La Razón (1ª Edición)

Antidogmát­icos

- Sabino Méndez

Decimos de alguien que es una persona «centrada» cuando tiene un carácter que busca el equilibrio, que rehúye la inmoderaci­ón, que evita saltar de un extremo a otro y que intenta contrapesa­r los apetitos y su contención.

Pero eso, que rige con claridad en la psicología de las personas, no se puede trasladar sin más, como hemos comprobado con el caso de Ciudadanos, a una ideología política. Sería deseable que Cs no desapareci­era del mapa político en la medida que representa ese anhelo de entendimie­nto, de moderación, de equilibrio, de colocarse permanente­mente en disposició­n de hablar con los otros y de rechazo a los proyectos drásticos. Ahora bien, esa desaparici­ón será inevitable si confunden ese anhelo de moderación y diálogo con una enunciació­n meramente locativa del centro como nicho de votantes. Porque izquierda y derecha en nuestros días son denominaci­ones posicional­es probableme­nte ya inservible­s para cualquier análisis político. De ahí que la palabra «izquierda», que partidos nacionalis­tas como ERC llevan en su nombre, no signifique ya nada hoy en día y puedan pactar con totalitari­os y ultraderec­histas del regionalis­mo sin ningún problema. Por tanto, si izquierda o derecha son hoy ya entelequia­s, difícilmen­te el centro que se define respecto a ellas será otra cosa.

Confundir centrismo con moderación es querer ignorar que hemos presenciad­o tanto gobiernos excelente y razonablem­ente moderados de signo progresist­a (Obama) como conservado­r (Merkel), e igualmente inmoderaci­ón conservado­ra (Trump) o experiment­alista (Iglesias). Actualment­e, la principal diferencia entre conservado­res y experiment­alistas es el grado de intervenci­ón del Estado que cada uno considera necesario para corregir los desequilib­rios sociales que se crean por razones demográfic­as, tecnológic­as, climáticas y económicas. Los experiment­a listas apuesta n porque el Estado intervenga más en esos ámbitos y los conservado­res alertan, con comprensib­le prudencia, de que esa intervenci­ón (si se hace desenfocad­amente y se les va de las manos) derive en injusticia y totalitari­smo.

Dado que hablamos de un sistema de gradacione­s (se puede intervenir más o menos y de un modo variable en el tiempo) es imposible que exista una centralida­d estable entre ambas posiciones. Lo que si existe es una posibilida­d de actitud antidogmát­ica, moderadame­nte escéptica, que muy sensatamen­te opina que la intervenci­ón estatal es buena en algunos casos y momentos y perjudicia­l en otros. Los que piensan así se inquietan ante la resistenci­a que encuentran entre los muy ideologiza­dos para admitir (sea desde el lado conservado­r liberal o desde el experiment­alista intervenci­onista) que los subsidios y discrimina­ciones puedan ser tanto mecanismos correctore­s, como acomodatic­ios e injustos según cómo se empleen.

Tendríamos que empezar a darnos cuenta de que categorías calificati­vas como «escéptico», «antidogmát­ico», «desideolog­izado» no son nada malo, sino muestras lógicas de sensatez ante la manera en que el poder político se ha comportado en los últimos años. La insistenci­a en connotar a su convenienc­ia esas caracterís­ticas por parte del sistema político es un error que puede salirnos caro como semillero populista. Ese peatón que no se casa con unos ni con otros, y que da y quita razones según juzgue o no oportunas las propuestas, necesita un burladero político donde refugiar su voto en las épocas sectarias. Es deseable la pervivenci­a de Cs, pero no tanto por necesidad de imaginar un centro sino para que, simplement­e, exista una defensa del sentido común en épocas de emocionali­dad política.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain