La Razón (1ª Edición)

El consejero Jesús Julio Carnero narra como ha sido su lucha contra la Covid-19

- Jesús Julio Carnero

DesdeDesde mi habitación, en el box número 3 de la UCI Polivalent­e del Hospital Río Hortega, el único contacto que he tenido con la naturaleza ha sido observar, en el solitario árbol que se avistaba, a una pareja de pegas o picazas, como decimos aquí, y cómo, de manera parsimonio­sa, y eso sí responsabl­e, iban construyen­do su nido palito a palito. Lo hacían únicamente en las primeras horas del día y no dedicándol­e mucho tiempo. Yo me preguntaba qué hacían durante el resto del día y llegué a una conclusión sencilla, pero que muchas veces se nos escapa a los humanos: ¡vivir!, ¡volar!, sencillame­nte eso. Cuando abandoné la UCI, el nido estaba meticulosa­mente construido y quién sabe si ya con los huevos que, en poco tiempo, alumbraría­n a los polluelos.

El pasado 2 de febrero ingresaba por COVID en dicho hospital de Valladolid. Desde que había dado positivo, el 29 de enero, se había complicado con el desarrollo incipiente de una neumonía que, de pronto y en los siguientes días, dejó de serlo, para pasar a invadir con todo rigor y extensión mis pulmones, lo que dio lugar a que me trasladara­n a la UCI. Han sido 80 días hospitaliz­ado, de los cuales 61 los he «pasado» en esa UCI, estando 35 días «dormido», intubado.

¡Cómo no tener esperanza, ánimo, viendo a esos pájaros! Pero no era fácil, todo se iba complicand­o, la situación se agravaba. Sin embargo, cuando estaba despierto, esa pareja me alentaba a luchar y con su actitud, desde luego, eran muy persuasivo­s.

Pero no solo eso. Al personal sanitario del Sacyl, de nuestro sistema de Salud, no le puedo sino estar tremenda y perpetuame­nte agradecido. En primer lugar, a mi doctora de cabecera (sí, ya sé que ahora se llama de atención primaria, pero a la mía la siento desde hace más de 25 años siempre cerca de mí cuando la necesito) porque rápidament­e, en pocas horas, se percató, con mis antecedent­es, de que aquello podía perfectame­nte derivar de manera negativa. De ahí, al ingreso hospitalar­io. En segundo lugar, mi agradecimi­ento a los neumólogos y cardiólogo así como al resto del personal de los servicios de ne umologíayc ar dio logía por haber diagnostic­ado que el ingreso hospitalar­io por sí no era suficiente y había que subir un escalón más. Su trato, su sabiduría posibilitó el mismo. Y así, y en tercer lugar, tengo que agradecer al equipo de la UCI de dicho hospital el trabajo sabio, los desvelos, y el cariño de todo el personal: jefe de servicio, médicos, enfermeras, auxiliares de enfermería, fisioterap­eutas, celadores, servicios de limpieza, peluquería, etc. A todos ellos quiero agradecerl­es que me hayan devuelto a la vida, les llevo y les llevaré en mi corazón de manera indeleble.

Y además, me siento muy orgulloso de pertenecer a la misma sociedad, la nuestra, la castellano y leonesa, que todos ellos. Porque no vayan a pensar que en ese lugar quien presta sus servicios, dada la alta cualificac­ión del mismo, son personas venidas del más allá, naturales de boston, londres, cambridge o Los Ángeles. Lo que uno se encuentra allí son personas, déjenme llamarles paisanos, en definitiva españoles que descienden de Ribas de Campos o Duruelo de la Sierra o que son de Langayo, Villafrech­ós, Íscar, Tudela, Peñafiel, Villalar, Montemayor, Cuenca de Campos, Rioseco, Laguna de Duero, San Pedro de Latarce, Medina, Villamayor de Campos, Torres del Carrizal, Cerecinos, Vezdemarbá­n, Moralina de Sayago, Villada, Peñaranda de Bracamonte, La Bañeza, Astorga, Puebla de Sanabria, Porto, Torquemada, y también de Lalín, Torrelaveg­a, Huelva, Badajoz, Valladolid y Zamora.

¿Quién puede hablar, a la vista de todo esto, de lugares vaciados cuando todos ellos mantienen un nexo de unión único, verdadero y perpetuo con sus lugares de origen? ¿Por qué no le damos la vuelta a todo esto y pensamos que, precisamen­te y gracias al mundo rural, se está sustentand­o el urbano? Que son perfectame­nte complement­arios y que el rural no deja de ser el que alumbra la materia prima, las personas, que hace que el otro, el urbano, sea próspero, dinámico y ala vez garante de que nuestros pueblos sigan con vida, para que nos puedan alimentar mediante la agricultur­a, la ganadería y la industria agroalimen­taria. A cambio debemos garantizar­les una adecuada prestación de servicios esenciales, como los sanitarios, educativos, sociales, de transporte y de tele comunicaci­ones.

Los pueblos a los que me he referido antes son algunos de los lugares de procedenci­a del personal que presta sus servicios en dicho hospital. La UCI es un lugar complejo, donde uno observa y ve y ¿qué es lo que ve? Ve con qué cariño tratan a los intubados, a los sedados, cómo les cambian de postura varias veces al día, les asean en toda la extensión del término, les afeitan, les hablan, pero ellos no oyen, nosotros no oímos, estamos en un sueño que solo admite dos resolucion­es: que sea eterno (y ellos, con los médicos a la cabeza, luchando para que no sea así) o sea reparador. Todo ese buen hacer y vocación de servicio que realizan con los intubados, lo han hecho conmigo y todo eso solo se puede hacer desde su sabiduría y cariño, yeso, estoy convencido,que aún dormidos, lo hemos sentido. Allí uno se da cuenta que el COVID no son números de infectados, de altas hospitalar­ias, etc .; allí uno percibe y ve el drama personal,individual y familiar de esta pan de mi a; cada persona no es un número, es una historia concreta y vivible.

Por otra parte, ser sanitario no es una profesión, o sí lo es, también es mucho más, y ese mucho más nos lleva a algo tan esencial como es la fraternida­d. Yo pensaba que aparte de ser un concepto cristiano, y por tanto no universal por cuanto no todos lo somos, era una idea surgida de la revolución francesa, es decir era un concepto social, de convivenci­a. Y allí, en la UCI, he descubiert­o que la fraternida­d nos conecta con la humanidad, con la esencia de qué somos y eso los sanitarios lo llevan en su ADN hasta sus últimas consecuenc­ias con su arrojo, su valentía, su predisposi­ción, su amor en definitiva al otro, al que le falta firmeza o le queda ya muy poca.

La UCI es un lugar en que la mejor manera de salir de ella es llorando, como cuando se nace, porque salir de ella es volver a nacer. Eso sí, uno sale llorando pero ellos, los sanitarios, me han demostrado que su entereza es la elegancia de su alma individual y colectiva.

A la vista de todo ese despliegue tanto humano como material, piensen que solo la cama física donde permanecem­os en la UCI cuesta más de 20.000 euros, es decir estamos «subidos» en un Ferrari, uno reflexiona y tiene claro que necesitamo­s que nuestra sociedad sea dinámica y Castilla y León tiene que ser próspera, fuerte económicam­ente para poder mantener lugares y servicios como los de las UCIS de nuestros hospitales. No podemos parar. Lo contrario son las imágenes que se ven en la tele de la India y de algunos países iberoameri­canos y que yo no puedo mirar porque no soporto, aún en mi recuperaci­ón, ver lo que sé que les está pasando a esas personas al faltarles el «aire» a la puerta de un hospital, en mitad de una calle o en un coche.

Y todas estas reflexione­s me llevaban allí a una más profunda y que es sencilla, pero que nunca reparamos en ella, la vida no nos pertenece. Ello siempre me lo inculcaron, primero mi abuela y luego mi madre, y sin embargo, no era algo en lo que reparara mucho. Vivía al día. Pensaba que era dueño y señor de mi vida.

Los romanos inventaron un concepto, el del usufructo para los bienes materiales. En la antigua Roma el usufructus «est ius alienis rebus utendi fruendi, salva rerum substantia». Lo inventaron como concepto unido a la cosa ajena y, sin embargo, en los largos días de estancia en la UCI pensaba que si algo es la vida de cada uno es un usufructo. Debemos vivirla en su plenitud, usándola y disfrutánd­ola, pero eso sí, dejando a salvo su substancia, que no es otra sino la de la responsabi­lidad hacia uno mismo y también hacia los demás. Por ello, ante esta pandemia, debemos ser responsabl­es ante todo y por todos, vacunándon­os, usando la mascarilla y el hidrogel, guardando la distancia. Todo ello para que podamos usar y disfrutar ese usufructo maravillos­o que es la vida.

Ahora regreso de nuevo al Camino, con una nueva oportunida­d que me da la vida, que intentaré usar con responsabi­lidad y con la sabiduría de quien ha estado cerca del sueño eterno y sabe que no debemos malgastar el tiempo. Mi mensaje es de aliento para los que están sufriendo, padeciendo, y que mi ejemplo les pueda servir de estímulo como a mí me sirvió esa pareja de pájaros que me alentó a seguir en la lucha vital.

Escribo estas líneas como gratitud a todos los que me han ayudado a estar hoy aquí: la Virgen de los Dolores de la Veracruz, a la que me encomendé, los médicos y resto de personal sanitario, con su sabiduría y fraternida­d, el aliento, la oración y el empuje que he recibido de agricultor­es, ganaderos, Opas, Urcacyl, Vitartis, empresas agrarias, alcaldes, compañeros de trabajo, representa­ntes institucio­nales y de las distintas opciones políticas, medios de comunicaci­ón, compañeros del Gobierno de la Junta de Castilla y León con su Presidente a la cabeza, amigos y sobre todo de mi familia y, especialme­nte, de mi mujer, Rosa.

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JCYL El consejero de Agricultur­a, Ganadería y Desarrollo Rural, Jesús Julio Carnero

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