Asad convoca una farsa electoral para el 26-M
Sin control total del territorio, el «rais» sirio organiza unos comicios sin oposición real para perpetuarse siete años más en el poder
El presidente sirio, Bashar al Asad, intentará relegitimarse ante la opinión pública mundial, tras una década de sangrienta guerra y más de veinte años de régimen autoritario, en las elecciones del 26 de mayo. Unos comicios que nadie duda que el dictador sirio, que pronto hará 21 años en el poder, volverá a ganar para iniciar un tercer mandato de siete años. Tendrá que enfrente a dos candidatos de paja: Abdallah Saloum Abdallah (ministro de Estado entre 2006 y 2020) y Mahmoud Ahmed Marei (representante de la oposición tolerada).
Así lo dictaminó ayer el Tribuciones nal Constitucional sirio, al autorizar apenas tres de las 51 candidaturas presidenciales presentadas. La corte exige a los candidatos contar con el apoyo de al menos 35 diputados del Parlamento (cada uno de los cuales solo puede respaldar a un candidato) y haber residido al menos diez años de manera consecutiva en el país (lo que «de facto» acaba con las posibilidades de los candidatos opositores en el exilio).
EE UU y la oposición siria hablan claramente de «farsa»” destinada a rehabilitar la figura de Assad y prolongar su régimen autoritario indefinidamente. La pasada semana desde Naciones Unidas se advertía de que las elecmentos presidenciales no bastan para colmar las exigencias del Consejo de Seguridad, que aguarda un proceso político que concluya en unos comicios transparentes que supervive la propia ONU y una nueva Constitución.
La actual Carta Magna siria, en vigor desde 2012, permitirá a Asad, de 55 años, perpetuarse al menos siete años más en el poder. Para el régimen las elecciones son una muestra de que el sistema político funciona con plena normalidad pese al conflicto bélico.
En los últimos meses, el líder sirio trata de contener el descontento social con medidas destinadas a mejorar la situación de los bolsillos de los sirios, como increde increde los salarios de los empleados públicos, facilidades de acceso a los créditos o la persecución de la especulación monetaria y el contrabando. Entretanto, el régimen no ha dejado de perseguir con brutalidad a las voces opositoras con detenciones, torturas, encarcelamientos y ejecuciones sumarias.
La guerra continúa activa en Siria diez años después de su estallido, en la primavera de 2011. Desde entonces casi 400.000 personas han perdido la vida en el conflicto bélico. Decenas de miles de personas están desaparecidas. Seis millones de sirios han buscado refugio en el extranjero, y una cifra similar de personas se ha desplazado internamente. Este mismo mes en el feudo rebelde de Idlib, los familiares de las víctimas exigían a Damasco respuestas sobre el paradero de sus miles de desaparecidos, muchos de los cuales estiman que mueren de hambre o son torturados en prisión. Por otra parte, los Estados miembros de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAC) decidían también hace tres semanas suspender los derechos de Damasco por considerar probada la utilización de este tipo de armas contra la ciudad de Saraqib, en la provincia de Idlib, en 2018.
Lo cierto es que la posición de Asad es mucho más cómoda hoy que lo era hace algunos años. La solidez de las fuerzas kurdas y el ascenso de entidades terroristas de ideología yihadista como el Estado Islámico o Jabhat Fateh Ash Sham, el antiguo Frente Al Nusra, entre otros grupos armados opositores, hicieron tambalear el régimen. La brutalidad de los métodos empleados por Damasco y el decisivo y decidido apoyo de sus principales aliados, Irán y –sobre todo– Rusia, permitió a Asad revertir poco a poco la situación. Hoy controla la mayor parte del territorio del Estado.
El de Asad es el único régimen autoritario puesto en cuestión durante la Primavera Árabe que sigue en pie. El mandatario llegó al poder en julio de 2000 sucediendo tras su muerte a su padre Hafez al Asad.