El presidente, entre bambalinas
Escondidito lo tienen. El tortazo para el PSOE en las elecciones de Madrid se avecina tan morrocotudo, que Iván Redondo ha «envainado» al presidente, temiéndose que el «efecto Ayuso» repercuta directamente directamente en Moncloa. Las legislaturas duran y duran, como el conejo de duracel, hasta que algo, algún evento, interrumpe el ritmo mecánico de los acontecimientos y apunta un cambio de ruta. En el equipo del presidente se intenta disimular el nerviosismo ante lo que podría ser el principio del fin de la era Sánchez. Un triunfo rotundo de la derecha en Madrid y, sobretodo, un desfondamiento del suelo de voto del PSOE (hay sondeos que auguran que será superado por Más Madrid) que no tardarían en anticipar cambios en Valencia, Andalucía y tantos otros lugares donde los socialistas tuvieron pie firme.
El papirotazo no sólo resonaría en la cabeza del presidente, sino del propio gurú Iván Redondo, que en el comienzo de la carrera electoral no dudó en sacar al ruedo, con toda la alharaca de sus ministros,
a Pedro Sánchez. Ángel Gabilondo, sensato, gris, un poco antiguo, estaba esforzándose en disimular las tradicionales reivindicaciones de la izquierda (más impuestos, menos escuela concertada) y aparecer moderado, distanciándose de Pablo Iglesias. Y he aquí que su jefe enarbola la bandera de las tasas y la emprende contra el paraíso fiscal madrileño. Es más, en el debate de Telemadrid, el candidato Gabilondo es conminado a «arrimarse» a Podemos y nos deja estupefactos cuando se cita con él: «Pablo, tenemos doce días para ganar las elecciones».
Poco después, Pablo Iglesias encarna el
En el equipo de Moncloa se intenta disimular el nerviosismo ante lo que podría ser el principio del fin de la era Sánchez
Las encuestas no remontan por mucho que pregunte y repregunte Tezanos, que sigue reportando datos
papel de mártir y consigue situarse, inesperadamente, en el centro de una campaña en la que no contaban con él. Casi todos los políticos en ejercicio han recibido lamentables amenazas de locos y extremistas, que suelen pasar desapercibidas a la opinión pública por prudencia y para no excitar ideas malignas de los imitadores. Él compareció horrorizado por las balas que le habían enviado por correo lo que calificaba de «fascistas». Señalaba a Vox y, viendo el cariz que tomaban las cosas, el Gobierno decidió hacerle el coro. El ministro del Interior habló entonces de «organización criminal» refiriéndose al primer partido partido de la oposición. Alucinante. La directora de la Guardia Civil participó en un mitin con el mensaje «antifascista» (doblemente alucinante) y la ministra de Industria y Turismo sacó una foto de una navaja a las puertas del Congreso y dijo que «todos los demócratas estamos amenazados de muerte si no paramos a Vox en las urnas». La navaja se la había enviado un enfermo esquizofrénico, como se probó luego, pero ella le atribuyó a Santiago Abascal la plena responsabilidad. La alucinación en pleno. «El viernes Vox cruzó una línea –afirmaba Sánchez– y será la última línea que cruce. Vox representa una amenaza contra la democracia española y la convivencia. Ya no se trata de Madrid, se trata de nuestra democracia». Sin embargo, tanto ruido no ha servido de nada. Las encuestas no remontan. Por mucho que pregunta y repregunta Tezanos, que ya no puede publicar los resultados, por ley electoral, pero que sigue reportando a Moncloa, los sondeos auguran lo que auguran. No se sabe si Ayuso hará mayoría absoluta o si habrá «sorpasso» de Más Madrid, pero el fiasco del PSOE se va a producir. ¿Qué toca? Esconder el muñeco. Sánchez al despacho. Cubramos su imagen con el paño de la distancia. Que Gabilondo encarne el fracaso y se «coma» la derrota. Ahora, de nuevo, Madrid ya sólo es Madrid. No es la democracia, ni la lucha contra el fascismo es un poblachón de La Mancha cuyo nombre es mejor no mentar.