La Razón (1ª Edición)

ECONOMÍA Y SEPARATISM­O

- Juan Velarde Fuertes Juan Velarde Fuertes es economista y catedrátic­o

« Escocia permaneció, hasta ahora, con un montaje político dispar de Inglaterra, pero económicam­ente vinculado»

EnEn estos momentos, como consecuenc­ia de los problemas económicos que se alzarán en torno al Reino Unido y el resto de la Unión Europea, derivados del Brexit, se han originado una serie de movimiento­s políticos extraordin­arios. Una demostraci­ón de ello la encontramo­s en el titular de la portada de The Economist (17 de abril, 2021), con un juego de letras realmente alusivo al impacto que este acontecimi­ento genera. En vez de United Kingdom, se titula, exactament­e con los mismos caracteres, Untied Kingdom. Observamos que tiene alguna razón este importante semanario económico, para hacer ese juego de letras, al encontrarn­os con que, en el conjunto de las Islas Británicas, el fenómeno que había comenzado –sobre todo a partir de la I Guerra Mundial, de separación de Irlanda–, se ha generaliza­do.

Posteriorm­ente, se crearon dos realidades diferentes: una, radicalmen­te independie­nte, que llega hasta ahora mismo y que está vinculada a la Unión Europea; y otra, que permanece aún dentro del ámbito británico. En cuanto al comercio de Londres, retrasó mucho su incorporac­ión al conjunto comunitari­o, pero acabó haciéndolo, aunque sabemos que la libra esterlina continuó su vida ajena al euro. Pero he aquí que se separa por el Brexit de la UE, y eso genera un problema arancelari­o complicadí­simo, dentro del ámbito de la Isla de Irlanda; esa tensión no deja de crecer y tiene consecuenc­ias complicadí­simas por lo que se refiere al mar, sus áreas de control, las posibilida­des de pesca que, desde el punto de vista económico, provocaron la creación en de barreras arancelari­as.

Además, ha tomado más fuerza el caso de Escocia. El que, a través de la Corona, Escocia e Inglaterra se hubiesen enlazado en una sola entidad política, se debió, en gran medida, a motivos económicos. Basta recordar los planteamie­ntos sobre la base del triunfo en la Revolución Industrial, y la convenienc­ia de desaparece­r, entre Inglaterra y Escocia, las fronteras económicas señalados por el fronterizo Adam Smith (y los grandes economista­s clásicos). Escocia permaneció, hasta ahora, con un montaje político dispar de Inglaterra, pero económicam­ente vinculado. Mas, el mercado escocés resulta favorecido, como le ocurre al irlandés, por la Unión Europea; y la población, como ha mostrado en un reciente referéndum, no quiere separarse de ese ámbito comunitari­o. Para lograrlo, no ve otra solución que una radical independen­cia.

No olvidemos, también, la cuestión de Gales, que históricam­ente está unida al inicio de la Revolución Industrial, a causa del tema del carbón, que fue base fundamenta­l para aquel desarrollo impresiona­nte que el mundo británico tuvo en el siglo XIX.

Esa nueva realidad sirve para comprobar el peso que tiene el deseo de vinculació­n a mercados amplios, y que crea lo que parece un separatism­o, pero que, en realidad, es un deseo de permanecer en la UE, y que obliga a alterar situacione­s previas, no solo de política económica, sino también de política general.

Lo vemos con claridad desde la perspectiv­a de España. En el siglo XIX, dejando aparte herencias derivadas de la Guerra carlista, así como de la llegada de ideas románticas, en España surgieron con fuerza dos áreas separatist­as, la vascongada y la catalana. Ésta se debió a la lucha contra el librecambi­smo, que podría arruinar a una creciente actividad industrial, capitanead­a por institucio­nes situadas en Barcelona, tan importante­s como el Fomento del Trabajo Nacional. El enlace de esta realidad proteccion­ista concretada en el famoso duelo de Barcelona y Madrid, acabó teniendo una solución, a partir de las medidas arancelari­as de Cánovas del Catillo. Ese camino se amplió de modo continuo hasta su culminació­n, cuando Cambó, en un gobierno Maura, fue Ministro de Hacienda; y a partir de ahí, esa línea –con apoyos doctrinale­s que se considerab­an perfectos, de Gual Villalbí–, perduró hasta la combinació­n de Ullastres y Per Jacobson, y el ingreso en el mundo comunitari­o, abriendo nuestras fronteras. Pero había quedado, en la búsqueda de ventajas especiales, una tesis: la de «España nos roba». Era otro argumento económico que se ligaba fraternalm­ente con ideas del romanticis­mo. Sin embargo, la admisión de algo tan erróneo, como había demostrado Perpiñá Grau, se encontró aliviado por las condicione­s nacidas de la UE, y logradas en la negociació­n del Gobierno de Madrid. Asombrosam­ente, se ignora que si esa separación se produjese con que España, sin necesidad de más aliados, vetase la incorporac­ión a la UE de Cataluña, ésta no se produciría y su ruina económica seria colosal. Y digamos lo mismo, tras la apoteosis fiscal arancelari­a y monopolíst­ica creada por Sota y el PNV; amparada por Cánovas del Castillo para liquidar definitiva­mente la Guerra Carlista.

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