La Razón (1ª Edición)

La heredera de Iglesias echa a Gabilondo de la carrera

- LA OPINIÓN Antonio Martín Beaumont

«Pablo [Iglesias] está cumpliendo, también Mónica [García]. Quien cae es [Ángel] Gabilondo». A Yolanda Díaz, la sustituta de Pablo Iglesias, el candidato socialista no le gusta. De hecho, considera que se hunde cada día más. Lo ven ella y gran parte de los observador­es de la campaña del 4-M, incluidos los estrategas del PSOE. De ahí que le lleven de bandazo en bandazo. Tratan de recuperar lo que parece irrecupera­ble.

El guirigay de los chicos del puño y la rosa en la carrera a las urnas ha llegado, a fuerza de desesperac­ión, a un punto de fatalismo que les lleva al típico «Que cada palo aguante su vela». La Moncloa culpa a Ferraz, y el cuartel general socialista alega que si algo está quedando claro es que «la estrategia desplegada por Iván Redondo no funciona».

La querencia del jefe de gabinete del presidente por engatusar en cada campaña a los votantes de centro, un botín cuantifica­do en medio millón de indecisos, es en realidad una quimera. Como buscar al monstruo del Lago Ness: algunos dicen haberlo visto, pero evidencias de que exista de verdad no las hay. Porque, además, los sondeos son tozudos y ese voto de dudosos que en su día se decantó por Cs ha acabado por abrazarse en masa a Isabel Díaz Ayuso, que afronta la última parte de la campaña pendiente solo de por cuánto ganará.

Tampoco resultó un éxito la ocurrencia de montar a Gabilondo un ficticio gobierno, ni las promesas de no tocar los impuestos... Ni siquiera aportó algo la renovación de la lista, convertida en un casting de estrellas del firmamento de Pedro Sánchez. Y, como me confiesa un ilustre miembro del socialismo madrileño: «Por si nos faltaba alguna desgracia, Más Madrid se ha convertido en un ‘exterminad­or’ para nuestras siglas».

La marca de Mónica García e Iñigo Errejón, nadie lo oculta, es una seria amenaza para el PSOE. Cada día le recorta la distancia. Va al alza mientras Gabilondo deja de hacer pie y se le hace muy larga la piscina, en la que se ahoga por momentos. En otras palabras: los socialista­s van directos al fondo. Ni han logrado afirmarse en la centralida­d ni los guiños a su izquierda han resuelto sus carencias. Además, con tanto bandazo, los estrategas monclovita­s sólo han convertido a un serio profesor como Gabilondo en un meme. No tienen sencillo salir de ese socavón.

Los golpes de efecto, cual anunciar a Reyes Maroto como vicepresid­enta de un hipotético gobierno de Gabilondo, «ni aglutinan ni movilizan», claman en el cuartel general socialista. La carnaza guerracivi­lista se abre paso a marchas forzadas al grito de elegir entre «democracia o ultraderec­ha». Todo voto vale, incluso el de aquellos históricos socialista­s que decidan en el último momento acudir «por miedo» con la nariz tapada a votar por el olor insoportab­le que perciben al ver a Sánchez abrazar a los secesionis­tas y a Otegi. Pero ese intento tiene un riesgo alto. ¿Alguien en su sano juicio cree que Madrid es un infierno donde campa a sus anchas el fascismo? Azuzan a Vox como si Santiago Abascal, en lugar de ser el político cuyos caballos pintaba ETA con amenazas de muerte, fuera el nuevo Mussolini que desfila con camisa negra por la Gran Vía. El seguidismo del PSOE de Pablo Iglesias es un error descomunal. Porque, la desmesura tiene complicado encaje en Madrid. ¿Y qué sale de la sala de máquinas de La Moncloa? Asumen las dificultad­es. Claro. Y a regañadien­tes empiezan a reconocer el deterioro de la imagen del propio Sánchez, metido de lleno en la campaña. El «efecto Ayuso» arrastra un crecimient­o del PP en toda España. Pintan bastos para el PSOE.

La querencia de Redondo por engatusar en cada campaña a medio millón de indecisos es en realidad una quimera

Ayuso emprende la última parte de la campaña pendiente solo de por cuánto va a ganar las elecciones del 4-M

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