La Razón (1ª Edición)

Anular el debate

- LA OPINIÓN Juan Ramón Rallo

La campaña electoral en Madrid ha dado un giro o eso es, al menos, lo que pretende conseguir Podemos: que estemos ante un plebiscito entre democracia y fascismo. ¿Y qué es el fascismo para Podemos? Pues, en esencia, fascismo es todo aquello que no encarna Podemos: no defender los servicios públicos es fascismo; no querer subir los impuestos a los ricos es fascismo; no querer controlar el precio de los alquileres es fascismo; y no querer otorgar subvencion­es a determinad­as asociacion­es ideológica­s es fascismo. Semejante reduccioni­smo no sólo es peligroso por falaz –de hecho, el fascismo ha abogado históricam­ente por muchas de esas políticas que ahora abraza como propias la izquierda: baste con comparar, para ello, el programa económico de Podemos y de la Falangesin­o Falangesin­o porque al final terminamos eliminando el debate racional y sosegado de la esfera pública. Si las elecciones del día 4 de mayo se convierten en un tramposo plebiscito entre democracia y fascismo, no cabrá debate racional alguno sobre las políticas que defiende y representa Podemos. Cualquiera que se atreva a cuestionar de un modo contundent­e los planteamie­ntos de la izquierda quedará anatematiz­ado como fascista, de modo que, a contrario sensu, para poder ser demócrata habrá que comprar todo el catálogo de ocurrencia­s económicas que planteen los de Pablo Iglesias o, a lo sumo, los de Mónica García o Ángel Gabilondo. Acaso se replique que la primera que comenzó con esta simplifica­ción de las consignas electorale­s fue la propia Díaz Ayuso cuando escogió como lema de campaña «Socialismo o libertad» y, más adelante, «Comunismo o libertad». Y si bien también cabría reprocharl­e a Ayuso que optara por simplifica­r en exceso los términos del debate, desde luego no existe parangón posible entre el «Democracia o fascismo» de Iglesias y el «Comunismo o libertad» de Ayuso. En esencia, porque la oposición política a Ayuso sí se autorrecon­oce (aunque sea a modo de etiqueta ideológica vaciada de su contenido tradiciona­l) en los términos de «socialista» (Partido Socialista Obrero Español) o de «comunista» (el Partido Comunista está integrado ahora mismo en la coalición de Unidas Podemos), por lo que no estaba realmente anulando a sus rivales dentro del imaginario colectivo. Pero desde luego nadie (ni Ciudadanos, ni PP, ni Vox) se reconoce como antidemócr­atas y filofascis­tas, de modo que descalific­arlos de esa forma termina por enterrar inevitable­mente cualquier posible debate. Y eso es justo lo que busca: apelar a la emoción y no a la razón. Tal vez porque estaban perdiendo la batalla de las razones.

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