La Razón (1ª Edición)

El hiperpresi­dente

Biden cumple tres meses en la Casa Blanca con un relanzamie­nto de su agenda social y una celebració­n de la vacunación récord en un esperado discurso del Estado de la Unión

- Julio Valdeón -

Joe Biden cumple 100 días desde su toma de posesión como presidente electo. Llegó al poder después de la campaña más tempestuos­a de las últimas décadas y de unas semanas posteriore­s igualmente turbulenta­s. Ahora toca hacer balance delante del Capitolio. El mismo que un 6 de enero fue asaltado por la turba. El presidente hizo un discurso con un fuerte acento social en el que propuso un plan de 1,8 billones de dólares para mejorar la protección social de los norteameri­canos.

No en vano entre los logros más evidentes de estos primeros tres meses destaca sobremaner­a la campaña de vacunación contra el covid-19. De menos de 100.000 de dosis inoculadas al día Estados Unidos ha pasado a sumar 2,7 millones diarias, de media, durante la última semana.

Los CDC ya han informado que las personas completame­nte vacunadas pueden pasear sin mascarilla­s. Ni siquiera el desastre con Johnson&johnson, las dudas suscitadas por los casos de accidentes coronarios, ha roto la tendencia. Por lo demás Biden, como prometió hace ya meses desde Wilmington, Delaware, sigue intentando honrar el lema de que «nuestros días más oscuros están por delante de nosotros, no detrás de nosotros». A tal fin ha recuperado a colaborado­res de Obama, ha peleado para lograr acuerdos en las Cámaras que no acaban de producirse y ha sacado adelante un descomunal paquete de estímulos.

Como explican muchos analistas, el clásico paréntesis de los cien días no se correspond­e con un oasis real. La situación económica, las urgencias provocadas por la pandemia y la brutal polarizaci­ón política impiden que este u otro presidente disfruten ya de ningún periodo de gracia. Desde el primer minuto estuvo obligado a demostrar logros. No sólo frente a la concurrida parroquia de los opositores, huérfanos del corrosivo carisma de Donald Trump y agrupados detrás de figuras mucho más convencion­ales, como Mitch Mcconnell.

Más allá de las vacunas los grandes caballos de batalla presidenci­ales presidenci­ales han sido, en política exterior, la apuesta por el multilater­alismo y el pulso con las dos grandes potencias iliberales a nivel mundial, Rusia y China. Con Moscú las relaciones están en punto muerto, aunque pendientes de conversaci­ones esenciales para cuestiones como las armas nucleares, Ucrania o Siria. Por no hablar de los casos de injerencia­s en las elecciones. Con China, acusada por Washington de crímenes de lesa humanidad, supuestame­nte cometidos contra las minorías étnicas y religiosas, crecen también los desencuent­ros. La situación en Taiwán, crecientem­ente amenazada por las disposicio­nes y apetencias belicistas del gigante continenta­l, así como todo lo sucedido en Hong Kong, donde la democracia sigue crecientem­ente amenazada, tampoco ayudan. Estados Unidos, con Biden, han intentado recuperar las conversaci­ones para que Irán regrese al pacto nuclear, que tienen como gran escollo el problema del enriquecim­iento del uranio, las sanciones draconiana­s y los mal disimulado­s intentos de Teherán por tensar las relaciones geoestraté­gicas en la región.

En cuanto a la política nacional destaca el problema de la violencia, manifestad­a tanto en los casos que salpican a la policía como en los numerosos incidentes con tiradores armados que acaban provocando una carnicería. Pero ninguno más decisivo como el gran plan de estímulo económico, que supera con mucho todos los paquetes previos, incluido el de 2008. Las familias con ingresos menores de 160.000 dólares anuales y los individuos con ingresos por debajo de los 80.000 al año recibirán cheques de 1.400 dólares. Para decepción del ala izquierda del partido, no hay subida del salario mínimo federal. Aunque sí estímulos de diversa índole para mejorar la atención sanitaria pública, ayudas a las escuelas y una flexibiliz­ación de los requisitos para lograr subsidios relacionad­os con el seguro médico. No se beneficiar­án los inmigrante­s indocument­ados, y esta es otra de las grandes críticas que Biden ha recibido de sus aliados más izquierdis­tas. Los mismos que deploran las imágenes, dantescas, que periódicam­ente llegan de la frontera, acusan a la Casa Blanca de mantener en lo sustancial las políticas de deportació­n puestas en práctica por la Casa Blanca de Trump. La promesa de una reforma migratoria, presentada a principios de abril por la congresist­a por California, Linda Sánchez, y el senador por Nueva Jersey, Bob Menéndez, sigue siendo eso, una promesa, una hipótesis de trabajo.

En el capítulo de los reproches pesan, y cómo, la situación con las armas de fuego, que no pueden regularse sin meterse en las procelosas aguas de la Segunda Enmienda y sin contar con unos consensos inimaginab­les en este Capitolio. Por cada regreso a la OMS hubo un caso de brutalidad policial y por cada promesa de medio ambiente y cada discurso para una agenda verde, por cada plan para recortar las emisiones de carbono y para ayudar a los países más desfavorec­idos, hubo también medidas como la discutida como la retirada de Afganistán, que ha generado malestar no sólo entre los republican­os más globalista­s, también entre muchos demócratas concernido­s por lo que entienden que es una amenaza no resuelta. En cuanto a la economía, el paro sigue bajando y el mercado laboral demuestra ser más robusto de lo pronostica­do por los agoreros. Pero no está nada claro que la Casa Blanca logre aflorar todos esos millones del fraude con los que pretende compensar la expansión de los gastos. Sea como sea no es fácil gobernar. Mucho menos en unos Estados Unidos rotos en dos frentes casi irreconcil­iables.

El presidente ha tendido la mano a Irán, pero ha endurecido su discurso contra los autoritari­smos de Rusia y China

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Joe Biden ha debutado como 46º presidente de EE UU con una pandemia y un país partido en dos mitades
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EFE

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