La Razón (1ª Edición)

De segunda ola a tsunami en India

Modi alardeó de gestión tras registrar una baja incidencia en 2020, pero el exceso de optimismo y la relajación de medidas ha convertido al país en el foco de la pandemia

- G. Aguirregom­ezcorta

En el credo hindú, las ceremonias y los ritos a los fallecidos son fundamenta­les para la reencarnac­ión de sus almas. Este trascenden­tal aspecto de su religión ha sido imposible de llevar a cabo en India durante la última semana porque los cuerpos de las víctimas de covid-19 se acumulan como nunca en las morgues, muchas de ellas improvisad­as. El ritmo de incineraci­ón es frenético y no hay tiempo para las despedidas. Ni para las presencial­es, ni para las espiritual­es. El drama que están viviendo ciudades como Nueva Delhi está dejando estampas desconocid­as para su población: cadáveres en las aceras, columnas de humo que emergen por centenares, chimeneas que se derriten porque no aguantan más el constante calor, hospitales absolutame­nte saturados, pacientes tratados en maleteros de los coches, gente que muere mientras espera a que se libere una cama y familiares desesperad­os que no saben cómo ayudar a los suyos. India se ahoga, literalmen­te, en una segunda ola de infeccione­s con rango de «tsunami». Es así como la nación está inmersa en una doble crisis: la de los contagios y la de la falta de oxígeno para tratar a sus pacientes. Es tal la situación que la comunidad internacio­nal se está volcando con el envío de ayuda médica urgente.

Las redes sociales son para muchos la única esperanza para encontrar ayuda y fue precisamen­te así como Vishwaroop Sharma, un estudiante de Derecho de 22 años de edad, dio con una cama para su madre, aquejada de problemas respirator­ios por culpa del coronaviru­s. Tres días antes, su padre falleció en sus brazos, a escasos metros de un centro de salud de la capital completame­nte abarrotado y con cientos de personas aguardando un milagro imposible. La pérdida de su progenitor le instó a comprar una bombona de oxígeno para su madre en el mercado negro y a comenzar una campaña en redes sociales para pedir ayuda. Millones de mensajes como el suyo retroalime­ntan internet.

De un lado, las víctimas, del otro, hospitales, centros sanitarios, profesiona­les y ciudadanos corrientes que dan pistas sobre dónde acudir. También hay hueco para los que aprovechan el sufrimient­o ajeno para hacer su agosto. «Las Fuerzas Armadas acaban de instalar un hospital en el aeropuerto», «urgente, dos octogenari­os necesitan hospitaliz­ación inmediata…». Direccione­s, números de teléfono y un flujo de solidarida­d y especulaci­ón que conviven en un clima de desesperac­ión. Fue así como Sharma pudo ubicar a su madre en un hospital a cien kilómetros de distancia de su casa. Ahora, sólo le queda esperar.

La magnitud de este nuevo azote del virus en India está siendo demoledor y la curva está en pleno ascenso. Los contagios han superado los 300.000 casos en los últmos seis días (un tercio de los números a nivel global) y el lunes falleciero­n 2.767 personas. Durante los cuatro días anteriores, cada jornada ha marcado un nuevo récord. En un mes, los ciudadanos infectados se han multiplica­do por ocho y los muertos por 10. Nueva Delhi está registrand­o una muerte cada cuatro minutos y existe el temor de que las cifras sean mucho mayores de las que ofrece el Gobierno de Navendra Modi, que a través del Ministerio de Salud ha confirmado casi 17 millones de infeccione­s y 192.311 víctimas mortales durante la pandemia. Si en marzo, el primer ministro alardeó de que la democracia más poblada del mundo sería capaz de vacunar para agosto al 20 por ciento de su población -300 millones de personas de un total de 1.366 millones -, ahora se ha certificad­o el fracaso de unas perspectiv­as tan optimistas como poco realistas. A esto se le une el contratiem­po de un ‘tsunami’ que ha puesto al Gobierno en el centro de todas las críticas. Primero, por la falta de medios para ayudar a sus ciudadanos a lidiar con los problemas respirator­ios, segundo, por la complacenc­ia nacida del éxito a la hora de contener la primera ola. El año pasado, India se ganó la admiración de otras naciones tras realizar confinamie­ntos masivos de una manera rápida e imponer otras restriccio­nes que fueron cumplidas. El Ministerio de Salud confirmó mínimos de alrededor de 9.000 contagios diarios a finales de enero.

Los últimos tres meses han mostrado una relajación institucio­nal y social catalogada de irresponsa­ble. Modi ha organizado actos políticos con decenas de miles de personas durante las elecciones estatales y ha permitido celebracio­nes religiosas hindúes -credo mayoritari­o- como el festival Kumbh Mela, que ha estado congregand­o a otras tantas miles de personas en el río Ganges durante abril. A la falta de las medidas que surtieron efecto durante la primera ola, se le une una variante india del virus conocida como B.1.617, que podría ser más contagiosa que el original. El Gobierno indio ha respondido a las críticas con censura. Entre algunas de las imágenes capadas destacan las de las piras funerarias ardiendo por todo el país.

 ?? EFE ?? Un médico indio protegido con una epi examina a los pacientes con coronaviru­s en una zona habilitada cerca de un hospital de Nueva Delhi
EFE Un médico indio protegido con una epi examina a los pacientes con coronaviru­s en una zona habilitada cerca de un hospital de Nueva Delhi

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