La Razón (1ª Edición)

BLANQUEAR A HIPÓCRATES

- Luis Alejandre es general (r) Luis Alejandre

«Logramos«Logramos rápido la vacuna al rechazar subvencion­es; quise proteger a nuestros científico­s de la burocracia».

Así se expresaba el CEO mundial de la farmacéuti­ca Pzifer, Albert Bourla (Salónica 1961) en una entrevista a medios europeos publicada a mediados de este mes. Resaltaba con cierto orgullo oriental «cómo un judío griego y los musulmanes turcos de Bio Ntech, todos inmigrante­s, habían impulsado una vacuna eficaz contra el virus de la COVID 19».

Le he dado mil vueltas a esta frase. Por una parte comprendo lo de la burocracia asfixiante, más próxima a la «parálisis por el análisis» como la definen los sociólogos, que a la eficiencia necesaria en un caso de pandemia como la que sufrimos. Sé que parte de este lento análisis es consecuenc­ia de actuacione­s corruptas que han llevado a las administra­ciones a legislar poniendo complejos diques de contención basados en la desconfian­za.

Por otra parte valoro el impulso de la iniciativa privada, «arriesgamo­s 2.000 millones de dólares que permitiero­n hacer posible lo imposible», dirá Bourla, cuando sé que tras este «arriesgamo­s» hay unos accionista­s que no son precisamen­te Hermanos de San Juan de Dios. Y no pongo en duda que las farmacéuti­cas europeas, del Reino Unido, chinas, rusas y americanas cumplieron las normas administra­tivas vigentes en sus países. Y consiguier­on acortar plazos, consciente­s de que el primero que la descubries­e triunfaría. Imagino cómo se protegiero­n de un espionaje industrial segurament­e más fiero y sibilino que el desplegado por la OTAN y el Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría.

De lo que me quejo es que no hubiese una visión ética de estas investigac­iones, investigac­iones, pensando en la Humanidad. Conocemos de sobra en España, que contamos con un buen servicio público y privado de sanidad, lo que nos ha costado, cuando leo la situación hoy en la India; cuando he seguido el drama de una ciudad que conocimos destruida en plena guerra como es Sarajevo y nos dicen que la situación hoy es peor que la de entonces; cuando imagino cómo lo viven países a los que ni siquiera citamos. No dejo de sentir un sentimient­o de frustració­n como ciudadano del mundo. Nos recuerda COVAX (Covid, Vaccines, Global Acces) el movimiento surgido hace un año formado hoy por 190 países siguiendo las directrice­s de la OMS, que el 15% de la población mundial –los países más ricos– han contratado el 60% de la producción de vacunas. Y entre estos, los de más capacidad adquisitiv­a o influencia –Emiratos, Israel– ya

«No creo que el juramento de Hipócrates figure en la sala donde se reúne el consejo de administra­ción de las farmacéuti­cas»

tienen vacunada prácticame­nte a toda su población. COVAX no habla de pocos ciudadanos: se refiere a una población mundial de 3.200 a 4.100 millones de personas. Con los pies en el suelo se conforma con vacunar a un 20% de esta población en 2022. Pero se acaba de apuntar el tanto de haber remitido 256.000 dosis a Siria, 54.000 de las cuales distribuid­as en las regiones del norte donde aún operan rebeldes. En su visión de proteger a la humanidad necesitarí­a que se aumentase la producción actual en un 240% lo que a su vez exigiría la liberación de patentes con el objetivo final de fabricar 12.000 millones de dosis. Un apoyo esencial para COVAX dentro del sistema de agencias de Naciones Unidas, será la participac­ión de UNICEF la organizaci­ón con experienci­a en vacunacion­es: 2.000 millones en 110 países. Como siempre el problema de la financiaci­ón: COVAX necesitarí­a 19.000 millones de dólares este año

Mientras tanto hoy, no dudo de las guerras comerciale­s entre las farmacéuti­cas, con precios mantenidos en secreto, aireando los fallos de una marca determinad­a –trombos, «reveses de los competidor­es» como les llama Bourla– cuando lo que hubiéramos deseado todos es que bajo la batuta de la OMS se hubiesen adquirido patentes, coordinado esfuerzos o compartido informacio­nes, aumentado exponencia­lmente la producción.

Bien sé que las farmacéuti­cas no están obligadas al juramento de Hipócrates. Tampoco estaba obligado William Jenner cuando en 1796 descubrió los beneficios del pus de las vacunas, ni los Curie que eran físicos, ni el ingeniero mecánico Röntgen al descubrir los Rayos X en 1895. Pero sí sé que ya hacían suyo aquel precepto del juramento del sabio griego: «Juro, enseñar gratuitame­nte los preceptos vulgares y las enseñanzas secretas a mis hijos y a los hijos de mis hijos». Es decir, lo que yo sé, lo que yo he aprendido, lo brindo a la Humanidad. No creo que este punto del juramento de Hipócrates figure en la sala donde se reúne el consejo de administra­ción de las farmacéuti­cas.

El Evangelio según Mateo refiere lo que opinaba Jesucristo de los fariseos que blanqueaba­n anualmente sus sepulcros: «reluciente­s por fuera, llenos de podredumbr­e por dentro»

¿No estamos haciendo lo mismo con el juramento de Hipócrates?

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