de intervención del Estado que cada uno considera necesario para corregir los desequilibrios sociales que se crean por razones demográficas, tecnológicas, climáticas y económicas. Los experimenta listas apuesta n porque el Estado intervenga más en esos ámbitos y los conservadores alertan, con comprensible prudencia, de que esa intervención (si se hace desenfocadamente y se les va de las manos) derive en injusticia y totalitarismo.
Dado que hablamos de un sistema de gradaciones (se puede intervenir más o menos y de un modo variable en el tiempo) es imposible que exista una centralidad estable entre ambas posiciones. Lo que si existe es una posibilidad de actitud antidogmática, moderadamente escéptica, que muy sensatamente opina que la intervención estatal es buena en algunos casos y momentos y perjudicial en otros. Los que piensan así se inquietan ante la resistencia que encuentran entre los muy ideologizados para admitir (sea desde el lado conservador liberal o desde el experimentalista intervencionista) que los subsidios y discriminaciones puedan ser tanto mecanismos correctores, como acomodaticios e injustos según cómo se empleen.
Tendríamos que empezar a darnos cuenta de que categorías calificativas como «escéptico», «antidogmático», «desideologizado» no son nada malo, sino muestras lógicas de sensatez ante la manera en que el poder político se ha comportado en los últimos años. La insistencia en connotar a su conveniencia esas características por parte del sistema político es un error que puede salirnos caro como semillero populista. Ese peatón que no se casa con unos ni con otros, y que da y quita razones según juzgue o no oportunas las propuestas, necesita un burladero político donde refugiar su voto en las épocas sectarias. Es deseable la pervivencia de Cs, pero no tanto por necesidad de imaginar un centro sino para que, simplemente, exista una defensa del sentido común en épocas de emocionalidad política.