La Razón (1ª Edición)

El último supervivie­nte

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

VivirVivir en una isla desierta es el sueño de muchos. Siempre hay algo de lo que se puede huir. Pero esa clase de vida entraña muchas dificultad­es. Lo primero, poder ser autosufici­ente, alimentars­e con lo poco que provea la isla. Aún más arduo resulta adaptarse a la vida de ermitaño, lograr una vida interior tan profunda como para poder resistir al aislamient­o, sin contacto físico con humanos. A este desafío existencia­l se entregó en cuerpo y alma hace 32 años Mauro Morandi. A sus 81 años, ha sido el único residente de la isla de Budelli, en el archipiéla­go de la Maddalena, durante décadas. Lamentable­mente, Lamentable­mente, en mayo comenzará una nueva aventura, muy a su pesar, en un apartament­o en el norte de Cerdeña. Las autoridade­s italianas llevaban desde 2016 presionand­o a Morandi para que abandonara «su» isla desierta y por fin lo han logrado. A pesar de las campañas en redes sociales y en Change.org, el «Robinson Crusoe» italiano dejará de serlo en unos días. La denuncia de Fabrizio Fonnesu, el presidente del Parque Nacional La Maddalena, fue la gota que colmó el vaso. Fonnesu alegó que Morandi hizo cambios ilegales en la cabaña en la que pernoctaba: una antigua estación de radio de la II Guerra Mundial. Por lo que finalmente, el octogenari­o será desalojado de la isla. Y eso que los italianos reconocen que Morandi ha hecho mucho más por el ecosistema de Budelli que los protectore­s oficiales del archipiéla­go. Espantaba a los turistas de las aguas protegidas de la isla y siempre estuvo alerta para evitar incendios. Asimismo, con tanto tiempo libre, recogía detritos y mantuvo las prístinas playas de

Budelli limpias de plásticos y residuos. En 1989, Morandi se cansó de su vida anterior. «Estoy harto de muchas cosas relacionad­as con nuestra sociedad: El consumismo y la situación política en Italia» y decidió poner tierra y mar de por medio. Compró un catamarán y con un grupo de amigos empezó una travesía de 20.000 km buscando las antípodas, los remotos mares del Pacifico.

El entonces profesor de Educación Física de Módena reconocía decidió mudarse «a una isla desierta en la Polinesia, lejos de todas las civilizaci­ones. Quise comenzar una nueva vida cerca de la naturaleza». El destino quiso que, nada más partir, atracaran en Budelli, una de las mas bellas islas del Mediterrán­eo conocida por sus playas de aguas turquesas y arenas rosáceas por los fragmentos de coral. Allí conocieron al antiguo cuidador de Budelli, que estaba a punto de jubilarse. Morandi no lo dudó. Él ocuparía su lugar. Tuvo la revelación de que no hacía falta navegar tan lejos para perseguir su sueño de vivir solo en un paraíso. Sin embargo, el ermitaño ha acabado rindiéndos­e a la presión de las autoridade­s. «Llevo 20 años luchando contra los que me quieren echar, aunque apoyado, psicológic­amente y no solo por Budelli, sino por todos los que me animan. Ahora me he hartado de verdad y me voy».

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El octogenari­o Mauro Morandi abandonará «su» isla, Budelli
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